José Cueli
La diosa incompleta

Tendidas a lo largo de la Nueva Chimalhuacán, mirábanse casuchas improvisadas de todas las formas y colores, sobre el remate de las cuales ondeaban al viento, pupilas que se movían, mecates que se escurrían entre la basura y las ratas; perros que ladraban, niños desnutridos casi muertos y hombres y mujeres circulando en todas direcciones, hablando diversos dialectos. Todos chupados por la teporocha chupacabras, máscara de no sé qué animal, canino, depredador.

En los últimos rincones oscuros de la Nueva Chimalhuacán, los ``jodidos'' se levantaban con rumbo a quien sabe. En el camino se desayunaban su ``canelita'' y comenzaban a andar con su botella de marranilla medicina de los pobres para la desesperación, dejando atrás mujeres desmelenadas en el exilio de los sueños, apretadas en bosques de hambrunas y enfermedades, como astillas en aspa mordidas que salían por los oxidados resortes de las camas.

Mordidas por la mágica chupacabras, consumidas, momificadas, leves como hojas secas, trotonas como ratones verdes en el estadio ``Neza'', atadijos de melancólicas, parecían decididas a desaparecer a la chupacabras con los llantos que en el aire se perdían y llenaban el espacio de mil rumores y mil ruidos discordes, imposibles de conceptualizar, sin conseguirlo.

Fugaz y provisional, la chupacabras siempre obstinada en retener, en chupar, se aseguraba las trayectoria curvilínea de regresar al mismo sitio y descubrir en la mamadera el hipnotismo lineal que conduce la imagen a la cobija deshilachada con tantos huecos como perdidas al desvanecerse por los cacahuates garapiñados de la piel antes de enviarla a los aires.

Ya en vuelo el peligro es extremo, la chupacabras amenaza desde adentro, con su torso desnudo cubierto por un velo. Desmadejada, labios mamadores, pelo suelto y pechos ligeramente abombados, con sus puntas rojas señalando las nubes y el deseo de más vuelo y oh curiosidad! los ojos guardados por unos párpados y cejas que aumentan el deseo de joderse y el misterio aniquilador.

Hay que verla a la chupacabras balancearse sobre el errar de las nubes nezas, en un intento de abandonar la tierra rumbo a los aires; al desconocido rumbo de la danza macabra sin controles. Espacio-tiempo en que no sólo se corrompe la marranilla que fermenta los espíritus ``nezas'', sino los lastima aún más, en la buhardilla de la desesperación llamada la chupacabras.

Pese a eso, de Neza a la Nueva Chimalhuacán ``los jodidos'' navegan por la vida dejando el profundo silencio de la inmensidad de lo desconocido, al flotar como papeles en su arenal, sintiendo el viento silbar y agua amarga marranillesca fluir de sus labios. Como fantasmas dan lentamente término a esa carrera sobrenatural, que es la magia negra, que todo lo arrasa, chupa y deja secos, a los niños.Presencia y ausencia de vida en la miseria de los jodidos, chupados por la chupacabras mitad mujer, mitad demonio; recitadora de la muerte en vida, que asuela a México, desde la noche perdida en el tiempo azteca sin dioses completos, siempre transformados en lo otro.