Carlos Monsiváis
Alejandro Jodorovsky: las funciones del escándalo y de la creatividad

En la Antología pánica de Alejandro Jodorovsky, con prólogo, selección y notas de Daniel González Dueñas, encuentro, alternativa y simultáneamente, elementos útiles, divertidos, aleccionadores. Compilación de documentos muy diversos, Antología pánica nos da la oportunidad de volver, o de acercanos por vez primera, al fluir de pronunciamientos y acontecimientos de una persona (un personaje), básico en el panorama de la vanguardia en México en los sesentas, y del cine contracultural en los sesentas y setentas.

Qué encuentro en Antología pánica?. Entre otras cosas:1. Divulgaciones de la filosofía ``pánica'' de Fernando Arrabal, Topor, Stenberg y Jodorovsky, que asume y transforma la herencia surrealista, con un vuelco de humor ya apto para la sociedad de masas. De manera previsible e imprevisible, Jodorovsky declara por ejemplo: ``El cuerpo nuestro de todos los días está convertido en un puerco. Y ese puerco encierra (gran paradoja) el diamante de la Verdad, hundido en el pantano intestinal. Dios está estrangulado por el duodeno y el píloro del ogro apacible que es el ciudadano actual''. En los sesentas, a cuatro décadas del estallido de los estridentistas, Alejandro prodiga ``cadáveres exquisitos'', deshace el mito de lo irrepresentable por impensable, se toma y no se toma en serio, argumenta desde la metáfora alucinante y desde la afirmación tan rotunda que se da la vuelta y se convierte en homenaje a lo que se quiere abolir: ``Olvidemos el pasado. Olvidémoslo completamente. Destruyamos los museos, los templos griegos. He aquí en lo que creo''. Y más tarde recapitula: ``Ahora, bajo el polvo de los años el Pánico no corre el riesgo de ser utilizado. Es un chiste. Un muy buen chiste que pone en ridículo a los que pretenden alimentarse chupando las tetas flaccidas de la Kultura (escrita con K mayúscula)".

2. El reexamen del teatro en México en los años sesentas. Desde 1960, ya aislada por incomprensión la gran propuesta de Poesía en Voz Alta, y su visita gozosa a los clásicos, Jodorovsky impulsa una actualización distinta. A lo largo de una década, de Fin de partida, de Samuel Beckett, estrenada en agosto de 1960, a El juego que todos jugamos, estrenada en 1970 (pieza que muy probablemente se representará después del abandono masivo de la ciudad de México), Jodorovsky multiplica su actividad, dirige, sugiere, desafía. Son memorables las puestas en escena de Las sillas de Ionesco, La sonata de los espectros de Strindberg, La ronda de Arthur Schnitzler, Fando y Lis de Arrabal, La ópera del orden de Jodorovsky, El gorila, adaptación de un texto de Kafka, El diario de un loco, adaptación de Gogol, El ensueño de Strindberg, Víctima del deber de Ionesco, El rey se muere de Ionesco, La señora en su balcón de Elena Garro. En particular, recuerdo la brillantez y el ritmo angustioso de Las sillas, la perfecta desolación de La sonata de los espectros, la corrosión antiburocrática de Víctimas del deber, y el jubiloso relajo de La ópera del orden, con las aportaciones pictóricas de Vicente Rojo, Alberto Gironella, Fernando García Ponce y Manuel Felguérez y el brío escénico de Juan Vicente Melo. Y evoco dos efímeros para celebrar la inauguración de dos murales de Manuel Felguérez, uno en el cine Diana, y otro, magnífico, Canto al océano, basado en Lautréamont, presentado el 4 de mayo de 1963 en el balneario Bahía con un infalible centro visual: un helicóptero cuya llegada debía conmocionar, y que en el ensayo se descompuso varándose en la alberca. Jodorovsky usó el Bahía con brillantez, y sin concesiones efectistas.

En la escena Jodorovsky combinó de modo extraordinario su sentido del espectáculo (que influyó en diversas medidas en actores y directores como Julio Castillo), y su idea de algunos clásicos (Strindberg, sobre todo), y del Teatro del Absurdo, ``autos sacramentales'' heterodoxos adecuados para su percepción mística y profana. Al recapitular sobre esta etapa, en diálogo con González Dueñas, Jodorovsky afirma: ``Yo fui un adolescente tardío; creo que mi adolescencia duró hasta los cuarenta años, antes de madurar. Y quise mucho a mi adolescente, quise muchos sus búsquedas porque no hizo concesiones y luchó contra el medio, además un medio bastante extraño y surrealista como es el mexicano, donde cada acto de ese adolescente chocaba''. Si así fue, los actos de ese adolescente le fueron muy útiles al tránsito de una escena rígida a una convulsa y reveladora (En el empeño no estaba solo desde luego. Otros directores notables del periodo: Juan José Gurrola, Héctor Mendoza, José Luis Ibáñez, Juan Ibáñez), Jodorovsky supo combinar a varias generaciones de actores, entre ellos dos españolas extraordinarios (Amparo Villegas y Magda Donato), y Carlos Ancira, Ignacio López Tarso, María Teresa Rivas, Héctor Ortega, Beatriz Sheridan, Farnesio de Bernal, Elda Peralta, Ana Ofelia Munguía, Guillermo Orca, Leonor Llausás, Ofelia Medina, Julio Castillo, Alvaro Carcaño, Sergio Ramos, Isela Vega y José Alonso. Contó entre sus escenógrafos a Manuel Felguérez, Rafael Coronel y Leonora Carrington, y puso de relieve las enormes virtudes de Elena Garro como dramaturga.

3. Más que ningún otro director escénico de los sesentas, Jodorovsky nos enfrentó a un tema/problema: los límites de la libertad de expresión. Cuando él inicia su trayectoria mexicana, la censura es a tal punto dominante que la sustituye públicamente la autocensura. Antes, El gesticulador, de Rodolfo Usigli, sale de Bellas Artes por su crítica a la Revolución Mexicana y, ya en el nivel de la anécdota ínfima, en los cincuentas una obra sobre un tema prohibido (la homosexualidad de un protagonista) se estrena sólo al enmendarse el final y garantizarse la muerte del villano (que lo es por culpa de su mirada libidinosa). Y además, el pervertido fallece fuera del escenario, pateado por un caballo que intuyó su transgresión (Recuerdo el grito de agonía del infame: ``El caballo lo sabía!"). Alejandro no agrede con situaciones escabrosas, ni con vocabulario explosivo, ni con profanaciones, sino con declaraciones (lo que la mayoría de los ofendidos intenta leer) y con lenguaje escénico (lo que la minoría de los agraviados no comprende). El cree en el cuerpo desnudo, en las confrontaciones, en escenas donde, como en un musical dirigido por Buñuel, un monje aparece cantando ``Una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid''. Y lo que más perturba de estas puestas en escena no son las provocaciones específicas (entonces, todo es provocación y ultraje a ``la moral y las buenas costumbres''), sino la percepción de una cultura distinta, que no toma en cuenta los sentimientos piadosos y el odio a las complicaciones del espectador. A la distancia, creo que Jodorosvky, más que a los prejuicios morales, desafío y profundamente, a la capacidad de entendimiento literario y escénico de funcionarios y buenas conciencias. Y lo que en él más irritó fue su idioma inasible. Una mentada de madre se entiende; un vértigo escénico, poblado de símbolos y actos gratuitos, no.

Alejandro, por razones entendibles, libró una batalla solitaria contra la censura. Sin publicaciones que le diesen continuidad a la protesta, ni grupos de intelectuales que sistematizasen la campaña en pro de las libertades de expresión, Jodorovsky se defendió, aceptó lo inevitable (el cierre de las obras), y persistió. Ocasionalmente, destruyó un piano o tiró un libro en programas de televisión, alguna vez (1971), con la inevitable ``moralización'' de cada inicio de régimen, fue detenido en una fiesta común y corriente, que las publicaciones amarillistas volvieron ``la orgía del siglo'', pero su provocación mayor fue ser ilegible para los censores de la sociedad que antes del 68 se jactaba de su virginidad espiritual.

4. ``Es un payaso''. ``Es un farsante''. Estos fueron comentarios usuales en torno a Jodorovsky durante su década teatral, aplicados más tarde a su quehacer cinematográfico. No eran comentarios críticos, desde luego, sino la forma típica de verter la extrañeza ante lo que se consideraba radicalmente ajeno y distinto. El rechazó a un director y a su repertorio fue producto en gran medida del revanchismo de los que se creían excluidos de puestas en escenas y declaraciones. Hubo desde luego xenofobia, y este elemento no es desdeñable, pero lo principal resultó la incomprensión que, con 32