Un 15 de mayo, siendo Jaime Torres Bodet secretario de Educación, exponía en su discurso del Día del Maestro cómo México concebía a la escuela pública y al magisterio en los difíciles momentos que se vivían a la mitad de los años 40: ``queremos que nuestra escuela sea una escuela activa de democracia, donde se prepare a los próximos ciudadanos para la paz, para la libertad y para la justicia. Y, a fin de que esa escuela cumpla con fines más elevados, resultará indispensable que el maestro se sienta invariablemente el depositario vital de las grandes normas que, como metas de su progreso, se ha fijado nuestro país en su intensa lucha por convertir en verdad y en verdad total su ansiedad de independencia''.
Al delinear esa escuela para la democracia, la paz, la justicia, la libertad y la independencia, Torres Bodet recurría a la más pura tradición del pensamiento educativo mexicano: la educación como constructora de la identidad nacional y del porvenir. Hoy, cuando nuestro país atraviesa por otros momentos difíciles que exigen a los mexicanos inteligencia, fortaleza y unidad para garantizar los mismos principios de libertad, justicia e independencia y para avanzar en las metas nacionales de prosperidad para las grandes mayorías con democracia y paz, cobra fuerza la convicción de que la educación es la llave maestra para superar los problemas del país y para potenciar sus capacidades, y que el sustento de la misión educativa está en las maestros y los maestros.
En los de ayer y los de hoy: los que han guiado a innumerables generaciones y los que continúan haciéndolo en todos los rincones de nuestra geografía y las más de las veces en condiciones adversas, respondiendo a una vocación y a un compromiso con sus gentes y su patria. En los de ayer, vidas dedicadas a transmitir eso que hoy resulta la mayor fortaleza de la nación: memoria y sabiduría. En los maestros jóvenes que ante sus primeros grupos empiezan a entender que en el proceso de enseñar se aprende.
Los maestros hemos sido parte fundamental del cambio progresista en nuestro país, promotores sociales en nuestras comunidades y baluartes lo mismo en el conocimiento del mundo que en la preservación de valores e historia. El normalismo mexicano como la escuela pública se encuentra entre las principales fortalezas culturales de la nación, como una rica reserva para poner el avance del conocimiento al servicio de una formación profundamente humanista y social. Es la visión humanista y social que se encuentra a la base del normalismo nacional y que ha impregnado la historia del magisterio mexicano, una decisiva contribución para que, en la actualidad, los avances técnico-pedagógicos y los cambios en la organización y administración del sistema educativo continúen defendiendo y apoyen la superación de la educación pública de calidad, laica, gratuita y para todos y orienten la educación nacional con una perspectiva que ponga por delante la formación integral de mujeres y hombres y la revaloración del papel del trabajo, por encima de concepciones estrechamente productivistas y de corto plazo.
Los maestros estamos llamados a desempeñar un papel de avanzada en la generación y desarrollo, entre los niños y los jóvenes, de actitudes y valores que respeten la diversidad, fomenten la discusión abierta y constructiva, promuevan las convergencias y el entendimiento, favorezcan la cooperación e inventiva, dignifiquen el trabajo, protejan el medio ambiente y preserven los derechos humanos, reconozcan la importancia del pasado en la construcción del futuro, y contribuyan a una convivencia armónica entre los pueblos. En nuestra aldea global de comunicación electrónica interactiva, los maestros desempeñan y seguirán haciéndolo un papel insustituible en las relaciones humanas, en los contactos decisivos de las nuevas generaciones con el mundo, en la transmisión de conocimientos y en la formación de valores y actitudes.
Para ello, los maestros requerimos recuperar lo mejor de nuestras tradiciones y asumir las nuevas condiciones y retos. La dignificación de la labor magisterial y la recuperación de su valía social demandan de los mismos maestros, de las autoridades educativas y de la sociedad, respuestas claras y precisas; fortalecer el normalismo, proseguir de manera efectiva con la profesionalización de su labor y reconocer económicamente la importancia de su esfuerzo y contribución al presente y futuro de la Nación. El porvenir de México se encuentra ligado estrechamente al de la educación, por eso todos los acuerdos, planes y proyectos deben estar respaldados con recursos suficientes; de otra manera corremos el riesgo del estancamiento, la frustración y el retroceso.
No podrá caminarse en este sentido si los maestros siguen llevando a la escuela el agobio de su malpago, de la renta vencida, del alto costo de la vida... Los tiempos que corren son difíciles para todos, quizás por eso lo más importante sea demostrarles a los maestros mexicanos que los días y las noches de preparación y sacrificio han valido la pena. Que nuestra esperanza en un mejor mañana tiene bases sólidas, porque ellos siguen presentes.