Octavio Rodríguez Araujo
Todavía es tiempo

En 1988 leí un libro de cuya importancia no me di cuenta entonces. Releerlo ahora, en cambio, ha resultado una verdadera inmersión en explicaciones útiles para entender mucho de lo que estamos viviendo. Me refiero al libro de Pierre Grou, L'aventure économique, Editions L'Harmattan, París, 1987, que es un ensayo sobre la evolución económica desde el hombre primitivo hasta la crisis de los años 70 y 80 de este siglo.

De este ensayo quisiera destacar una tesis central y dos tesis complementarias que explicarían nuestro momento y el futuro de éste. La tesis que a mí me parece central en Grou es que toda crisis económica es un proceso de destrucción de un conjunto coherente de estructuras económicas, al mismo tiempo que se desarrolla otro proceso de emergencia de un nuevo conjunto de estructuras que caracterizará la nueva secuencia económica. La primera tesis complementaria sería que en una crisis se imponen nuevas jerarquías y nuevos polos de dominación; y la segunda tesis complementaria sería que los niveles de tecnología, como parte de los elementos fundamentales para el siempre buscado aumento de la productividad, se imponen en las crisis y conducen a la necesidad de un espacio de producción y de venta, que en el caso de la crisis actual iniciada en los setenta, tenía que ser multinacional.

En otros términos, en una crisis económica un modelo económico en destrucción permite el surgimiento de otro, nuevo. Los que no puedan sobrevivir a la destrucción de una lógica económica tendrán que ceder, aunque no quieran, ante los que sí pueden. Estos, los que sí pueden, se convierten en las nuevas jerarquías y en los nuevos polos de dominación que, con nuevas tecnologías, impulsarán una nueva lógica (modelo) económica en la que sólo ellos, como nueva hegemonía, saldrán victoriosos. Cuando la crisis toca fondo, surge, como el Ave Fénix, un nuevo modelo, con nuevas jerarquías y nuevos polos de dominación que, en nuestro caso, son los grandes capitales multinacionales, los nuevos dueños del mundo. Y algo no menos importante: la crisis se resolverá cuando la nueva secuencia económica haya destruido en lo fundamental a la anterior, gracias a la crisis. Pero, después de la crisis, estaremos en presencia de un nuevo modelo con su nueva estabilidad económica, prosperidad, auge, etcétera (el equivalente al periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial cuyo mejor momento fue el conocido como la década mundial de desarrollo de finales de los 50 a finales de los 60).

El gran problema es cómo y en dónde se invierte la ganancia que produce el nuevo aumento de la productividad en el modelo que viene. Por las características fundamentales de las nuevas tecnologías desarrolladas durante la crisis, el nuevo modelo no incluirá a los países donde la mano de obra carezca de especialización y donde no haya mercado suficiente para realizar las mercancías que se producirán. Por eso el nuevo modelo pone en riesgo a la mitad o más de la población mundial, a los países que no se incorporaron o no pudieron incorporarse al nuevo modelo aunque fuera como socios menores. Y en esto, aunque sorprenda a mis lectores, tenía razón Salinas, la razón tautológica que es frecuente en los economistas; es decir, o le entrábamos o quedábamos fuera.

Pero, y aquí conviene hacer un alto, por qué tenemos que aceptar que la fuerza de los factores económicos se constituyan en nuevas jerarquías y en nuevos polos de dominación? Si lo aceptamos, cientos de millones de personas en el mundo y varios millones en México quedarán al margen de la nueva secuencia económica y, aunque parezca exageradamente dramática la forma de decirlo, morirán de hambre o calcutizarán las ciudades provocándose con ello una lucha de clases que sólo podrá ser resuelta por medio de la represión constante, sistemática y científica.

Si el EZLN ha logrado con sus iniciativas y su lucha peculiar estar en el foco de la atención y en la simpatía de mucha gente en el mundo y no sólo en México, es precisamente porque no acepta la fatalidad de un nuevo modelo que significa muerte de muchos, especialmente de los más pobres, y un nuevo dominio de pocos. Lo que viene, si Grou tiene razón, es más autoritarismo, menos libertades, menos justicia, y esto tiene que ser detenido desviado al menos en beneficio de la humanidad y no de unos cuantos beneficiarios de esta crisis y de las nuevas estructuras que quieren imponer. Todavía es tiempo; mal haríamos en cruzarnos de brazos.