Daniel Cazés
Lenguaje femenino, lenguaje masculino

Me refiero de nuevo al libro de Irene Lozano (Minerva, Madrid, 1995) que contribuye a descubrir el sexismo invisible de nuestra cotidianidad, así como la enajenación de las convicciones íntimas de quienes, conscientes o no, militan de manera acrítica e incondicional en pro del patriarcado. Cualquier diferencia es para ellos fundamento de inferioridades y razón para convertir en objetos a las personas inferiorizadas, con las miradas con que prefieren percibir su mundo y con las palabras a las que recurren para describirlo aludiendo a la verdad, la justicia o la estética.

Pero hoy se multiplican las reflexiones que permiten visualizar cambios posibles. Lozano se ocupa de situaciones en que prevalece la exclusión sexista en el intercambio verbal, y de otras formas de diálogo que parecen estar en expansión.

Los especialistas reconocen dos tipos fundamentales del discurso: el público y el privado. Este último, dice Lozano, es comúnmente informal, en él intervienen pocas personas y su objetivo primordial es conservar las relaciones. Yo agrego que el plano y el tono preferentes de este intercambio son los de la afectividad. Es el discuro que practican con mayor frecuencia las mujeres. En el discurso público, formal o informal, se busca sobre todo, según Lozano, el intercambio de información. Yo agrego que también, y tal vez antes que nada, la clarificación de jerarquías en actos verbales en los que por lo general se dirimen controversias en favor de uno de los dialogantes, se establecen distancias para el reconocimiento de poderes, y se hacen pactos para la acción concertada o el respeto de los dominios. El plano de este discurso es el de la razón y el de la competencia en que alguien gana y otros pierden. Los tonos de tales interacciones pueden parecerse al de un juego de ajedrez o alcanzar niveles de violencia que van desde el albur o la seña parlamentaria en que alguien (la ciudadanía misma) es simbólicamente sodomizado, hasta el insulto en que el estigma recae sobre la madre de otros. Es el discurso preferido entre hombres. Pero hay muchos hombres que recurren con frecuencia creciente al discurso privado, y cada vez más mujeres que se hallan en el público.

Varias investigaciones sobre las formas de hablar en reuniones de profesores y profesoras, incluyendo conferencias especializadas, muestran que los primeros hablan hasta cinco veces más tiempo que las segundas. Aun cuando las profesoras sean 42 por ciento de una reunión académica mixta, sus intervenciones suelen sumar 27 por ciento del tiempo total hablado. En las conferencias, las preguntas formuladas por el público masculino ocupan en promedio 52 segundos, y las del femenino sólo 23. Los hombres hablan más y sus intervenciones son más largas. También en los diálogos hombres-mujer. Se reconoce también la diferencia entre palabra monologada y colaborativa: sólo una persona habla durante mucho tiempo, o bien un tema es tratado por varias personas en breves intervenciones sucesivas; una sola persona, generalmente un hombre, controla el intercambio verbal, o bien un grupo, generalmente mixto o femenino, se alterna en exposiciones, preguntas e intervenciones.

Parte importante de la interacción verbal es la interrupción. Un estudio entre académicos señala que los hombres interrumpen 90 por ciento más que las mujeres, y casi siempre para controlar la conversación y definir o redefinir el tema del intercambio. En estudios de otros ámbitos se han hallado equilibrios en las interrupciones masculinas y femeninas, y también la predominancia de mujeres que interrumpen. La interrupción parece ser un recurso generalmente femenino para apoyar puntos de vista sin cambiar de tema o, agrego yo, para hacerse presentes en conversaciones de las que son marginadas.

La de Lozano es una obra lingística que ofrece muchos más temas para la reflexión. No se ocupa de otras áreas de la comunicación, como la del periodismo y la publicidad, a las que hice referencia cuando la cité por primera vez. En este ámbito quiero compartir con mis lectores un rápido estudio que hice en estos días:En un diario de circulación nacional y gran prestigio por su proyecto pluralista y democrático, revisé 52 fotografías de desnudos o semidesnudos publicadas durante el último año, 46 de ellas fueron tomadas por hombres; de éstas, 40 presentan cuerpos fragmentados de mujeres (las caderas, el pecho, las piernas), con la exclusión absoluta de las caras de las fotografiadas, y con encabezados tan ocurrentes como sexistas. Sólo una de las fotos tomadas por mujeres oculta el rostro. Durante el mismo periodo se publicaron siete fotos con desnudos masculinos, todas tomadas por hombres, sólo una de las cuales impedía ver la cara del fotografiado. Una de ellas causó gran sensación y hubo otra, no contabilizada aquí, cuya publicación fue eliminada por su atrevimiento.

Ignoro si ese material gráfico fue seleccionado por hombres, por mujeres o por hombres y mujeres. No sé si su publicación responde a una política editorial ni si se han contemplado orientaciones alternativas. El libro que aquí comento puede ayudar a esta reflexión, si a alguien le parece que vale la pena hacerla.