No es el chupacabras lo que alarma. Lo que atemoriza es la credulidad y el espacio que los medios de comunicación han dado a este fenómeno. En algunos, incluso, pelean la noticia a las crudas muertes de indocumentados mexicanos en Estados Unidos, la bochornosa sentencia contra Entzin y Elorriaga, y la de los salarios de hambre de los maestros contra la caterva de información generada por los chupacabras. Y, en otras vías de información, la situación es aun peor: hay más chupacabras que realidades.
La velocidad con la que chupacabras se ha adueñado de las plumas de corresponsales, locutores, conductores de programas, espacios en Internet y de no pocos segmentos de la población son signos ominosos: el mito y el rumor arden como leña seca en la población mexicana. Qué quiere esto decir?La respuesta es tan simple como patética: somos un país en donde el rumor y el chisme tienen amplia cabida y gran difusión, en contraposición a los enjutos espacios que ocupa la opinión pública ``seria''. Y lo que sigue es aún más desolador: los rumores florecen en sociedades devastadas de información veraz, de cultura, de espacios políticos y democráticos, y en donde la pluralidad y la alternancia en el poder no han existido. Como en México.
Asimismo, la voracidad del chupacabras no radica ni en sus diversas formas, ni en los mecanismos que utiliza para matar: cualquier alebrije oaxaqueño entorpece más el sueño que las mutantes imágenes de los chupacabras. Tampoco son los miedos que ha generado en indigentes lo que más preocupa. Su contagiosidad y peligro emanan de la imposibilidad de una comunidad crónicamente desinformada, incapaz de distinguir entre rumores e historias fantásticas de los trasfondos que se esconden detrás de la hiperrealidad de otras circunstancias, como podría ser el Ejército Zapatista de Liberación Nacional o la elevadísima tasa de mortalidad en el Valle del Mezquital. Por todo lo anterior, es francamente alarmante que tanto en la radio como en la televisión se le dé mayor cobertura a los chupacabras que al sinfín de los problemas que agobian a nuestra nación.
Otro insoslayable es el año que vivimos: siguen en 1996 floreciendo rumores y mitos fáciles. Por qué no se preocuparon los gobiernos postrevolucionarios de educar a sus connacionales? A quién favorece el ayuno de ideas? No hay duda de que la desinformación ha sido una de las mejores armas para mantener y promulgar la opresión. Ni tampoco es cuestionable que el cambio democrático seguirá siendo un imposible mientras el gobierno continúe interesado en perpetuar la política del chupacabras.