Las cifras dadas a conocer por la Unión Regional de Organizaciones Campesinas Autónomas (UNORCA) son sumamente preocupantes porque muestran con claridad la amenaza que pende sobre los sectores más pobres de nuestro país y sobre la economía mexicana en su conjunto hipotecando virtualmente nuestro futuro.
La cruda realidad es que México importa hoy casi la misma cantidad de granos básicos que a comienzos de esta década. El aumento de la población en ese lapso, lejos de llevar a un incremento correspondiente de la producción, agrava el problema porque si se importa un tercio de los alimentos que se consumen y si la cantidad importada es igual a la de seis años atrás eso significa que el consumo por habitante ha caído brutalmente.
En efecto, la reducción del insumo per cápita en ese lapso ha sido enorme: los mexicanos consumen casi 30 por ciento menos de maíz, trigo, frutas, verduras y ha caído también el consumo de forrajeras, oleaginosas y aceites vegetales, grasas animales y leche, mientras el de proteínas se redujo en casi 50 por ciento y está por debajo del mínimo necesario para una nutrición aceptable.
A esta dependencia brutal de la importación de alimentos (y, por consiguiente, de los vaivenes de la producción y de los precios a escala mundial o de la buena voluntad del exportador estadunidense, nuestro principal abastecedor) se agrega el aumento igualmente brusco de los riesgos sanitarios. Una población mal alimentada o desnutrida es propensa a las enfermedades sociales que pueden convertirse en endemias; además, cae su productividad y su expectativa de vida. Los más pobres pierden en tamaño, en fuerza física, en capacidad de retención intelectual y mientras su crecimiento demográfico se dispara aumenta de igual modo vertiginoso la mortalidad infantil. De las duras cifras económicas surge así el cuadro de un país más débil, vulnerable en lo económico y en lo político y despilfarrador de sus principales recursos, que son los humanos.
La destrucción de la agricultura nacional y la transformación de verdaderos ejércitos de agricultores de subsistencia en marginados urbanos ha agravado los terribles problemas de las megalópolis (contaminación, crimen, mendicidad, reducción de la calidad de la vida) y ha aumentado la dependencia económica y política del país. Aunque un puñado de financieros, grandes agricultores e importadores-exportadores se hayan enriquecido, el resultado está a la vista. Para alimentar a una población creciente (entre otras cosas debido al debilitamiento de la acción educativa y sanitaria) se importa cada vez más, dedicando a ello una gran suma de las tan escasas y necesarias divisas que deberían servir para el desarrollo, mientras el consumo popular empeora día a día y con él cae la economía nacional.