Tanto el PAN como el PRD del Distrito Federal están actualmente en proceso de renovación de sus dirigencias; sin embargo, aunque ambas elecciones internas enfrentan retos semejantes en la actual coyuntura política, los niveles de conflicto que se vislumbran son muy diferentes en cada una de las dos fuerzas opositoras. Las dos contiendas cobran significado a la luz de las elecciones intermedias de 1997, en las que muy probablemente, y por primera vez en este siglo, se elegirá al jefe de gobierno de la capital del país.
Es cierto que dentro de las estructuras de los partidos políticos, los consejos estatales del Distrito Federal siempre tienen un notable peso específico por las dimensiones políticas y demográficas de la ciudad capital, pero hoy esta importancia se ve potenciada por la ampliación de la oferta política que traerá la eventual aprobación de la reforma para el Distrito Federal.
Las diferencias entre los dos procesos de relvo se desprenden de los distintos niveles de cohesión e institucionalización de los dos partidos políticos, lo cual no es sólo consecuencia del origen o la edad de sus organizaciones, sino de la existencia de normas de funcionamiento aprobadas y efectivamente acatadas, así como de estructuras partidarias orgánicas. Para el PAN, esta contienda interna implicará una lucha más o menos fuerte entre aspirantes y los grupos que los respaldan, mientras que para el PRD está en juego la posibilidad misma de mantenerse unido, o de disgregarse.
Para el PAN, la discusión gira alrededor de la posible reelección de Gonzalo Altamirano Dimas, que ha encabezado al blanquiazul capitalino durante los últimos tres años, en virtud de que aunque le reconocen su liderazgo, algunos le reclaman los desfavorables resultados que para Acción Nacional tuvo la elección de los consejeros ciudadanos, mientras un grupo de asambleístas demanda que se abra el partido para que dirigentes medios puedan aspirar a cargos de dirección. Hay diferentes opiniones pero no se alcanzan a percibir fricciones, pues la discusión ha girado en torno a la necesidad de rebasar la etapa de la elección de personalidades para entrar a decidir en función de los diferentes programas de trabajo partidario.
El caso del PRD es bastante más complejo, en primer lugar porque está inevitablemente ligado al proceso de renovación de la directiva nacional; de hecho, cada uno de los aspirantes a dirigir el consejo estatal del partido del sol azteca está impulsado por grupos y corrientes que apoyan a los cuatro candidatos ya registrados para suceder a Porfirio Muñoz Ledo. Pero, además, el proceso capitalino en el PRD ocurre después de 10 meses sin dirección electa (desde que concluyó su periodo René Bejarano), lo cual ha implicado dos direcciones provisionales y varios intentos fallidos de fijar fechas para las elecciones internas, que finalmente llevaron a que la semana pasada en CEN del PRD interviniera, asumiendo virtualmente la dirección del partido en el Distrito Federal.
Estas tensiones entre las distintas corrientes políticas dentro del PRD capitalino han repercutido incluso en el funcionamiento de la fracción parlamentaria de ese partido en la ARDF, que está dividida entre los que apoyan a la actual coordinadora y quienes buscan su cambio. Es obvio que detrás de estos movimientos están, más que la preocupación por que el PRD capitalino llegue a las elecciones del año entrante en las mejores condiciones para competir por las plazas que eventualmente se sometan a elección popular, las ambiciones legítimas de los miembros de la directiva perredista en el Distrito Federal. El problema es si esas ambiciones no están minando no sólo la imagen, sino las bases sociales del partido del sol azteca.
El plato fuerte de las elecciones de 1997 será el Distrito Federal, y los dos principales partidos de oposición ven ahí la oportunidad de ganar, o cuando menos de negociar favorablemente la ocupación de cargos públicos dentro del gobierno (en caso de que los delegados sigan siendo designados); sin embargo, el hecho de que antes tengan que resolver la renovación de sus dirigencias locales los coloca ante el desafío de evitar que ésta vaya a ahondar las diferencias y tensiones internas existentes.