La Jornada 19 de mayo de 1996

POPOCATEPETL: INTENSO MONITOREO, LAGUNAS DE INFORMACION

Gabriela Fonseca Los monitoreos científicos demuestran que la sismicidad del Popocatépetl ha aumentado recientemente al tiempo que el cráter está prácticamente lleno de lava. Los materiales que a principio de este mes cayeron sobre poblados cercanos al volcán causaron especial alarma entre los lugareños: la ceniza que en otras ocasiones ha sido un polvo fino semejante al talco, ahora parecía grava pulverizada. Los pobladores distinguieron dos tipos de piedras arrojadas por el volcán: fragmentos tipo piedra pómez, que ellos llaman xaltete, y fragmentos semejantes a la obsidiana (ixtete) que, según afirmaron, estaban calientes al tacto.

Esta fase de actividad del volcán parece querer recordarnos que cualquier volcán, en cualquier punto de la tierra, representa un riesgo aunque durante años se le haya considerado ``inactivo''. Si bien las erupciones más violentas y de mayor alcance son, en términos estadísticos, menos probables, científicos vulcanólogos coinciden en que nunca debe descartarse una erupción mayor como posibilidad. En la historia del Popocatépetl, erupciones de las mayores dimensiones ya han ocurrido y no se puede excluir su repetición.


La información y conciencia acerca de los riesgos de una
erupción aún son insuficientes entre los habitantes de las
zonas cercanas al Popocatépetl.
Foto: Gabriela Fonseca

Ante el reinicio de actividad fumarólica registrada a partir del 21 de diciembre de 1994, científicos del Instituto de Geofísica de la UNAM, en coordinación con el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), crearon un sistema de monitoreo del volcán que consiste, entre otras cosas, en medir la actividad sísmica, analizar emisiones de gas, ceniza y fragmentos, detectar deformaciones en el edificio volcánico y llevar un registro de la historia de las erupciones del Popocatépetl.

Por su parte, los estados de Puebla, Morelos y México, donde está ubicado el volcán, mantienen actualmente la alerta en poblaciones que pudieran ser afectadas por una erupción o emisiones. De manera paralela a los monitoreos, el Sistema Nacional de Protección Civil, junto con los gobiernos estatales, han diseñado programas de contingencia que inluyen planes de evacuación con base en un mapa de riesgo creado por la comunidad científica y el Cenapred.

Aunque las autoridades se manifiestan orgullosas de sus logros en materia de difusión si bien admiten que ``aún queda mucho por hacer'' es evidente que en poblados vecinos al Popocatépetl persisten la desinformación y la incredulidad sobre el riesgo que representa el volcán, así como actitudes que en ocasiones anteriores han hecho que la gente se niegue a evacuar cuando es necesario.

Científicos involucrados en el proyecto coinciden en señalar que las labores de monitoreo no tienen sentido mientras la información y la concientización no alcancen un grado óptimo entre las poblaciones en riesgo, pues de nada sirve que se les pueda alertar a tiempo si no han tenido el entrenamiento adecuado para evacuar, o simplemente se niegan a hacerlo.

Los científicos señalan también que el monitoreo, aunque es muy útil, tendría que complementarse con planes de contingencia que vayan más allá de los efectos directos del volcán. Es un error pensar que en relación a una eventual erupción del Popocatépetl sólo hay que contemplar los extremos de que suceda una catástrofe masiva o que no pase nada.

Una emisión muy fuerte de ceniza, por ejemplo, no pondría en riesgo vidas humanas, pero tendría una serie de efectos negativos sobre la población y la economía. La ceniza, al depositarse sobre tejados, puede destruir las casas más humildes, o incluso aquellas que no fueron construidas tomando en cuenta dicho riesgo. La ceniza también puede dañar cosechas, tapar drenajes y contaminar depósitos de agua potable. Afectaría además el tráfico aéreo, pues destruye las turbinas de los aviones.

Monitoreo del Popocatépetl y su historia eruptiva

Los doctores Claus Siebe y José Luis Macías, del Instituto de Geofísica de la UNAM y que han colaborado con el Comité Técnico Científico Asesor del Cenapred, han hecho, como parte de los mismos, una historia eruptiva del volcán con base, entre otras cosas, en el estudio de la estratificación del subsuelo de la zona, en el que existen varias capas de material volcánico cuyo análisis permite fechar la erupción y calcular su magnitud.

Se ha determinado que las tres últimas erupciones fuertes del Popocatépetl ocurrieron entre los años 3195 y 2830 a.C., 800 y 215 a.C., y 675 y 1095 d.C., es decir que todas ocurrieron cuando ya había pobladores en la zona.

Siebe y Macías publicaron sus descubrimientos en la revista Ciencias de la UNAM, en coautoría con los doctores Micheal Abrams, del California Institute of Technology, y Johannes Obenholzer, de la Universidad de Loeben, Austria (``La destrucción de Cacaxtla y Cholula'', enero-marzo de 1996). Aquí, afirman que las erupciones más recientes del Popocatéptl han comenzado con pequeñas emisiones de ceniza, como las actuales. Luego sigue lo que los vulcanólogos llaman flujos piroclásticos: el volcán lanza toneladas de materia incandescente sólida y fundida que se precipita sobre las laderas y baja a grandes velocidades destruyendo todo a su paso.

A estas emisiones menores siguen grandes explosiones, producto del sobrecalentamiento del agua contenida en los poros y fracturas de la roca al entrar en contacto con el magma. Estas explosiones freatomagmáticas liberan presión violentamente y lanzan grandes cantidades de roca triturada y ceniza a alturas de decenas de kilómetros.

Comúnmente se cree que el mayor peligro de un volcán es el calcinante flujo de lava. Sin embargo, éste es muy lento, y tratándose de un volcán del tamaño del Popocatépetl no representa un riesgo principal. De hecho, en los últimos dos meses ha habido flujos de lava que únicamente han afectado el cráter.

Pero el riesgo mayor de una erupción de la magnitud antes mencionada son los llamados lahares: flujos de material volcánico caliente o frío, mezclado con lodo resultante del deshielo del glaciar volcánico por el calor generado en la erupción y de las lluvias que suelen seguir a las erupciones debido a los cambios climáticos que éstas provocan.

Estos flujos cubrieron la cuenca de Puebla y los valles de Atlixco, Cuautla y Amecameca, donde destruyeron la vegetación y dejaron la tierra inservible para la agricultura. Siebe y Macías creen que pudo haber varias temporadas de lahares y que la Leyenda de los Soles del Códice Chimalpopoca, que habla de la destrucción y resurrección cíclica de la tierra, puede ser la ``descripción poética'' de estos fenómenos.

Ambos científicos señalan el hecho de que en el subsuelo de la zona se han encontrado objetos de uso, ollas, restos de milpas y hasta petates que los pobladores dejaron al huir intempestivamente de la catástrofe con rumbo desconocido.

Con el tiempo esas tierras se volvieron fértiles, como suelen serlo todas aquellas que están en torno a volcanes. Actualmente los lahares son la mayor aportación del Popocatépetl a la economía de la región, pues de los depósitos que dejaron se obtiene el tepetate, materia prima para la fabricación de ladrillo y tabique, la principal industria de muchas comunidades de la zona.

Siebe y Macías afirman en entrevista con La Jornada que la actividad volcánica que se ha presentado desde diciembre de 1994 es muy similar a la que ocurrió en el mismo Popocatépetl en 1919, y que aunque el actual episodio puede desarrollarse como entonces, cuando no hubo consecuencias, no se puede asegurar que vaya a seguir el mismo patrón. Los investigadores destacan que las últimas crisis volcánicas, como la del monte Santa Helena, en Washington, fueron precedidas por una actividad similar.

Macías señala que antes de diciembre de 1994 se registraban en el Popocatépetl unos diez sismos de poca intensidad al día, imperceptibles para las personas. Durante la crisis se registraron de 20 a 30 sismos al día y durante el último mes se ha llegado a unos 50 sismos diarios. Agrega que erupciones recientes en otros volcanes fueron precedidas por cuatro o cinco mil sismos al día.

Señala que a partir de la crisis de 1994 se le encargó a la UNAM y al Cenapred realizar un mapa de riesgos en que se delimitaran las áreas de mayor a menor peligro y el número de habitantes de cada población que pudiera ser afectada. Se incluyen datos como el tipo de tierra, el número de hospitales y estimaciones de los daños posibles. Protección Civil utilizó este mapa para crear posteriormente otro mapa de peligro en el que se contemplan las rutas de evacuación y la localización de albergues.

Siebe y Macías opinan que como parte de los riesgos debe tomarse en cuenta el impacto económico que una explosión volcánica puede tener, tanto en las poblaciones aledañas como en otras más alejadas, así como posibles daños a líneas de alta tensión, oleoductos y otros escenarios.

Destacan también que en México hay alrededor de 12 volcanes que, como el Popocatépetl, pueden presentar nuevamente actividad, como el volcán de Colima, y opinan que debía haber planes de contingencia para todos ellos pues, dicen, un volcán nunca se apaga.

La labor de instalar estaciones de monitoreo con sismógrafos, inclinómetros que detectan deformaciones e hinchazones en el cuerpo del volcán y otros instrumentos es sumamente compleja, como señala el doctor Carlos Valdez, director del Instituto Sismológico de la UNAM y también colaborador del Comité Técnico Científico Asesor de vigilancia del Popocatépetl. Actualmente hay nueve estaciones de monitoreo, pero en la parte sur del volcán, que es la más inestable, sólo hay una, por la dificultad que implica construirlas.

Algunas de estas estaciones se han construido a alturas superiores a los 3 mil 500 metros, en zonas a las que hay que llegar a pie y transportar instrumentos, herramienta, ladrillos, cemento y agua, pues no hay caminos para llegar en auto y la pendiente no permite que aterrice un helicóptero.

Desgraciadamente, las estaciones sísmicas que están a mayor altura son las más importantes para el monitoreo, pues en las faldas del volcán se registran menos señales debido a la cantidad de capas que deben atravesar las ondas sísmicas.

Otra dificultad es que, por falta de energía eléctrica, varias de estas estaciones trabajan con páneles solares. En momentos en que cae ceniza alguien debe subir a limpiarlos para que no se interrumpa la transmisión de señales que se reciben en el Instituto de Geofísica y el Cenapred.

Otro problema grave en la instalación de las estaciones es el vandalismo. Valdez señala que en ciertas áreas empieza a construirse una estación de monitoreo, se suspenden las labores al final del día y, al volver a la mañana siguiente, se descubre que desconocidos se han llevado el agua, la puerta de la caseta y los materiales.

Valdez afirma que este vandalismo es consecuencia de que la gente del lugar no está suficientemente informada: consideran que se les está invadiendo, o bien, creen que los científicos ya saben que va a ocurrir una gran erupción y no se los quieren decir, o simplemente, no se les ha explicado que las estaciones son necesarias para su seguridad.

El sismólogo afirma que las labores de información y concientización que complementan el monitoreo deben tener sensibilidad para comprender que la gente teme perderlo todo en caso de evacuación y puede negarse a salir de sus lugares, dejando, por ejemplo, a sus santos en la iglesia. Se debe tener en cuenta que muchos de ellos son analfabetas o hablan sólo lenguas indígenas,Valdez recalcó la importancia de realizar simulacros regularmente ``para verificar que todo lo que se diseñó en papel en referencia a los planes de contingenciava a funcionar como fue concebido''.