El comportamiento de la economía chilena durante la última década es motivo de elogio entre amplios círculos de la sociedad latinoamericana. Se destacan su elevado ritmo de crecimiento, que en el periodo 1986-1995 fue de alrededor de 8 por ciento anual; que esta elevada dinámica económica no ha generado un déficit externo que haya tornado inviable el sostenimiento de este crecimiento (en la actualidad, la economía muestra un superávit en el balance en cuenta corriente); que la tasa de desempleo ha descendido de más de 9 por ciento en 1987 a alrededor de 5 por ciento y que la inflación ha ido disminuyendo gradualmente en este periodo, ubicándose en la actualidad en alrededor de 8 por ciento anual. En resumen, la economía chilena a diferencia de las de otros países latinoamericanoscrece sin que esto provoque desequilibrios macroeconómicos, esperándose que en los años siguientes pueda mantenerse esta dinámica, apoyada por una inversión equivalente al 27 por ciento del producto. Aún más, el temor es que este ritmo de crecimiento esté sobrecalentando la economía chilena y pueda generar presiones inflacionarias. Por ello, el gobierno ha señalado que intentará que en 1997 la expansión del producto no supere el 6.5 por ciento.
Es efectivamente la economía chilena un caso tan ejemplar como lo señalan tanto su gobierno como las agencias internacionales de financiamiento?Desde nuestro punto de vista, el éxito económico de un país no sólo debe ser evaluado en términos de crecimiento sino que un criterio tan importante como éste debe ser el de la distribución de los beneficios del crecimiento.
La dictadura militar que usurpó el poder en 1973 modificó drásticamente la distribución del ingreso relativamente equitativa, para los patrones latinoamericanos, que el país había venido logrando a partir de la década de los cuarenta. Las transformaciones económicas, apoyadas en la coerción política y social, condujeron a un traslado masivo de riqueza desde los sectores medios y pobres hacia los ricos, llevando a que el patrón de distribución del ingreso del país pasase a adoptar características típicamente latinoamericanas. El retorno a un régimen democrático con restricciones no ha modificado el patrón distributivo establecido durante el régimen dictatorial. De este modo, la inequidad ha pasado a constituirse en un rasgo estructural de la economia chilena, el que no ha tendido a atenuarse no obstante el prolongado y elevado crecimiento de esa economía durante la última década. Algunos antecedentes que sustentan esta afirmación se encuentran en el trabajo de Rafael Agacino ``Cinco acusaciones 'virtuosas' del desarrollo económico chileno y orientaciones para una nueva política económica''. Entre 1992 y 0994, la participación en el ingreso del 20 por ciento más pobre de los hogares descendió de 4.9 a 4.6 por ciento, mientras que la del 20 por ciento más acomodada subió de 55.5 a 56.1 por ciento. Esta tendencia puede ser compatible con un aumento simultáneo de los ingresos de todos los estratos, lo que significaría que el incremento en los ingresos de los sectores más ricos es más acelerado que el de los pobres, pero éstos también resultarían beneficiados dado que su nivel absoluto de ingreso también crece. Sin embargo en Chile, entre 1992 y 1994, el 10 por ciento más pobre de la población no sólo ha visto disminuida su participación relativa en el ingreso, sino que, además sus ingresos medios descendieron en 6.6 por ciento. Entonces, el perfil distributivo inequitativo alcanzado durante la dictadura se ha profundizado en los últimos años de tal modo que, en 1994, un millón 100 mil personas se apropiaban del 41 por ciento del ingreso mientras que, en el otro extremo, a un millón 700 mil le correspondía el 1.7 por ciento del ingreso nacional.
Esta característica es corroborada por el descenso en la participación de los salarios en el producto, a las vez que aumenta la correspondiente al excedente económico, en el cual se incluyen las ganancias. Entre mediados de la década pasada y 1993, la parte del ingreso de la que se apropiaron los asalariados cayó de 35 a 33 por ciento, mientras que la correspondiente al excedente subió del 38 al 44 por ciento.
Aunque los conflictos distributivos son notablemente más agudos en un contexto de estancamiento económico que en uno de crecimiento, el comportamiento de la economía chilena en este plano está mostrando, nuevamente, que no necesariamente los beneficios de la expansión económica conducen a una sociedad más equitativa y liberada de confrontaciones.