Escribió Francisco Umbral, galardonado apenas con el ``Príncipe de Austrias'', que Emilio Butragueño, alias El Buitre, ``jugaba bien sin alarde, jugaba magistral con sencillez, jugaba genial y como sin darse cuenta'', y ese Buitre ``le prestó su perfil involuntario y niño la década más brillante del siglo español'' (Los cuerpos gloriosos. 1996).
Y si Butragueño hubiese logrado conectar de cabeza el balón cuando faltaban dos minutos para terminar el segundo partido entre el Necaxa y el Celaya, hoy tendríamos que considerarlo como el enterrador de los sueños rojiblancos y el padre de la patria chica que también es Celaya. Para fortuna de los primeros (nosotros) y para desgracia de ellos, El Buitre falló. Así es la vida, así es el futbol. Los 400 camiones que llegaron de Guanajuato regresaron cargados de fans semifrustrados que rumiaban la siempre triste frase de ``si hubiese llegado un segundo antes...", es decir, ``si mi abuelita tuviera ruedas''.
También dice Umbral que Butragueño ``es un mito inverso, un señor rubio, angelical y soso, soso como los ángeles, rubio como los de su pueblo, ni siquiera simpático, pero tampoco antipático, sino esa cosa tan difícil de hacer y decir que es normal", y unas líneas más abajo escribe: "El Buitre es la apoteosis del silencio...", y sigue por ahí. Y para quienes estuvimos en el Azteca, en efecto, el gafe de Butragueño desató el silencio más denso del día, quizá del año, de seguro del partido. Porque la gloria eterna, la Gloria con mayúsculas, la gloria al alcance de la frente, pasó, se esfumó, desapareció, como los conejos que se desvanecen en la chistera de los magos.
Por eso y por lo que a continuación diré, el triunfo necaxista fue circular y rotundo, cero a cero, 0 a 0, dos argollas monumentales en honor de la defensa. Pero a partir del resultado la insidia y el rencor han querido demeritarlo. He escuchado tonterías de todo tipo: ``No ganó, empató", ``salió a especular'', ``qué feo juego''. De qué mueren los quemados? Las reglas eran conocidas, aceptadas, claras, y pretender descalificarlas a posteriori no es más que un recurso barato y poco elegante. Los caballerosos aficionados de otros equipos existirá alguno? reconocen el triunfo, bajan la mirada y con modestia felicitan a los ex electricistas. Presienten con angustia y envidia que vivimos los tiempos del Necaxato, como bien dijo el siempre moderado, el siempre sabido, Don Rafael Pérez Gay.
Alguien en alguna ocasión alábese la precisión acuñó una obviedad que repetimos de manera inercial: ``nada se compara con el triunfo''. Y en efecto. Nada se compara con el triunfo. Así que ningún gesto desdeñoso, ninguna rabieta, logrará empañar la sabrosa victoria.Dicen también que quien pega una vez pega dos. Pero en los últimos años ningún equipo había logrado repetir como campeón, hasta que llegó el Necaxa y luego de propinarle un rotundo knock out a sus adversarios el año pasado les repitió la dosis de buen futbol en la presente temporada.
Casualidad? La pregunta ofende a Manuel Lapuente y a todo su equipo, y a la afición, es decir, Al Respetable, al público rayo, a la sociedad civil necaxista. El maestro Nicolás Navarro, salvo algunos puentes trágicos al comienzo de la temporada, quizá fruto de su llamado a la selección nacional y de la cauda de nervios que lo enajenó en algunos encuentros, tuvo una temporada redonda. Higareda, Vilches, Becerril, Wof, Esquivel y El Cuchillo, de cuatro en cuatro y hasta en formaciones de cinco, conjugaron la marca a presión y por zona, el acoso a los atacantes y el achique del espacio; Ambriz recuperó balones una y otra vez y sólo la agresión gratuita y alevosa contra Hurtado, que lo dejó fuera del juego final, empañó su labor; Aguinaga, la mejor contratación de extranjero alguno en lo que va del siglo, que si no hubiese sido ya selecionado de Ecuador habría que nacionalizarlo mexicano a la voz de ya, volvió a desquitar el sueldo con creces, robando balones, armando juego, sumándose al ataque, perturbando el sueño y la vigilia de sus oponentes. García Aspe regresó a tiempo de su fracaso en Argentina, para reforzar la media, poner calma, abrir espacios, tirar de larga distancia. Y adelante, el caracol de Luis Hernández, su rapidez, manejo de balón, garigoleo, más la cabeza de Peláez, y su tesón, su labor de equipo, su capacidad de sacrificio, más la maestría del Ratón Zárate, el jugador más virtuoso, el que tiene imán en los botines, velocidad en las descolgadas, fintas para dar y regalar, visión panorámica de la cancha y en ocasiones también una güeva oceánica que dadas las circunstancias se perdona, más los relevos eficientes de Edson, Barrera, Guadarrama (un portero que promete), Sol, Baños, y otros que se me escapan, sólo podían conducir a un sitio, al triunfo, que por ahora no es una reserva en Chiapas sino el sinónimo de victoria, éxito, superioridad, laureles y palmas. Digo, para aquél que no lo haya entendido aún.