Nuestra herencia reptil
La csenofobia, el odio por los csenos, los extranjeros, está rabiosamente implantada en la parte más antigua de nuestro cerebro, en el tallo cerebral. Es una reacción de alerta ante el peligro, un reflejo reptil feroz, una protección primate del territorio. Luego la cultura moldea la csenofobia, le da matices, la suaviza en ocasiones, en otras la empeora y la llena de ``razones''. Admitir sus raíces no es convertirla en huésped irremediable, sino lo contrario: conocer su fuerza surgida de raíces más que milenarias, para así combatirla con medidas igualmente poderosas y no con buenas razones y sensatos deseos. La csenofobia nos ahoga si no reconocemos que es anterior a nosotros, más vieja que las mamíferos, más dura que la herencia cultural: es el feroz ataque de la cobra que vive en nuestro cerebro antiguo, en el bulbo raquídeo y los ganglios basales que compartimos con el cocodrilo.
El odio mexicano en Gobernación
Pocos países, si alguno, tratan peor que México a sus inmigrantes. Quienes tenemos amigos extranjeros sabemos del desprecio y la prepotencia con que son tratados en Gobernación, en Relaciones Exteriores. La csenofobia de Gobernación dicta que todo trámite debe ser un viacrucis en donde el extranjero aprenda su condición inferior. La csenofobia en Relaciones Exteriores, en los sindicatos, hasta en el Consejo Universitario de la democrática UNAM, establece ridículas limitaciones contra los inmigrantes, limitaciones que, como las maldiciones bíblicas, se extienden hasta la tercera generación. Una prórroga para seguir estudiando otro año, ya no digamos un permiso para trabajar ni una carta de nacionalidad, es una solicitud por la que el solicitante es visto como insolente persona con la pretensión desorbitada de ingresar a nuestro Paraíso. La entrega de la nacionalidad mexicana es ocasión, cuando ocurre, de actos grotescamente solemnes encabezados por el propio presidente de la República, si bien en otros países es trámite de ventanilla. Somos ridículamente patrioteros y csenófobos al grado de hacer de la csenofobia un nahuatlismo cuya X, xenofobia, pronunciamos como J y por eso escribo con CS.
Mal del país entero
Quienes han emigrado a este país, para su desgracia encuentran que tras 50 años de residencia y ya padres y abuelos de mexicanos, siguen siendo mexicanos de segunda y de tercera, a quienes negamos derechos civiles elementales que países más deseables como meta para la inmigración otorgan sin tanto obstáculo.Y no es el gobierno, siempre corrupto, ni el PRI, siempre malvado, la fuente de nuestro maltrato a los extranjeros. Es el aire, es la educación, es el Himno que todos cantamos en la escuela: Mas si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo; es el ciudadano común: pregúntese al taxista mientras se viaja, al mecánico en lo que cambia y parcha la llanta, a la empleada bancaria, a la mujer y al joven: los extranjeros, en cuanto llegan, nos roban el empleo, la riqueza, el auto que, de no haber llegado este pinche gachupín, sería nuestro... El 15 de septiembre es un estallido de csenofobia de los González de aquí contra los González de allá. Así somos, así es este pueblo, así es la tan en boga ``sociedad civil''.
IMSS: Nuestra ley 187
Nuestros medios masivos, prensa, televisión y radio, nuestros políticos, cónsules y embajadores se han llenado la boca con declaraciones contra el maltrato a los mexicanos en California, que ciertamente ocurre e indigna. Pero, también las camionetas volcadas al huir llenas de ilegales, ¿son responsabilidad de la ``Migra''? Las feministas nos han enseñado a detectar el sexismo en el lenguaje por el procedimiento de cambiar el género y observar el resultado. Cambiemos la nacionalidad de prófugos y perseguidores: una camioneta de guatemaltecos ilegalmente colados a México se vuelca, con saldo de heridos y muertos. La prensa de Guatemala responsabiliza a los mexicanos por perseguirlos... ¿cómo reaccionaría nuestra prensa y nuestro ciudadano común?
Añadamos el profundo desprecio de tanto mexicano por nuestros inmigrantes y tendremos así un panorama al que, para seguir con la demostración del fariseísmo nacional, sólo falta añadir nuestra propia versión de la ley californiana 187, la ley del Seguro Social, la cual establece que no se proporcionan servicios médicos ni atención social alguna sino a quienes tienen trabajos regulares y bien documentados por sus patrones, o pagan su cuota voluntaria. No damos servicios médicos o asistenciales ni siquiera a esos mismos mexicanos que sí los encuentran, al menos todavía, en Estados Unidos, mucho menos a centroamericanos ilegales; pero nos escandaliza que allá en California estén en peligro servicios que México siempre ha negado. Faroles de la calle y oscuridad de nuestra casa, autoridades y ``sociedad civil'', tan preocupados por las leyes ajenas, deberíamos modificar las nuestras en el mismo sentido en que lo exigimos al vecino.
Vergüenza para nosotros
Los delincuentes tienen derechos que deben ser respetados: no pueden ser golpeados, maltratados ni sometidos a la venganza del ojo por ojo. Eso es indudable. También lo es que deben ser entregados a la justicia. Y los eufemísticamente llamados ``indocumentados'', las mujeres y hombres que cruzan la frontera de Estados Unidos sin visa, son delincuentes, como lo es el que entra a una casa sin permiso, aunque sea por hambre. La inmigración ilegal es un hecho que debe avergonzarnos a los mexicanos, pues no hemos sabido construir un país en el cual nuestros hermanos encuentren lo que van a buscar fuera. Quien deja la vida ahogado en el río Bravo, consumido en el desierto, asfixiado en los transportes de otros mexicanos, los ``polleros'' , arroja su cadáver en nuestro rostro y es imagen de nuestro fracaso como país, salvo que pensemos, como muchos, que de todo es responsable el monstruo Salinas y el ``neoliberalismo'', esa palabreja gastada por el mal uso y la indefinición. Es fácil poner las culpas en otro, ahora responsable hasta de hacer pelear al PRD (dijo uno de sus militantes); pero si el gobierno tiene su gran porción de culpa por la situación que hace huir del país a millones de pobres, los ciudadanos somos responsables del gobierno que tenemos. Así visto, se requiere mucha desvergüenza para exigir al vecino servicios sociales para quienes han traspasado la frontera infringiendo la ley, servicios que ni aquí, donde no están en la ilegalidad, sino en su patria, hemos sabido proporcionarles.