Luis Linares Zapata
Tolerancias y aportaciones

Del sindicalismo oficialista pueden predicarse dos cosas respecto de su actualidad. Una es su resistencia al cambio democratizador buscado por la sociedad desde hace, por lo menos, treinta años. La otra es su escasa o nula participación en el tratamiento o la definición de los asuntos primordiales que se vienen enfrentando. Las ríspidas relaciones con Estados Unidos es uno de ellos.

El pasado primero de mayo, segundo consecutivo en que los sindicatos agrupados en el Congreso del Trabajo fueron incapaces de tomar la calle y concurrir al zócalo de la nación, refleja, con dramática exactitud, la erosión de su accionar y el aislamiento de su caparazón. Lejos quedaron los tiempos cuando contribuyeron a configurar gran parte del llamado ``milagro mexicano''. A ellos se les puede reconocer parte sustantiva de la prolongada paz social de que se gozó. La productividad de la fábrica nacional se alcanzó, en mucho, por el esfuerzo de los trabajadores y de ahí el crecimiento acelerado del modelo estabilizador. El prestigio social de su fuerza recibió puntual gratificación política. El ascendente nivel de bienestar fue fruto de sus logros salariales. En resumen, aportaron progreso, estabilidad, movilidad social y bienestar. Ingredientes básicos de un modelo de gobierno deseable.

Pero todo lo anterior tuvo un elevado costo de exclusiones, violentas muchas de ellas o cuando menos contrarias a un espíritu generoso y visionario. El autoritarismo llegó a extremos criminales en varios y documentados casos. Aquéllos que no se doblegaron o que simplemente pensaban distinto fueron expulsados del paraíso y no se les reconoció lugar alguno. El pleito fue total y hasta sus últimas consecuencias. De esa lucha surgieron las corrientes sindicales democratizadoras que tanto contribuyeron a cimentar, entre los mexicanos, el respeto al pluralismo y a los derechos de las minorías, bases de la nueva cultura ciudadana. Los trabajadores, por su falta de capacitación y sus ataduras autoritarias dejaron sin contenidos al modelo anterior y prolongaron su agonía dentro del neoliberalismo siguiente. El Congreso del Trabajo retiene, eso sí, sus reflejos de sumisión y mando sobre el sacrificio generalizado. La ruta del cambio y la modernidad pasa, en los tiempos presentes, por esos agrupamientos que, desde los años cuarenta, se fueron desprendiendo del sindicalismo oficial y, en días recientes, por esos otros que a ellos se les suman (foristas).

Ahora, como conjunto sindical, el oficialismo ha dejado de participar en el diseño de las opciones sociales, no aporta elementos para conformar la creciente cultura ciudadana y muestra los síntomas de su deterioro tanto entre la población como dentro de su mismo partido político (PRI). Para los demás trabajadores que son cada vez menos sindicalizados, más ``blancos'' y disidentes, ha dejado de ser, como alguna vez fue, la referencia inevitable. De perseverar por esa ruta, más temprano que tarde, el a sí mismo llamado Congreso del Trabajo, dejará de ser interlocutor confiable del poder político como ya no lo es en lo electoral. Su ausencia y achicada voz se nota también en su disminuido rol frente al continuo fluir de los acontecimientos nacionales.

Las relaciones externas son caso ejemplar. El paso de socios desconfiados entre Estados Unidos y México que marcó al desarrollo estabilizador, respecto de la posterior integración neoliberal, no ha tenido pausa ni reflexión. La globalidad tomó a México en uno de sus ciclos depresivos, quizá el más pronunciado de su época posrevolucionaria. Los pasados treinta años han sido de caídas e inicios titubeantes. Un doloroso declive casi en todos los órdenes de la vida organizada del país. Aún considerando los últimos tiempos del llamado Nacionalismo Revolucionario (70 a 82) donde el ritmo de crecimiento fue aceptable (5 o 6 por ciento), el explosivo destape de la deuda externa denunciaba una expansión y un exceso de consumo financiados con el ahorro externo y tremendos déficit fiscales (deuda interna). Dicha debilidad se acentuó, claro está, durante los aciagos años de la reconversión desigual (85 a 95). En este periodo de dependencia implícita, fueron signadas las negociaciones iniciales para darle forma al TLC y a todo aquello que se dejó, con penosa claridad y conciencia, fuera de los acuerdos (migración, asuntos laborales). Pero lo innegable de las relaciones externas iniciadas bajo el modelo implantado desde el 89, son sus múltiples y multiformes puntos de contacto entre los dos países (México y Estados Unidos), así como las crecientemente intolerantes actitudes para irlos sobrellevando. Todo indica que nos acercamos a un punto de crítica inevitable que recabe informes y datos, perciba rumbos y trace propósitos, que deshaga entuertos y tumbe santos, para enjuiciar, sin recatos y temores, todo aquello que durante los iniciales años de la vigencia del TLC nació torcido o se dejó de lado. Análisis y revisión que no se hizo en particular desde las cúspides del poder público, de la gran empresa, el sindicalismo oficial, del clero y el ejército, de la televisión y los gobiernos estatales porque en la academia, el periodismo, la oposición partidista, la sociedad de base y en ciertos segmentos del mismo gobierno se ha venido intentando la revisión y los ajustes no sin frustraciones y penalidades. Hoy que vemos y oímos cómo se acusa al gobierno de tendencias ``socialistas'' inexplicables aún para el más fiero de los reaganianos; que se exige la venta de lo poco que los mexicanos no quieren vender (Pemex); que garrotean y persiguen a los emigrantes; que no quieren seguir prestando dinero porque ven aumentar el ``riesgo país'' y desean tener a otros capos mexicanos en sus tribunales sin destapar las propias cloacas, es cuando contemplamos, con la premura de las juntas interparlamentarias y sus correlatos binacionales, la necesidad de hacer cortes de caja antes de desembocar en conflictos que serían insostenibles para ambos países, pero un poco más temibles para este México postrado, desunido y sin rumbo. Todo parece indicar que en varios asuntos se ha llegado a tocar el margen extremo de la tolerancia.