No hace mucho, al cierre de un diplomado, fui invitado a hablar en la Academia de San Carlos ante un grupo de jóvenes, que se mostraron agradeciblemente atentos. Mi tema era La ética en los medios de comunicación. En casos así, me parece que de los periodistas suele esperarse que desarrienden su anecdotario y revelen, con ingenio necesariamente chispeante, experiencias y situaciones chuscas, propias o de sus colegas, sean donosas o degradantes y sean vividas, conocidas de oídas o fruto de su inventiva personal; en suma, todo lo que según la leyenda constituye la grandeza y la miseria de su oficio. Cuando se hace eso, la charla resulta ciertamente entretenida y a veces hasta enriquecedora.
Pero yo creo que ante un auditorio de jóvenes, en el caso algunos incluso muy jóvenes, de quienes conozco su angustia sorda porque se ven enfrentados a un horizonte amurallado y ennegrecido, lo pertinente, ante todo, es hablar de esas murallas, discutir sobre ellas dentro de los lindes temáticos y reconocer, en el sentido de distinguir y registrar conscientemente, las responsabilidades de los mayores, de gente como yo, en su levantamiento. Como sea, sentí que debía ponerme ligeramente académico, cosa a la que me avengo muy mal, y empezar ad ovo, expresión latina que, como lo aclaré oportunamente, significa desde el principio y no a fuerza, como alguien podría haber pensado.
Así que hice consultas librescas para fijar en mis notas el origen etimológico de la palabra ética y luego su importancia como ciencia de la conducta humana o como la parte de la filosofía que se encarga de los asuntos de la moral y las obligaciones de los hombres, sin dejar de mencionar su bifurcación en dos grandes ramales a lo largo de la historia de la humanidad.
Para mi sorpresa, esos apuntes preliminares, que eran intencionalmente breves, suscitaron un interés manifiesto en los oyentes, y hubo que repetir y desarrollar algunos puntos, lo que me hace sospechar que la materia no está muy bien atendida escolarmente.
Por un buen rato, fatalmente, nos desviamos hacia preguntas tan novedosas como qué somos, adónde vamos y de dónde venimos. Y visto que yo había olvidado las respuestas, visto que estábamos saliéndonos del tema y visto que comprendí que sólo el pérfido amor de sofia nos había empujado a esos devaneos, solicité que las intrincadas cuestiones planteadas fueran devueltas a la sección de Averiguaciones Previas, donde reposan desde hace alrededor de 3 mil años. Pedí, asimismo, que en tan escaso tiempo no intentáramos establecer la verdad en cuanto a la confrontación entre las dos grandes doctrinas o corrientes filosóficas, con sus vericuetos de enlace y disociación, y que dejáramos el asunto a los pensadores de profesión y sus aportes en los siglos venideros.
Ya reinstalados en las cálidas regiones terrestres, hice notar que la ética en los medios de comunicación no nos interesa tanto como teoría general de la moral ni como tabla o recetario de valores absolutos, sino como algo determinado histórica y sociológicamente, sujeto a relaciones sociales y, por lo mismo, cambiante en el tiempo y aun en los distintos espacios geográficos en tiempos coincidentes, esto es, como una técnica de la conducta cotidiana para que ésta se corresponda con necesidades y objetivos sociales aceptados aquí y ahora. Después hice un enlistado puramente enunciativo de lo que a mi juicio sería moral en el oficio: acatar las leyes constitucionales y reglamentarias que enmarcan nuestra actividad, defender la soberanía nacional y la integridad de nuestro territorio, buscar el fin de los vergonzosos rezagos históricos que padecemos, contribuir a la elevación de la calidad de vida y del nivel cultural de nuestra gente, al fortalecimiento y extensión del sistema educativo y a la preservación del medio ambiente, respetar y exigir respeto a los derechos humanos y al derecho social, impulsar el desarrollo de la democracia y exigir el rescate y la desmitificación de nuestra historia para aprender de ella, saber dónde estamos y cómo podríamos proyectarnos con razonable certidumbre hacia un mejor porvenir.Dije que en los mejores medios impresos, que son los que conozco menos mal, hay una tabla de valores éticos, independientemente de si está o no convertida en manual, que responde al interés mayoritario de la sociedad, más allá de grupos o sectas, y que de ese compromiso y según sus grados, se desprende la política editorial, la forma de presentar los contenidos informativos y de opinión.
En algún momento, según mis notas, sostuve que los profesionales de la comunicación, dondequiera que se ubiquen en cuanto a medios, y desde luego los dueños de los medios, tienen una magna e ineludible responsabilidad. Que pueden aprovechar sus espacios y oportunidades comunicativas para velar por sus intereses particulares aunque se haga más denso y peligroso el clima de desinformación, confusión, incertidumbre y zozobra en que vivimos, o pueden negarse en redondo a añadir nada a ese clima y, por el contrario, buscar disiparlo con el ejercicio serio y responsable de su oficio. Autocomplacientemente, afirmé que por mi parte había optado desde hace muchos años por el segundo camino, si bien admito, con una mirada retrospectiva, que la pasión por la justicia me ha orillado en ocasiones a la injusticia, recordando la paradoja de Albert Camus. Y quizá mis jóvenes oyentes pensaron que estaba siendo desmesurado al decirles que había escogido ese camino a sabiendas de que es el más difícil, el menos redituable y a menudo el más comprometedor incluso, en ocasiones extremas, en cuanto a integridad física...