Contra la creencia ha sido normal en la historia que el porvenir sea profetizado. Ortega y Gasset dice haber coleccionado pronósticos atinados que en cada época se han hecho sobre el porvenir. El problema es que si Macaulay, Tocqueville y Ramond Aron, entre otros, no se han equivocado en sus predicciones sociológicas, tampoco se han metido a predecir a corto plazo. Los grandes brochazos les funcionaron pero no hablaron de los acontecimientos a corto plazo; Raymond Aron no imaginó la caída de la URSS. J.B. Duroselle, sí, en 1981, pero no le puso fecha.
Por lo tanto, a 50 días de las elecciones presidenciales rusas, no sabemos cuáles angustias reserva el tiempo presente a Rusia. Ganará Ziuganov? Ganará Yeltsin? De ganar Ziuganov, llegaría al poder? El 50 por ciento de los electores potenciales no sabe para quién votará o no quiere decirlo. Ni podemos saber cuántos votarán en esos días de junio y julio, cuando todos los rusos estarán trabajando con furor su pequeño huerto. Corre un chiste en Rusia según el cual la alternancia ha funcionado desde 1917: al jefe calvo le sigue un jefe con mucho pelo. Después del calvo Lenin, vino el ``maravilloso georgiano'', Pepe Stalin, el del bigote y el pelo tupido; luego surgió el calvo Nikita, seguido por Brezhnev, el de la espesa cabellera, quien dejó el paso al calvo Gorby, quien cedió la silla al zar Boris... Ziuganov es calvo.
Jeffrey Sachs, quien asesoró al gobierno ruso de 1991 a 1994, dice que hay círculos viciosos y otros virtuosos. Si una reforma económica arranca bien, logra el apoyo de la sociedad, lo que da al gobierno la legitimidad para profundizar la reforma, lo que atrae inversionistas. Según él, Polonia, Chequia y Estonia entraron en un círculo virtuoso. Para Rusia, por más que la reforma haya tenido aspectos positivos, el círculo es vicioso. Los reformistas de 1992 empezaron muy tarde y en condiciones muy adversas; cometieron el error de descuidar la defensa social de los pensionados y de los asalariados; no recibieron apoyo financiero internacional. En consecuencia la inflación tardó en bajar, golpeó a la mayoría, lo que permitió a los tecnócratas y a los hombres del aparato soviético retomar el poder financiero y económico. Eso significó saqueo y corrupción, bajo la máscara de la privatización.
La primera etapa de la privatización (1992-1993) fue positiva, bastante correcta y transparente. El asalto vino después de la salida de los demócratas, especialmente en 1995, cuando la nueva vieja élite se apoderó del sector minero y energético, tejiendo una red muy cerrada con algunos bancos. Eso desprestigió al programa reformista y a los demócratas, y su derrota se tradujo en una línea dura política, la violación de los derechos humanos y la tragedia de Chechenia.
La ironía del destino es que ahora, sin los demócratas, el Occidente descubre la situación y da rápidamente 10 billones de dólares a Yeltsin (en 1992, dieron uno, a duras penas); ahora, cuando 79 por ciento de los rusos dicen que la economía andaba mejor antes de la perestroika, cuando sólo 37 por ciento espera algo de las reformas económicas, cuando 51 por ciento cree que, en política, crece la anarquía, y sólo 11 por ciento piensa que la democracia progresa. Es demasiado tarde para tener un impacto sobre las elecciones. El problema es que si gana Ziuganov va a cerrar otro círculo vicioso: se lanzará en una espiral descendente económica para mayor desesperanza de la gente que, entonces sí, estará pronta a seguir a quien le proponga la aventura interna y externa.