El planteamiento de entrada (capítulo 1) del Programa de Ciencia y Tecnología 1995-2000, presentado por la SEP y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), es la formación de profesionistas de alto nivel; ``con más personal calificado es posible elevar la calidad de la investigación científica. Enseñanza e investigación deben estar a cargo de individuos competentes, de otra manera, mucho de lo que se haga en este campo puede no trascender''.
Este Programa, que ha de entenderse como complemento del Programa de desarrollo educativo de la SEP presentado con anterioridad, pone el acento en el nivel del posgrado, especialmente en el doctorado, sin dejar de aludir a la necesaria mejora de las licenciaturas.
Entre los ciclos 1990-1991 y 1995-1996 el número de los estudiantes que realizaron estudios de posgrado creció sustantivamente: 68 por ciento, equivalente a 76 mil 945 estudiantes que, sumados a quienes cursaban sus estudios de posgrado en el extranjero, llegan a la cifra de 80 mil 305 estudiantes mexicanos, de los cuales 4 mil 527 cursaban algún doctorado.
De acuerdo con el Programa, si se atiende a las cifras de crecimiento, no hay duda de que el esfuerzo de las instituciones responsables ha sido muy considerable; ello no obstante, la cifra total de estudiantes de posgrado representa apenas el 4.9 por ciento de la matrícula de licenciatura. ``Hay mucho por hacer'', reconoce el Programa. ''...Este número debería ser considerablemente mayor, ya que los egresados de los cursos de posgrado constituyen el personal mejor preparado del país y también el más necesario, cuanto más dinámico sea el desarrollo nacional''.
De otra parte, junto al reconocimiento de la significativa cifra de crecimiento de la población escolar en posgrado, el Programa apunta diversas deficiencias y baja calidad en muchos de los programas de posgrado existentes en las instituciones educativas. En diversos casos, los egresados no alcanzaron la capacitación suficiente para el trabajo productivo o para la investigación. El origen de estas deficiencias se halla en la insuficiente preparación de los profesores, en las carencias académicas de los alumnos (reflejo de la calidad educativa de los niveles previos), en una selección inadecuada de los aspirantes, y en el hecho de que una proporción importante de la población escolar del posgrado, por falta de recursos, no se dedica de tiempo completo a sus estudios.
Parece claro que la estrechez del posgrado nacional y la baja calidad de muchos de sus programas no pueden resolverse con acciones dirigidas al posgrado para sí mismo. Con frecuencia los aspirantes en algunos programas de posgrado son admitidos sin que cuenten con una preparación adecuada y suficiente en la licenciatura. Pero ocurre también que cuando los programas de admisión son exigentes, los posgrados alcanzan altos índices de excelencia, pero con muy pocos alumnos. De otra parte, si por alguna razón de pronto hubiera una demanda incrementada al posgrado, no habría suficiente personal académico de alto nivel para atenderla, se echaría mano de personal académico menos calificado y el resultado sería de estudiantes deficientemente preparados.
Estos círculos viciosos sólo pueden ser rotos si se ataca el mayor número posible de frentes simultáneamente, y ello exige recursos en volúmenes considerables, los que, desde luego, deberían ser canalizados a la brevedad, si es cierto, como parece reconocer el gobierno, que el futuro del país tiene su pilar fundamental en el capital humano.
Pero los recursos no lo son todo, ni mucho menos. Son igualmente importantes la calidad, la profundidad, la precisión de los programas. En este sentido, tanto el programa de desarrollo educativo, como este de Ciencia y Tecnología, son excesivamente generales en sus líneas de política, para deducir de ellos acciones concretas que efectivamente puedan responder y alcanzar las metas que los propios programas educativos señalan.
Es claro que para contar con buenos aspirantes al posgrado, es necesaria una mejora sustancial y continua de las licenciaturas. Justamente el personal académico de alto nivel para las licenciaturas se puede formar gradualmente, aunque su velocidad debe ser creciente, en el nivel de posgrado. Pero la formación de profesores de alto nivel en la licenciatura no puede ser dejada al azar, y tal es el peligro que hay si la principal política consiste en elevar el monto de las becas que se ofrecerán a los alumnos de posgrado.
Faltan aún diagnósticos profundos de las licenciaturas. Es necesario atender a la estructura de los conocimientos, disciplina por disciplina. Distinguir entre áreas básicas y áreas profesionalizantes, detectar en qué áreas en cada licenciatura están ubicados los profesores con mayores deficiencias; esclarecer en profundidad los criterios que deben guiar los planes de estudio de cada licenciatura; evaluar si los sistemas de evaluación de la promoción de los estudiantes son o no los adecuados a nivel de asignatura, entre muchos otros factores. Sólo diagnósticos de esas características permitirían tomar decisiones precisas acerca de cuáles profesores, en qué ramas, con qué características y con qué ritmo habría que formar en el posgrado sólo para mejorar las licenciaturas.
Siendo la cúspide el nivel más importante (el doctorado), puede resultar excesivamente marginal lo que en ese nivel puede hacerse directamente, sin una acción masiva en el posgrado, con miras a remediar definitivamente las deficiencias de las licenciaturas.