El 5 de julio de 1995 apareció en el periódico español El País una nota procedente de París y firmada por Enric González, en donde se informaba que la Unión Europea, la Unesco y el Banco Interamericano de Desarrollo iban a contribuir a la financiación de la Fundación Comillas, junto con la Comunidad Autónoma de Cantabria y el gobierno central español. Yo me enteré de la noticia gracias a que el director del Centro de Estudios y Conferencias de Bellagio (creado y sostenido por la Fundación Rockefeller), Don Pasquale Pesce, lo comentó conmigo y me hizo el favor de enviarme después una copia de la nota periodística.
La Fundación Comillas fue creada por la Caja Cantabria, semanas después de la compra del famoso Palacio Comillas, un inmenso edificio neogótico-mudéjar localizado en el norte de España, a 48 km de Santander y a 15 km de Santillana del mar y de las cuevas de Altamira, construido en el siglo XIX para los marqueses de Comillas, pero que durante años había sido sede de la Universidad Pontificia; la Caja le donó el edificio a la Fundación para que desarrollara ``no una universidad tradicional con sus profesores, estudiantes y títulos, sino un centro de pensamiento.'' La idea es reunir a especialistas y estudiosos de distintas materias en esa localidad santanderina, en estancias que varían entre un mes y un año, ``para que reflexionen conjuntamente sobre cómo derribar las murallas entre las ciencias y el arte, sobre cómo pueden convivir la tecnología y el ser humano.'' La nota también menciona varias cifras que marean un poco: la Caja pagó mil millones de pesetas por el edificio y se calcula que su rehabilitación costará unos 3 mil millones de pesetas.
Cuando comenté esta noticia con algunos amigos me expresaron sus dudas de que el proyecto se echara a andar pronto debido a los elevados costos mencionados. Pero en estos días cayó en mis manos un hermoso folleto multicolor impreso a todo lujo y en seis idiomas (español, portugués, inglés, japonés, árabe y otro más que no identifico) que describe el programa de recaudación de fondos de la Fundación Comillas e incluye sus estatutos y una bellísima serie de fotografías del Palacio Comillas y sus alrededores. En este volumen me entero que para formar parte del Patronato de la Fundación Comillas hay que aportar 1 millón de dólares (se aceptan contribuciones menores, pero entonces sólo se reconocen con la titularidad irrevocable de un espacio físico en el Palacio Comillas, como áreas de estudio, biblioteca, capillas, etcétera, asignada según la cuantía de la aportación), y que la meta del programa de recaudación de fondos es de 30 millones de dólares para diciembre de 1998. También me entero de que el marquesado de Comillas fue creado por el rey Alfonso XII para don Antonio López y López (1817-1883) y sus descendientes. Este comillano ilustre, de origen humildísimo, inició su fortuna en la isla de Cuba, regresó a España en 1850, se instaló en Barcelona y se convirtió en uno de los mayores empresarios y financieros del país; aunque él inició la construcción del Palacio, la terminó el II Marqués de Comillas, Don Claudio López Bru, y posteriormente pasó a ser propiedad de la Universidad Pontificia de Comillas. Las ilustraciones muestran un edificio realmente inmenso, que por el tamaño recuerda El Escorial, pero extraordinariamente rico en decorados, azulejos, ventanas, vitrales, balaustradas, columnas y torres; incluso se menciona (y creo que se ilustra) una construcción de Gaudí llamada ``El Capricho''. El Palacio ocupa una colina que sube desde la costa del Atlántico, en donde está el pueblito de Comillas, y domina un paisaje sensacional. Cuando el año pasado se anunció la colaboración de varias organizaciones europeas y americanas con la Fundación Comillas, el director general de la Unesco señaló: ``En una era en que la ciencia forma parte esencial de las decisiones políticas, será muy importante disponer en España, y para todo el ámbito latinoamericano, de un centro de excelencia dedicado a formar dirigentes de la sociedad''. Con una visión menos mesiánica, yo veo la función de esta empresa como una valiosa oportunidad para que los intelectuales y los creadores de los países iberoamericanos y de otras partes del mundo subdesarrollado y en desarrollo se encuentren, y en un ambiente relajado y tranquilo se escuchen y se eduquen mutuamente. Esto no requiere un Palacio tan rico y tan majestuoso como Comillas, pero tampoco estorba. De todo corazón le deseo muy buena suerte en su proyecto a la Fundación Comillas.