En dos ocasiones posteriores al Día del Trabajo, el 2 y el 11 de mayo, el presidente Ernesto Zedillo pareció responder al multitudinario desfile de independientes y disidentes que llegaron al Zócalo capitalino para protestar por las difíciles condiciones salariales, el desempleo y los escasos resultados de las medidas para revertir la crisis económica.
El 2 de mayo llamó la atención que criticara al sindicalismo ``que sólo ve hacia el pasado'', a cuyos integrantes advirtió: ``Se arriesgan a perder el futuro''. En esa fecha, 24 horas después del Día del Trabajo, el mensaje presidencial definió al nuevo sindicalismo como aquel ``renovado por sus valores, que está llamado a ser un valor fundamental de estabilidad política y de equidad social''.
Apenas pasaron nueve días cuando, el 11 de mayo, el Presidente dijo que los trabajadores ``rechazan la demagogia que promete frutos fáciles en el corto plazo sin explicar cómo lograrlos''. Según Zedillo, los obreros ``no confían en el juego de quienes se ocupan, todo el tiempo, en rechazar ideas o modelos que sólo existen en el léxico y no en la realidad de los problemas; no caen en el juego de quienes en vez de expresar la crítica, que siempre es bienvenida y útil, lanzan el insulto''.
En los dos casos, el 2 y el 11 de mayo, el mensaje presidencial se produjo en actos de organizaciones el sindicato de mineros y la CROM en donde el viejo sindicalismo se ha convertido en un feudo antidemocrático, y en donde los derechos laborales de los trabajadores sólo sirven para enriquecer a caciques obreros. El mensaje, en los dos casos, va dirigido a los disidentes del sindicalismo oficial, a quienes mediante el peso presidencial se quiere empujar de nueva cuenta al redil.
En realidad, la reacción del mandatario después del Día del Trabajo es la primera respuesta y por eso la más importantea la fractura que el 1o. de mayo se expresó explosivamente en el Zócalo y que hizo tambalear las enmohecidas estructuras del sindicalismo oficial, ese que se preocupa más por garantizar votos que por el bienestar de sus agremiados.
Cada vez es más evidente el desprendimiento de importantes sectores del llamado sindicalismo oficial, que durante décadas resultó ser el soporte electoral del PRI y de los gobiernos emanados de ese partido, que se han pasado más de medio siglo prometiendo el bienestar para los obreros.
En el fondo, el regaño presidencial tiene que ver con una serie de acontecimientos políticos, todos ellos de corto plazo, que podrían llevar al partido del gobierno a la peor, de por sí, crisis de su historia. En los próximos días habrá de renovarse la dirigencia del Congreso del Trabajo, instancia que, según los disidentes del oficialismo, debe desaparecer. El CT es el mejor ejemplo del corporativismo, caciquismo y de prácticas sindicales antidemocráticas. Es una organización que sólo ha servido para avalar los programas gubernamentales de mayor empobrecimiento de los trabajadores y para operar los procesos electorales, como el de 1997. Por eso la importancia de la nueva dirigencia del CT y por eso se carga todo el peso presidencial en criticar a los disidentes.
Pero además son ya muchas las evidencias de acercamientos entre esa disidencia obrera con embrionarias organizaciones o agrupamientos que en 1997 buscarán incursionar en la lucha electoral y que bien podrían capitalizar el descontento de importantes y numerosos sindicatos aún oficiales pero corridos a la disidencia.
Cuando Ernesto Zedillo dice que los sindicatos que sólo ven al pasado se arriesgan a perder el futuro, sabrá de los años que tienen al frente de los sindicatos los viejos líderes. Sabrá de las fortunas de estos dirigentes. Conocerá de las corruptelas, del tráfico de plazas, de lo que tiene que hacer un trabajador para alcanzar un ascenso.
Cuando Ernesto Zedillo dice que el sindicalismo renovado por sus valores es aquel llamado a ser un valor fundamental de estabilidad, sabrá de lo antidemocrático de los sindicatos oficiales. Conocerá de las mafias que en no pocos casos han llegado a la violencia y al asesinato para mantener el control obrero.
Cuando Ernesto Zedillo dice que los trabajadores rechazan la demagogia, la salida fácil de quienes critican, habrá conocido las demandas de los miles que marcharon al Zócalo el Día del Trabajo.
No es necesario realizar encuestas, pero una elaborada y publicada ayer por El Universal muestra que 80 por ciento de los trabajadores encuestados considera a los líderes sindicales como ``corruptos'', 68 cree que son ``irresponsables'' y 51.2 por ciento los ve como ``incapaces''. El 35.1 por ciento cree que los sindicatos se preocupan ``nada'' por los trabajadores y 30.9 cree que ``poco'', mientras que 76.9 por ciento estima que el gobierno se preocupa ``nada'' por los obreros. Quién perderá el futuro si sigue viendo al pasado?