Horacio Labastida
El 5 de mayo hoy

Quiérase o no, el pasado está en el presente y también en el futuro por la sencilla razón de que los tiempos histórico-políticos y los calendáricos se tocan sólo incidental y no esencialmente, si en cuenta se tiene que el ayer, el hoy y el mañana, en la historia, significan procesos sin solución de continuidad o con cambios cualitativos que procuran organizar a las colectividades en función de ideales o instancias axiológicas. Al contrario, el tiempo calendárico es una invención utilitarista y conveniente en lo cotidiano, en la especulación financiera y en el manejo agrícola relacionado con el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. El tiempo histórico-político es la objetivación de valores y contravalores que fórjanse al interior de la sociedad. Citemos. El pasado insurgente de independencia o el pasado ilustrado y liberal de federalismo y separación de la iglesia y el Estado, o el pasado revolucionario de sufragio efectivo, justicia social y desarrollo con base en los recursos naturales propios, son concepciones, todas y cada una de ellas, que a pesar de las negaciones que enfrentan siguen impulsando la voluntad del pueblo hacia la edificación de una verdadera y no falsa grandeza mexicana.

El 5 de mayo está presente hoy. Unos sí y por supuesto otros no, los ayutlenses dábanse cuenta en los debates de Cuernavaca que su programa contenía suficiente dinamita para colocar a México entre la vida y la muerte, y que precisamente en tan terrible lucha forjaríanse las ideas innovadoras de la salvación. Juárez, ya presidente, contempló consternado el arrasamiento del país en la Guerra de Tres Años, semejante al hecho por la del 47 e igual al que ocurriría años adelante con la invasión francesa y las locuras del Segundo Imperio.

Aunque el desastre anunciaba el fin de la historia mexicana, convertida en añicos por los poderes imperiales que la cercenaron o pretendían destrozarla, asociados a castas fulleras del interior, brillaban no obstante, en medio de las tormentas, luces esperanzadoras del pueblo patriota y dispuesto a defender su cultura frente a la adversidad, profunda actitud esta simbolizada en el 5 de mayo de 1862, cuando en el escenario de los cerros poblanos de Loreto y Guadalupe, reproducíase una vez más el secular y épico conflicto entre los valores supremos de la moral humana y las ambiciones bestiales del poder de la materia y las armas. La victoria de Zaragoza se consumó en Querétaro, hacia 1867, en los momentos en que un rey coronado de sombras y sus allegados cayeron en la tumba del Cerro de las Campanas. Las heridas y los tronos de espinas que laceraban a los hijos de Hidalgo desde el drama del Puente de Calderón, se vieron restañadas al reiniciar la República su marcha hacia un porvenir atribulado, brusco y hostil, cierto, aunque incapaz de arrebatarle la identidad que la define como mexicana.

Aquel pasado es una enseñanza lúcida para el presente y el futuro. La patria no fue deshecha porque el 5 de mayo detuvo al enemigo con los escudos de la ética espiritual del pueblo. Igual que Prometeo, México rompió sus cadenas y azotó con ellas al extranjero impúdico. En nuestro tiempo otros amenazantes poderes buscan arrancar por igual la riqueza y el alma, muy especialmente en los atormentados últimos lustros. La Carta de Querétaro se sancionó para proteger a las vastas mayorías de la población contra el abuso de minorías locales y extranjeras, y por este motivo, gobiernos sólo comprometidos con estas minorías, han desmembrado paso a paso los principios y normas de la Revolución con el fin de adaptar al país a las necesidades del régimen trasnacional que nos está subordinando a sus intereses. Las transformaciones se aceleran cada día más bajo el amparo de ideologías neoliberales que ordenan, en lo económico, la privatización de las propiedades pública y social junto con la proletarización de las clases no opulentas, y en lo cultural, el nacimiento de una conciencia sin aptitud crítica y obediente a los mandamientos de los usufructuarios del poder.

Ahora bien, no se asemeja el inminente caos de ahora al que nos sacudió en los veinte años que siguieron a la invasión yanqui de 1847? No vencerá otra vez nuestra moral a las furias que nos amargan la vida? La respuesta está en nuestros corazones: acaso no el 5 de mayo de 1862 puede ser un 5 de mayo de hoy?