Las marchas masivas de trabajadores del pasado 1o de mayo realizadas en todo el país, con la participación de organismos de diversas posiciones políticas y orientaciones ideológicas, puede calificarse como una de las acciones políticas más importantes de los años recientes.
Cientos de miles de obreros, de trabajadores de los servicios, cooperativistas, vendedores ambulantes, deudores organizados en El Barzón, militantes de diversos partidos de la oposición, seguidores del EZLN, trabajadores de los medios de comunicación, intelectuales, salieron a las calles de numerosas ciudades no a reivindicar demandas gremiales concretas, aunque no faltaron, sino a reclamar un cambio de rumbo de la economía nacional.
En lo actos independientes de ese día fue evidente que las críticas a la estrategia económica neoliberal impuesta al país por los gobierno de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y en el actual, no se reducen sólo a las que realizan economistas independientes, politólogos, dirigentes de la oposición, algunos grupos de la Iglesia, el EZLN y empresarios aislados. La denuncia del modelo neoliberal en los años recientes poco a poco prendió en las masas hasta alcanzar las dimensiones que vimos hace unos cuantos días.
La crítica al neoliberalismo, cuyos apologistas quieren hacer pasar como la racionalidad económica perfecta, lo máximo a que puede aspirar una sociedad en las relaciones de propiedad y de producción, dejó de ser exclusiva de los pensadores más radicales. Cuando se iniciaba la implantación de esa estrategia económica con los resultados que hoy sufren millones de mexicanos (1988-89) eran pocas las voces críticas. Apenas algunos economistas en los medios académicos y periodísticos. Entre ellos el siempre recordado Eduardo González, socialista de toda la vida quien desde los primeros pasos del nuevo rumbo, en la revista Proceso, publicó ensayos sintéticos en los cuales alertaba con lucidez previsora, sobre las contradicciones internas del modelo, sobre los grandes costos y sacrificios que traería consigo para los trabajadores asalariados, así como los peligros para la soberanía nacional.
Ocho años después y tras de lo que hasta el día ultimo de 1993 parecía una marcha triunfal, indetenible, a la cual se habían sumado personas de casi todo el abanico de posiciones políticas e ideológicas, el neoliberalismo está siendo llevado al banquillo de los acusados. Es juzgado en la vía pública por cientos de miles de trabajadores y dirigentes como fue el miércoles pasado, quienes adquieren conciencia de que no es uno u otro aspecto de la política gubernamental lo que lesiona sus intereses, sino la estrategia toda del gobierno en materia económica, con sus consecuentes repercusiones en la actividad política, pérdida de soberanía nacional y empecinamiento en mantener el control de las organizaciones de trabajadores.
Dirigentes sindicales, hasta hace poco tiempo identificados con las políticas del gobierno, se han sumado, con sus propios ritmos y formas, a la crítica del neoliberalismo. Los llamados foristas se hacen eco de las profundas corrientes de inconformidad social e intentan un cambio en las relaciones con el gobierno que debe ser ``de respeto, pero con absoluta independencia y autonomía y a partir de un nuevo acuerdo social'', como afirma el líder de los telefonistas, Hernández Juárez (La Jornada, 3 de mayo). Su posición, convergente con la de la Intersindical 1o. de Mayo, contribuyó de manera importante a dar a la manifestación del Día Internacional de los Trabajadores un claro contenido político de rechazo al rumbo que el grupo en el poder impone al país.
La confrontación manifiesta el 1o de mayo no es, como afirma Enrique Krauze en su artículo ``Neoconservadores'' (Reforma, 21 de abril) entre el neoliberalismo (economía de mercado, le llama con simpleza) y un socialismo enmascarado, oculto detrás de la teología de la liberación, el zapatismo y los diversos críticos de esa estrategia que en quince años de implantación en México ha mostrado su incompetencia para resolver los problemas de la economía nacional y de la sociedad. Pretender que ésa es la confrontación es inexacto, pues se trata de algo más sencillo, aunque extraordinariamente difícil: cambiar el rumbo de la economía para que ésta, enmedio de los procesos de globalización, sirva a los intereses nacionales y a los de la mayoría de los mexicanos, evite la abrumadora concentración de la riqueza y el poder económico en pocas manos y realice una distribución del ingreso menos injusta. Tales objetivos, sin duda son posibles en una economía de mercado (que en México no se inició con el neoliberalismo) pero son inimaginables si no se realizan junto con la democratización del país para que las decisiones sobre estos asuntos dejen de estar en manos de un grupo minoritario encabezado por el Presidente.