La muerte ascendía clara a los infiernos, amante de los toreros, rendida bajo el peso de los juegos de la hermosa morena del sordo latir. Yo me veía gemir entre luces, mientras en las afueras de la plaza bebía cerveza oscura recordando faenas y caricias, como las otras tardes, pero ahora sin mi morena, la de los ojos graves, pelo negro, pecho leve, pierna larga, fina mano, boca risa. Estaba con la tristeza de las cosas muertas oyendo un canto de muerte que me desgarraba, con la bruja guitarra matándome por adentro. Había muerto Luis Miguel Dominguín, en la Cádiz gitana.
Las sombras bajaban lentas sobre el mar Mediterráneo y la tristeza también. El torero estaba muerto. A mí no me importaban las horas ni los días ni los años que no pasaba con mi morena. La tristeza me invadía; ni toreros ni toros ni mi morena. Solo, muy solo, asistía a la despedida del último torero de mi generación.El recuerdo de mi morena era soledad de ojos de gamuza inteligente, llanto que descendía por las playas gaditanas para perderse en el ruedo de su plaza, como los oles! por el graderío, como en otras tardes, en la incierta condición del deseo poblado de recuerdos.
Qué recuerdos!, cuántos recuerdos!: mi morena entregada en tardes triunfales de toros, mi morena geometría taurina, tacto que pasaba y se apagaba para quedarse quieto en los ocasos. No se escuchaba el paso doble, sólo el clarín de muerte, mucho menos los soleares, las seguidillas gitanas, las malagueñas y ni siquiera los fandaguillos para los turistas.El aire estaba muerto, como en presencia amorosa de mi morena, y el aire no la agitaba. El aire, la vela, no la movía. La caricia no aparecía, no se sentía. Vamos, ni siquiera un leve escalofrío. Mi morena estaba muerta. Como el buen torero muerto. Como tantas otras tardes.
Sus manos en el aire quieto, sus pechos caídos, que no levantaba el aire, sus manos en el pelo dormido, como otras tantas tardes. Las faenas muertas, sin calor, sin fuerza, sin nada de nada, sin siquiera pornografía torera; sola la muerte sin límites ni formas, cuadrados sin ángulo ni lados ni circunferencias, sin puntos; vino avinagrado, resentimiento amargo sin caricia, ausencia profunda como otras tardes. El torero muerto se escondió y no se encuentra, lo busco desesperado en sus ojos y no está. Sólo ojos en sombras y cárceles oscuras. La busco en los musgos y se me escapa. Sólo silencio debajo de la sábana blanca, temblor que se para y desaparece. Sólo una cortina de espinas y erizos y el recuerdo de sus grandes faenas que no encuentro, se me fueron, busco y no encuentro.
Sólo caricatura de lo que fue y ya no es. Necesito la caricia morena la tengo aquí dentro, entre los ojos, enmedio del pecho. La necesito y la recuerdo para vibrar como él vibraba con las mujeres, y está muerta. La busco en las mañanas, al mediodía, en las tardes y en las noches, en las madrugadas, y no aparece.
Sólo me queda el recuerdo de mi morena en tardes toreras con las grandes faenas de Luis Miguel, pero qué recuerdo!. Sí el recuerdo de su pecho leve, hombros, carne morena, su piel suave y su vibra que es aire, la vela vela, pasos que eran formas del pasado, sangre vibrante que era lamento. Dónde estás pellizco moreno?, dónde, duende vibrante?, dónde la torería andante?, dónde el torero muerto Luis Miguel Dominguín?