Jean Meyer
Fouché o Tocqueville?

Nuestra prensa está justamente llena de denuncias contra la inseguridad que nos afecta a todos; todo el mundo pide a gritos que el Estado y su policía, el regente del Distrito Federal, sus delegados y sus policías sean más activos, más eficientes. Al mismo tiempo, y con toda razón, se levantan voces para denunciar el peligro de los proyectos de nuevas leyes formulados precisamente para satisfacer ese pedido casi nacional.

Hace tiempo que Ortega y Gasset, posiblemente en La rebelión de las masas, advirtió del carácter paradójico y trágico del estatismo: la sociedad, para vivir mejor, pide más Estado; luego el Estado crece y la sociedad se queja de que ella vive para el Estado: ``el andamio se hace propietario e inquilino de la casa''.

Pasamos por una época de grandes dificultades económicas, sociales y políticas y no estamos seguros de que haya pasado lo peor. Uno de los fenómenos, posiblemente ligado a la crisis, es el desarrollo de la criminalidad. Quién no ha sido asaltado en la calle o en su casa? Quién no ha visto su coche robado parcial o totalmente? Si no lo ha sufrido personalmente, ha visto a sus prójimos padecer tales pruebas. La reacción normal es: más policía, más prevención, más represión.

Ortega cuenta cómo a principios del siglo XIX, con una nueva sociedad surgió un nuevo tipo de criminalidad más activa, más peligrosa que la tradicional. Francia se apresuró a crear una numerosa policía. En Inglaterra surgió entonces, por las mismas causas sociales, un aumento de la criminalidad y los ingleses se dieron cuenta que ellos no tenían policía. Deliberan las cámaras. Crearán una policía? Prefieren aguantar. ``La gente se resigna a hacer su lugar al desorden, considerándolo como rescate de la libertad''. ``En París escribe John Ward tienen una policía admirable pero pagan caras sus ventajas. Prefiero ver que cada tres o cuatro años se degella a media decena de hombres en Ratcliffe Road que estar sometido a visitas domiciliarias, al espionaje y a todas las maquinaciones de Fouché''. Ortega concluye que son dos ideas distintas del Estado y que el inglés quiere que el Estado tenga límites.

Qué queremos nosotros? Nos hemos metido, como el resto del mundo, en el callejón del desarrollo de las megalópolis; el resultado es que la población de las grandes urbes necesita, sin remedio, una policía. Pero es ingenuo creer que el crecimiento de la policía y la ampliación de sus facultades vaya a resolver el problema y que no tendrá un alto costo. Suponiendo una policía honesta y decidida a defender el ``orden'', en el mejor de los casos acabará por definir el orden que va a imponer.

El consuelo, algo tristón, que puede dar el historiador es recordar que a lo largo de los siglos, los momentos de seguridad han sido los menos y que la ciudad no ha vivido peor que el campo. El crecimiento de las ciudades ha sido en gran parte motivado por el hecho de que la gente huía (huye) de la terrible inseguridad del campo. Todo el folclor internacional, todos los cuentos para niños nos hablan de bandidos, de asaltos en camino real, de secuestros,En el siglo XIX, de 1810 hasta 1880, luego de 1913 hasta 1940 la inseguridad fue absoluta en México. Se nos olvida que acabamos de vivir un periodo de excepcional tranquilidad.