Jordi Soler
El disco más grande del siglo

El gabinete de José María Aznar, nuevo presidente de España, cuenta con algunos nombres que con-suenan hasta el grado de producir, si no música, una cierta musiquilla. La mujer encargada de la justicia, que necesita tener la fiereza de un militar, equilibrada con la delicadeza de una flor, tiene un nombre que le viene como anillo a su ministerio: Margarita Mariscal. Por su parte, el ministro del Interior, cuyas actividades pueden fundamentarse en la capacidad que tenga para enterarse de las cosas, cumple con el requisito de poseer, siquiera al nivel del acta de nacimiento, el oído más grande del gabinete; como prueba, aquí está su nombre: J. Mayor Oreja. La reponsable del medio ambiente ha tenido la discutible fortuna de andar cargando, sobre los hombros de su pedigree, uno de los elementos más tóxicos del planeta; su padre la condenó desde el apellido: Isabel Tocino. El análisis de esta musiquilla, aceptando que los nombres conforman (o deforman) el destino de las personas, podría arrojar vaticinios sorprendentes.

Juan José Millás, novelista español de imaginación destrampada, goza del lujo mercadotécnico de tener una de sus novelas, en vertiginoso acercamiento, dentro de la trama (que a él le funciona de escaparate) de La flor de mi secreto, la última flor del cineasta Almodóvar. En el capítulo 2 de El desorden de tu nombre, otra de sus novelas (que no ha tenido la fortuna de ser también actriz), ejecuta el breve análisis de una canción hipotética, con serias tendencias a la musiquilla: ``Una canción de amor un poco minusválida o deforme, cuyo estribillo había alcanzado un desarrollo excesivo en detrimento de las estrofas que, irregulares y delgadas, se arrastraban a lo largo de una composición llena de grumos''. El análisis que hace Millás de esta canción hipotética es pura música, ni más ni menos. Tanto como los nombres musicales del gabinete de Aznar, auténticos grumos fonéticos que enriquecen la melodía siempre lineal de ese tipo de organigramas.Gabriel García Márquez, que tampoco es músico, hizo en una entrevista que apareció hace unos días en el diario El País, una confesión reveladora sobre su postura ante la música: ``Como no dispongo de mucho tiempo, tengo discos compactos que escucho en el coche. En realidad, la música me interesa más que la literatura. No sólo me interesa más, me gusta más''. Sus coordenadas musicales, según esta entrevista, son Bela Bartok, Beethoven, la rumba, el bolero y el pasodoble.

Salvador Dalí tampoco era músico, pero rozó la posibilidad de provocar la obra maestra del rock. El pintor cuenta en una entrevista que le aplicó Max Aub, la devoción que sentía por Santiago Apóstol, cuya larga carrera de milagrería empezó con un caballero que venía a casarse con cierta doncella, en alguna playa histórica. Al enfrentarse con el escándalo del recibimiento, el caballo se desbocó y se internó en el mar, llevándose al fondo su vida y la del jinete. Santiago aparece en la escena y ahí mismo empieza su afamada carrera, con el milagro de hacer surgir del fondo al caballo y a su jinete, totalmente cubiertos de conchas blancas. A partir de entonces, la ``carrera'' de Santiago se convirtió en ``camino''. Este episodio, digerido y retocado por Dalí, sirvió de inspiración para algunos de sus cuadros y, sobre todo, para el proyecto de efectuar, él mismo, el Camino de Santiago. El proyecto se fue atrasando, y en una de sus reapariciones cíclicas, el pintor Dalí, que ya rebasaba la madurez, pensó que debía efectuar la ruta del santo, acompañado por una banda de gente más joven. Decidió que los hippies serían soldados ideales para su ejército y resolvió que convocaría unos cuantos ejemplares prominentes, argumentándoles que, en vez de perder el tiempo en excursiones místicas al Tibet, se probaran en las filas de su ejército, que más bien sería una cruzada artística por los hospicios del Camino de Santiago.

Para capitán general de esa tropa humanitaria, Salvador Dalí escogió a John Lennon y le escribió un telegrama para comunicarle ese cargo tan honroso. Las bases para la obra magna del rock quedaron puestas: un disco de John Lennon en colaboración con Salvador Dalí, fabricado en torno de los milagros de Santiago Apóstol, o una tela monumental del genio de Figueras, que trajera también dibujos del mártir de Central Park. O, ya desbordando las posibilidades históricas, la película del making of del disco y del cuadro, dirigida por Luis Buñuel, que para estas alturas ya podría haber reanudado relaciones con el pintor. De ahí pudo salir la obra más grande del siglo, pero el telegrama de Dalí no tuvo el efecto deseado. Podemos pensar, otra vez desbordando las posibilidades históricas, que el sobre con el telegrama del siglo languideció como sus relojes, traspapelado entre los desechos de la central de correos.