Avanza la integración de México a Estados Unidos, pero sobre rieles tan frágiles como disparejos. En lugar de reconocerlo así, la 13 reunión de la Comisión Binacional México-Estados Unidos, concluida el 7 de mayo pasado, prefirió continuar la inercia de los discursos triunfalistas basados en la creciente cantidad (no calidad) de acuerdos firmados. Lógicamente, los resultados exhiben mucho más paradojas que mejorías en la relación México-EU.
Oficialmente, el Memorándum de Entendimiento sobre Protección Consular de Nacionales de México y Estados Unidos fue presentado como el acuerdo más importante. Y, en efecto, hoy por hoy el fenómeno migratorio aparece como el asunto más álgido. Sin embargo, dicho memorándum se centra en paliativos, y deja intocada la esencia del problema: la insistencia de Estados Unidos en manipularlo como un gran problema (ahora ``de seguridad nacional''), y lucrar con él de múltiples maneras.
Otro tanto podría decirse de los demás acuerdos firmados en dicha reunión, sobre temas cada vez más variados: desde la cooperación en el sector energético, hasta la construcción de un segundo puente fronterizo en Piedras Negras-Eagle Pass. En cambio, no hubo un solo acuerdo (no digamos acuerdo incisivo) para desactivar el problema inmediato de mayor potencial destructivo: la ya visible utilización de México como tiro al blanco en la contienda electoral de EU.
Todo lo que hubo al respecto fue una declaración incidental del secretario de Estado estadunidense, Warren Christopher. Y, para colmo, es una declaración que oscila entre el desparpajo y el mejor no me ayudes, compadre: ``Les pedimos (a los mexicanos) que no escuchen y que no hagan caso de los debates que surjan durante esta carrera presidencial'' (La Jornada, 8/V/96). Simplemente les pedimos ``aguantar'' los embates contra México (El Financiero, misma fecha).
Preguntas inquietantes, más que tranquilidad es la reacción natural. Puede una nación, con un mínimo de dignidad, dejar pasar cualquier vituperio que se lance en su contra, peor aún, desde un país ``socio'' y, además, por cuenta de quienes aspiran a gobernarlo? No ha aguantado ya bastante México: desde la pérdida de territorio el siglo pasado hasta los braceros que serán maltratados, o asesinados mañana mismo, pasando por la cruel desinflación de expectativas generadas por un TLC y un gobierno modernizador abiertamente apuntalados desde Washington?De esto último se desprende otra paradoja, parecida a la de los patos tirándole a la escopeta: el antimexicanismo remplazando al antiyanquismo como obstáculo central para el mejoramiento de la relación México-EU. Ello, como si realmente Estados Unidos tuviera una factura de agravios más grande que la de México: como si México hubiera sido para EU un problema y no un lucrativo traspatio. Como sea, la paradoja es clara: ahora que el grupo modernizador de México no sólo ha abandonado el antiyanquismo sino que muestra abierta obsecuencia hacia EU, su contraparte en este último país pasa a alentar por acción y omisión un hiriente antimexicanismo.
En fin, cuando la integración ha correspondido a una demanda histórica de Estados Unidos, y cuando México (sic) finalmente la precipita, ahora nos encontramos con un antimexicanismo, por lo menos, extraño. Un antimexicanismo que pareciera decir: integración sí... pero de lejos: con muchos muros. Muros para atajar lo mismo braceros que aguacates mexicanos. E integración a base de más y más acusaciones, reproches y hasta vituperios so pretexto de un creciente número de temas.
Obviamente, la relación México-Estados Unidos está enferma. En el mejor de los casos, camina hacia una integración harto inequitativa, viciosa; como la del amo y el sirviente integrados bajo el mismo techo. Y de no actuar a tiempo puede caminar hacia una integración de plano explosiva, como la del cerillo y la mecha.
Otra gran oportunidad para, por lo menos, reconocerlo fue desaprovechada en la 13 Reunión Binacional. El secretario de Estado estadunidense prefirió decir que vivimos ``la relación más firme y equitativa'' en la historia de EU y México. Y un día después, su contraparte en México dijo que ``la calidad de la relación hoy es mejor que nunca'' (La Jornada, 9/V/96). Lo cierto es que el urgente saneamiento de la relación México-Estados Unidos requiere de todo, menos demagogia.