La idea de que el comercio internacional es un importante detonador del crecimiento económico, es tan vieja como el nacimiento de la economía como disciplina organizada y bien delimitada a partir de la publicación de El origen de la riqueza de las naciones, obra cumbre de Adam Smith.
Sin embargo, la política económica de algunos países a veces ha ido en contra de esa hipótesis, particularmente durante largos periodos de este siglo, en la medida en que periódicamente se han observado intensos procesos de proteccionismo.
China parecería ser un país que recientemente ha logrado combinar virtuosa y espectacularmente un rápido y hasta ahora exitoso ingreso al ámbito del comercio internacional, al reportar un elevado crecimiento de su producto y más aún de su ingreso per capita.
La industrialización que siguió China en los años cincuenta, en gran medida copió el modelo de la entonces URSS en términos de la ruta de la planificación centralizada y una orientación secundaria hacia la industria pesada.
Entre 1978 y 1979 Den Xiaoping comenzó a aplicar intensas reformas económicas que provocaron importantes transformaciones en la agricultura y en la producción industrial, que redundaron en una rapidísima inserción en la exportación de manufacturas de relativa baja tecnología, como textiles, enseres domésticos, juguetes y equipo eléctrico.
Desde entonces, varios indicadores macroeconómicos han tenido un desempeño asombroso: el comercio exterior de ese país asiático ha crecido en promedio anual en 14 por ciento, mientras su producto en poco más de 10 por ciento y su ingreso per capita en tan sólo ocho años creció poco más de 50 por ciento, al pasar de 294 a 450 dólares entre 1987 y 1995.
Si bien este nivel de ingreso lo sigue caracterizando como un país subdesarrollado de bajo ingreso, debe destacarse su gran dinamismo sobre todo al compararlo con el trágico destino que en ese periodo sufrió la gran mayoría de los países subdesarrollados.
El año pasado China obtuvo un superávit comercial con Estados Unidos de 35 mil millones de dólares, además de mantener saldos positivos con otros países.
Ello se explica, además de existir razones históricas de la naturaleza del grandioso imperio, por la gravedad de la constante presión demográfica de que es objeto, no obstante que su tasa de crecimiento ha caído drásticamente hasta alrededor de 1.4 por ciento entre 1980 y 1992. En efecto, si bien esta tasa corresponde a la de un país desarrollado, el volumen de nuevos habitantes que genera al año es de poco más de 17 millones.
En ese sentido, también enfrenta un grave problema de población excedente en el campo, en virtud de que se calcula que 200 millones de personas son requeridas para la producción primaria, cuando la fuerza de trabajo disponible en ese sector es casi del doble.
Además, hay que señalar que la gran mayoría de los agricultores vive en condiciones semifeudales, lo que ha provocado intensos flujos migratorios a las ciudades y a prácticamente todos los países del mundo. Por otro lado, se calcula que la tasa de desempleo es del 7 por ciento que, de mantenerse constante, generará alrededor de 60 millones de desempleados en los próximos años. Por esas razones, y si por alguna circunstancia llega a reducirse sensiblemente su alto crecimiento y más aún su producción de bienes primarios, podría crearse una situación de extrema gravedad no sólo para ese enorme país sino para gran parte del mundo.
Quizás por esa razón en los últimos años grandes recursos han sido destinados a incrementar su poderío militar, particularmente al asignar recursos humanos altamente calificados en ciencia y tecnología a la actividad bélica. Por otro lado, ha adquirido a gran velocidad armamento de alta tecnología de Rusia y continúa vendiendo tecnología nuclear a Pakistán e Irán, lo cual ha sido muy mal visto por los miembros de la OTAN.
Ante la pérdida relativa de poder de la ex URSS, China quiere ser el nuevo interlocutor del mundo occidental y aparece en el contexto mundial, particularmente para Estados Unidos, de una manera triplemente preocupante: por su fuerte expansión en el comercio internacional, que ha afectado a muchas de sus industrias domésticas, por la problemática demográfica y sus patrones de pobreza que le caracterizan como tercermundista y que ante alguna eventualidad afectarían el precario equilibrio sociopolítico del resto del mundo y por el considerable aumento de su peso específico en la arena bélica mundial.
Los países de la OTAN han estado tratando de definir líneas y parámetros que contrarresten el surgimiento de China como una superpotencia mundial.
El inicio de una posible guerra comercial, tal como se han desarrollado los acontecimientos en los últimos días, así como el reciente conflicto de Taiwan parecerían ser los comienzos de la medición de fuerzas.