Todos los individuos poseen un equipo biológico y psíquico que les permite una sexualidad muy intensa. Sin embargo, ésta no logra expresarse con toda su potencialidad por la intervención de mecanismos de control social que la vigilan, interrogan, juzgan, castigan y someten. Estos dispositivos, ampliamente estudiados desde el punto de vista histórico y filosófico por Michael Foucault en su Historia de la sexualidad, resultan ideales para examinarlos comparativamente con la noción de dos sexos únicos.
Una de las características más importantes de estos mecanismos de control es que cambian en el tiempo. El cambio es además relativamente rápido, en algunos casos del orden de dos a tres siglos, como la adopción de la prisión como modelo para el control de los cuerpos. Aparecen relajados en algunas épocas e intensificados en otras. También cambian sus significados en una etapa respecto a otras, por ejemplo, un mismo mecanismo de control, digamos el que limita el amor entre personas del mismo sexo, no tiene la misma significación en la Grecia del siglo IV a. C. que en la Edad Media o en nuestros días. El control de la sexualidad está dotado de una gran plasticidad.
Comparemos ahora esta capacidad de cambio con el paradigma de dos sexos. Esta idea es de una naturaleza completamente distinta. Lejos de cambiar, se trata de una noción estática. Su origen se pierde en el fondo de los tiempos. Es la misma en la Grecia de Hipócrates y Platón que en la era de Galeno o Aristóteles o la de Paracelso y Ficino. Es la misma que cruza el Renacimiento, la Revolución Científica y llega sin variaciones al mundo de hoy. Los dispositivos de control cambiantes, se organizan en torno de este paradigma y nunca atentan contra él, por el contrario, lo preservan a través de una normatividad diferencial: códigos de conducta, educación y patologías sexuales distintos para hombres y para mujeres.
El examen comparativo entre los dispositivos de control de la sexualidad y el paradigma de dos sexos muestra que se trata de fenómenos de naturaleza distinta. Los primeros moldeados por la sociedad y fuertemente enlazados con ella y el segundo totalmente separado de las expresiones y la evolución de las sociedades. Queda justificado entonces preguntarse si los orígenes de uno y otro fenómeno son los mismos y es posible poner en duda un determinismo social sobre la idea de dos sexos únicos.