Las marchas realizadas el primero de mayo a pesar de la decisión del sindicalismo oficial de no salir a la calle ese día hicieron evidente un notable alejamiento entre grandes segmentos de trabajadores y el gobierno, aun cuando el presidente Ernesto Zedillo insista en hablar de una alianza renovada con los trabajadores, como lo hizo el jueves 2 de mayo al inaugurar la convención del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares.
Celebrada en Los Pinos, conforme a un poco republicano ritual en el que los interesados llevan su acto al Presidente en vez que éste vaya a su acto, la inauguración sirvió al titular del Ejecutivo para hablar de una nueva cultura laboral que, según el mandatario, halla su cauce en sindicatos como el de mineros.
Durante la ceremonia, el mandatario pronunció una advertencia: ``Un sindicalismo que sólo ve hacia el pasado, (se) arriesga con perder el futuro''. Es una acertada advertencia. Que el Presidente se haya equivocado quizá de destinatario, es grano de otra vaina. El destinatario más idóneo no es el conjunto de disidentes que marcharon y protestaron el primero de mayo contra la política económica, sino el sindicalismo que acompañó al mandatario ese mismo día en la explanada del Congreso del Trabajo: los sindicatos corporativos, los líderes controladores de sus bases mediante presiones y amenazas, los cómplices en la explotación de sus agremiados y los suministradores de escenografía humana para el partido de Estado.
Ese sindicalismo es el que se aferra al pasado, no el que marchó al Zócalo. Es aquél y no éste el que perderá el futuro. Porque el futuro de México se intuye y se quiere democrático intuición y querencia que no se detienen en la retórica sino se traducen en lucha, y en un país así poco tendrá que hacer un movimiento obrero devoto del inmovilismo y el corporativismoSi el Presidente hubiera pensado en los marchistas del Día del Trabajo como destinatarios de su advertencia sobre pasado y futuro, habría errado, pero esto sólo es posible suponerlo, pues no lo dijo expresamente. En lo que sin duda sí se equivocó fue en el auditorio escogido para hablar de una nueva cultura laboral y en sus elogios al sindicato minero, aun cuando pueda ser encomiable que en 1995 ese sector registrara, ``en contraste con lo que ocurrió en el resto de la economía, un apreciable crecimiento''. Pese a lo limitado de este espacio, intentemos fundamentar esta opinión confrontando la palabra presidencial con algunos hechos:La palabra: ``La nueva cultura laboral se funda en la madurez organizativa y en la visión de sindicatos como el de ustedes, que incluso ante una crisis tan severa, como la que hemos padecido, han sabido evitar el cierre de muchas empresas y preservar miles de fuentes de trabajo''.
Los hechos: En 1982, al inicio del gobierno lamadridiano, el sindicato minero tenía 180 secciones y agrupaba a cerca de 150 mil trabajadores. Hoy sus secciones son menos de 70 y sus trabajadores alrededor de 40 mil. Esto como consecuencia de casos como el de Sidermex, donde la privatización causó despidos masivos: 8 mil trabajadores en Altos Hornos, 5 mil en Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas.
La palabra: ``Me alegra mucho que su sindicato sea promotor y esté a la vanguardia de esa transformación, que nos permitirá mejorar más rápidamente el nivel de vida de los trabajadores... están trabajando con un alto sentido de compromiso hacia la nación y también con un alto sentido de solidaridad gremial''.
Los hechos: El líder del vanguardista sindicato minero, Napoleón Gómez Sada, ha rebasado ya los 35 años en un liderazgo antidemocrático basado en estatutos que, por ejemplo, establecen la afiliación obligatoria de sus miembros al partido a que pertenezca el sindicato (artículo 146, fracción XXII) y la cláusula de exclusión en los contratos, además de otorgarle la titularidad de éstos al comité ejecutivo general, que de ese modo concentra el poder y puede ignorar a los trabajadores.
La palabra: ``Con actitudes como la de ustedes se renueva la alianza entre los trabajadores y el Estado mexicano''.
Los hechos: Para evitar que las disidencias cobraran fuerza, Gómez Sada ha propiciado la dispersión sindical, de tal forma que el sindicato minero opera como una federación, ya que no existe un organismo único ni un contrato ley. Cada sección tiene un contrato colectivo distinto y como el comité de Gómez Sada detenta la titularidad de todos ellos, el poder de manipulación y de control de sus agremiados salta a la vista. Uno de los hechos probatorios de esto fue la liquidación de la sección uno (Pachuca), donde el sindicato, además de permitir la desaparición de su contrato colectivo, ``pretende quedarse con el patrimonio sindical de la sección, valuado en cerca de 12 millones de nuevos pesos'', como lo informó el dirigente hidalguense Jaime Guajardo Guasso a Andrea Becerril (La Jornada, 6 de noviembre de 1995, p. 20).
Como puede verse, una cultura laboral como la practicada por el sindicato minero recuerda más bien a esa otra que tanto daño le ha hecho al país: la cultura del engaño y la simulación. Y con ésta, seguramente, no se podrá ganar futuro alguno.