Teresa del Conde
Spano: el desnudo

Luciano Spano, nacido en Italia en 1959, radica en México y está integrado a nuestro panorama artístico desde hace más de tres lustros. Se considera pintor mexicano y es adorador de José Clemente Orozco, aunque no acusa influencia del gran jalisciense. Es egresado de La Esmeralda aunque también tomó cursos en San Carlos y guarda veneración a un maestro suyo (de La Esmeralda) que por lo visto contribuyó radicalmente a su formación: Ignacio Manrique Castañeda, el distinguido grabador. Luciano es un artista dotado, disciplinado, trabajador. Ha recibido varias distinciones tanto en el salón joven de Aguascalientes como en el ya desaparecido Salón Nacional de Artes Plásticas. De un tiempo a la fecha se ha dedicado con tenacidad cercana a la obsesión a analizar las apariencias del cuerpo humano, tanto femenino como masculino.

Dada su formación y su historia personal yo creo que resulta comprensible su elección. El cuerpo es bello, deseable, querible, independientemente se su morfología. Igual que sabemos que es el instrumento del ánima (y no parece haber ánima sin instrumento que la exprese) todos sabemos que perece. Entre otras razones es por ésta que la trasposición artística del cuerpo ocupa lugar princeps en la historia del arte. Luciano Spano no desdice sus raíces italianas, que arrancan de Miguel Angel pasando por los antecedentes que depara Signorelli en Orvieto para transitar por Rodin y establecer una sesgada mancuerna con un pintor, también italianizante, ya desaparecido, a quien según veo las cosas Luciano ha admirado: Francisco Corzas. No es que entre ellos se parezcan pictóricamente, pero algo hay en el joven que recuerda a aquel maestro, contemporáneo de Cuevas, de Tomas Parra y de tantos otros, prematuramente desaparecido a través de un proceso que me permito denominar ``suicidio blando''. De eso no hay nada en su joven colega que como todo sobreviviente está decidido a proseguir hasta sus últimas consecuencias por los difíciles y aleatorios vericuetos de la pintura. Pintura que convive, cual debe ser en cualquier rama y modalidad de las artes plásticas, con un continuo ejercicio del dibujo.Spano exhibe actualmente en la Galería de Oscar Román (Anatole France, Polanco) una serie de desnudos, todos al óleo y en diferentes formatos, que configuran un anticipo de su próxima nutrida exposición en el Museo del Chopo. Hay trabajos que aun cuando pueden ser considerados como ejercicios son piezas conclusivas. Al contemplarlos el espectador no desearía que tuvieran acabado o añadido más. En cambio hay otros que suscitan preguntas: la distorsión, siempre legítima se debe a un propósito realmente buscado, como se percibe en los escorzos? o bien: es producto de apresuramiento y por lo tanto de presión autoimpuesta?. Siempre trabaja con modelo, pero debe advertir que los desnudos de Spano jamás pretenden ser naturalistas (a lo Courbet) aunque sí ``realistas'', es decir, si bien se perciben gestuales, pretenden captar los rasgos fundamentales del modo en que el cuerpo del hombre o de la mujer son sentidos en el momento en el que se esbozan en la tela sus lineamientos básicos. El gesto de este pintor es amplio, no ajeno a los procedimientos de la pintura abstracta, que en su aspecto lírico resulta ser catártica. Pero la simple catarsis con no poca frecuencia resulta ser nociva para la pintura; felizmente aquí hay algo más que catarsis: dedicada práctica cotidiana. Spano es proclive a privilegiar una cierta gama colorística que es casi arpegio monocromático: usa carmines, bermellón, tierras, ocres, blancos mezclados, negros sobre una base ya coloreada en rojo-óxido a partir de la cual se van extrayendo luces y sombras, realzadas con veladuras. Se afianza al claroscuro como punto básico en sus escuetas composiciones y en esto encuentra su propia retórica, deudora en ciertos casos de Rembrandt, o al menos así es como yo lo siento. Ocasionalmente, introduce azules en los fondos, que siempre son neutros. No hay complemento alguno en lo que propone: sólo los cuerpos, actuantes, gesticulantes, posando a veces a la manera de los ignudi de la Sixtina (que parece conocer muy bien), o simplemente ofreciendo las entonaciones y texturas de sus carnes desnudas iluminadas por una luz cálida, que pone en relieve los accidentes de la piel. Con estos recursos alcanza efectos de gran impacto. Ocasionalmente, una franja vertical u horizontal sugiere un ámbito, cosa que en lo personal me parece un acierto y que debiera quizá explorar más.

Tiene el tino de titular sus pinturas. De otro modo todas serían ``desnudo 1; desnudo 2"; etcétera. Al nominarlas las personaliza indicando una tendencia afectiva hacia ellas: actitud romántica para nada despreciable. Menciono algunos de sus títulos: Uomo di mare, Victoria, El incrédulo, Lontano da me, Piedra filosofal, Recuerdos. Sus títulos no tienen que ver con algo que él se propone de antemano, pues bautiza una vez que el cuadro está concluido asociando las palabras a la morfología y gestos de sus cuerpos. Estos no son personajes, no tienen identidad: son sólo cuerpos que se describen a sí mismos.