La economía mexicana ha podido funcionar sin tener sindicatos. Los que existen son unos cuantos y su influencia es muy escasa. Sin embargo, después de medio siglo en que el país ha estado ayuno de un sindicalismo que verdaderamente pueda llevar ese nombre o, si se quiere usar otro concepto, bajo un monopolio sindical del Estado, se siguen necesitando los sindicatos en su verdadero significado.
La reforma de la legislación laboral no será posible antes de que resurja un movimiento sindical verdadero, independiente del Estado y la patronal, que logre un sistema legal nuevo que reconozca a plenitud la libertad y la democracia de los sindicatos.
No existe todavía ese movimiento sindical ni éste se expresa como se ha insinuado en actos como la reciente manifestación del 1o. de mayo. Hay, sin embargo, grupos sindicales que expresan una aspiración nueva, especialmente la independencia que le ha sido negada a los organismos llamados sindicatos dirigidos por una especie de funcionarios públicos.
El nuevo movimiento sindical tiene que ser, ante todo, justamente un movimiento nacional, con formas propias y programas bien definidos, no sólo en el plano gremial sino especialmente en el terreno político, en el cual se define el verdadero carácter de las organizaciones sociales. Mas no se trata de conformar sindicatos que operen como partidos, sino instrumentos de frente único de los trabajadores para promover grandes cambios de carácter social y económico.
Fidel Velázquez y todos los demás charros no han tenido a su cargo el liderazgo y control de los trabajadores, como con frecuencia se afirma, sino que han sido instrumentos del Estado en el sentido más amplio, es decir, para preservar la ley laboral en materia de relaciones colectivas e impedir el surgimiento de un movimiento sindical propiamente dicho. Por ello, para lograr un verdadero cambio, no bastará con el debilitamiento o división del Congreso del Trabajo o con la muerte del regente cetemista. Se requiere la construcción de una o varias alternativas sindicales, de carácter orgánico y programático, cuyo primer gran objetivo político tendría que ser el de abolir las juntas de conciliación y arbitraje, los registros gubernamentales de los sindicatos, la ``toma de nota'' de las directivas por parte de la autoridad administrativa, las facultades arbitrales de los tribunales del trabajo, la cláusula de exclusión en sus diversas modalidades y todo el andamiaje jurídico que sostiene al monopolio sindical del Estado.
La lucha de los profesores es muy ilustrativa al respecto. Su doble condición de asalariados y de ``apóstoles'' los ubica por debajo de los obreros industriales, quienes han sido tratados con menos dureza. La afirmación presidencial de que cuando venga la anunciada recuperación económica se les mejorarán los sueldos a los maestros es como una bofetada, respondida solamente por las secciones democráticas del SNTE. En realidad, los profesores, como casi todos los demás trabajadores del Estado, deben sobrevivir con salarios muy bajos debido a que la política presupuestal se ocupa de otras cosas, enteramente ajenas a la elevación de la calidad de los servicios públicos básicos, entre ellos la educación.
Uno de los objetivos de un sindicalismo libre de los trabajadores del Estado tendría que ser el de presionar para un cambio en la política de gasto público, especialmente para detener las erogaciones en cosas superfluas y acabar con la corrupción como sistema. Los sueldos de los empleados públicos está relacionados con el manejo de los presupuestos y, por ello, la lucha por mejores percepciones y prestaciones contiene un aspecto directamente político.
Sin embargo, las pocas luchas sindicales que hoy se producen en el país siguen siendo aisladas y carecen de un programa global, es decir, de una visión de conjunto, no gremialista, sino social y económica. Es cierto que entre los trabajadores del país no existen simpatías hacia la política económica del gobierno, pero también es verdad que eso no se expresa más que débilmente en movilizaciones y casi nada en planteamientos programáticos de fondo.
Si el esfuerzo de las organizaciones sindicales independientes se concentrara en preparar una alternativa, con base en una unidad creciente, es decir, en la formación de un polo de atracción con un programa avanzado y sin concesiones al viejo monopolio sindical del Estado, entonces empezaría otra historia. Pero si los grupos democráticos sindicales siguen separados y no rompen con la concepción y la práctica que implica la actual legalidad que rige las relaciones laborales, ya podrán morirse todos los charros que no se producirá el menor cambio; ya podrán hacerse muchos 1o. de mayo en el Zócalo de la ciudad de México y otros lugares que, por sí mismos, no llevarán al surgimiento de un movimiento sindical, el cual sigue siendo una asignatura vergonzosamente interrumpida de la historia de México.