Nadie se atrevería a afirmar hoy en día que la música y la ciencia tienen algo en común, menos aún en sus orígenes. La escisión psicótica de nuestra civilización en las ``dos culturas'', como propuso C.P. Snow, ha polarizado el pensamiento humano en dos corrientes aparentemente antipódicas: el arte y la ciencia. Pero esto no fue siempre así. Antaño el universo se intuía como algo coherente, y dentro de él la vida humana tenía un sentido y un propósito, de ahí que por milenios se buscara encontrar la armonía universal donde el hombre sería una de sus resonancias. Hoy que todo parece producto del azar y la casualidad esto no tiene sentido.
Actualmente el arte busca la satisfacción sensual y erótica, mientras que la ciencia resuelve fragmentariamente los misterios objetivos de nuestro entorno y conduce a avances tecnológicos sorprendentes. Pero el arte y la ciencia en la antigüedad fueron vistos como aventuras intelectuales que revelarían la clave del equilibrio universal. El poeta y el científico (desde el astrólogo y el mago) ocuparon una posición privilegiada en la sociedad hasta bien entrado el Renacimiento, y la música desempeñaba un papel fundamental en esa aventura intelectual. Por paradójico que parezca, Kepler y el mismo Newton realizaron sus grandes aportes científicos siguiendo el hilo conductor de una tradición milenaria que afirmaba que el equilibrio universal se manifestaba por las relaciones armónicas de sus sonidos y que éstas a su vez podían expresarse matemáticamente.
Esta ``teoría'', que se antoja en la actualidad completamente absurda, tuvo su origen en una de las primeras revoluciones del pensamiento humano, que marcó el inicio simultáneo de la teoría musical y de la investigación científica. El responsable fue el mítico Pitágoras, del que apenas sobrevive el famoso teorema en las clases de geometría elemental.
Este hombre del siglo VI aC, nacido en Samos, fundó su academia en Crotón e inventó la Filosofía (amor a la sabiduría). Su pensamiento lo estructuró alrededor del concepto de la dualidad y de los opuestos, pero lo más innovador fue que encontró la manera de expresarlo en números, no sólo desde el punto de vista matemático sino simbólico, y esto constituyó la base del pensamiento platónico e inclusive del aristotélico en su metafísica.
Los pitagóricos estaban convencidos que los números eran el principio de todas las cosas, por lo que toda la naturaleza podría expresarse matemáticamente. En la música habían encontrado las relaciones matemáticas, ya que sabían que las escalas musicales podrían representarse numéricamente. Paralelamente, consideraban que la música permeaba todo el cosmos en tres formas: a) la musica instrumentalis, es decir la que genera el hombre mediante un instrumento, b) la música humana, que se genera inaudiblemente en el organismo humano, y que es una resonancia armónica entre el alma y el cuerpo; finalmente la música mundana, que es la que generan los cuerpos celestes en su roce continuo con el éter, conocida también como ``música de las esferas''.
Así, si los sonidos de la música son relaciones numéricas y el cosmos es música, se concluye que todo el universo puede ser expresado matemáticamente. Se antoja suponer que Pitágoras se adelantó varios milenios a la búsqueda de la ecuación general del universo que nuestros físicos persiguen tan afanosamente en la actualidad. Pero toda esta sorprendente propuesta no nació de una pura meditación especulativa sino de una observación acuciosa y precisa.
Iamblichus, uno de los biógrafos de Pitágoras, relata cómo un día el filósofo descubrió en una herrería que al golpear una pieza de hierro con diferentes martillos se producían sonidos que armonizaban. Reconoció los sonidos de una octava, de una quinta y de una cuarta, así como uno disonante entre la cuarta y la quinta. Intrigado por el fenómeno, observó que los diferentes intervalos musicales generados al golpear la misma pieza férrea eran exactamente equivalentes a las relaciones entre los diversos pesos de los martillos. Esta genial observación hubo de comprobarla. Fue a su casa y puso cuerdas de tripa a las que colgó pesos diferentes y haciéndolas vibrar pudo repetir el fenómeno sonoro del taller de herrería. Posteriormente inventó un instrumento, el monocorde, que tenía una cuerda vibrante fija en los extremos y un puente movedizo, con lo que podía acortar el tamaño de cuerda para hacerla sonar en diferentes tonalidades, proporcionales a su longitud. Con ello hizo cálculos matemáticos que definieron los sonidos armónicos y disonantes, y permitió construir la escala diatónica, base de la música occidental.
Pitágoras observó con detenimiento el fenómeno sonoro, planteó una hipótesis de la relación de los pesos, puso a prueba su hipótesis con diferentes métodos, inventó un instrumento, e hizo cálculos matemáticos precisos que lo llevaron a una conclusión válida y universal. Esto es un ejemplo perfecto de lo que ahora llamamos un experimento, y que constituye la base de la ciencia moderna. Seis siglos antes de nuestra era se produjo la primera demostración experimental de un fenómeno físico, que tuvo un profundo impacto en el desarrollo de la música y en el de la ciencia. Quizás por ello Arthur Koestler consideró a Pitágoras como el gran director de orquesta que armonizó y ordenó el caos del pensamiento humano.
Desde entonces la composición musical se desenvolvió alrededor de una serie de reglas armónicas cada vez más complejas, con el propósito de producir música consonante con aquella hipotética e inaudible del macro y microcosmos y posteriormente con la deidad; la forma más directa de comunicar el alma con Dios era la música. Por otra parte, la búsqueda de intervalos y proporciones sonoras y geométricas condujo al desarrollo matemático para estudiar las órbitas y el equilibrio de los cuerpos celestes y descubrir así su magna escala musical.
De ese primer experimento surgieron al mismo tiempo música y ciencia que, a pesar de constituir un tronco común durante centurias, tomaron cursos tan divergentes que ahora no se reconocen la una con la otra.