Miguel Covián Pérez
Río revuelto

Recapitular los sucesos de Huejotzingo, para entender la desmesurada influencia que han tenido y siguen teniendo en el acontecer político nacional, sería un esfuerzo estéril. Coincido con el juicio generalizado de que el conflicto poselectoral en ese pequeño municipio, cuya cabecera tiene menos de 17 mil habitantes, tiene todos los visos de un pretexto del PAN para construirse a toda prisa una nueva imagen de partido opositor y lavarse la cara, indeleblemente manchada por su funesta alianza con el régimen de Carlos Salinas.

Sin embargo, el pretexto no lo sacó el PAN del sombrero de un prestidigitador. Fue el gobernador de Puebla quien lo sirvió en bandeja de plata al grupúsculo encabezado tras bambalinas por Fernando de Cevallos, que ha impuesto su predominio en la dirección de ese partido. Dicen las malas lenguas (que en estos tiempos de confusión a veces aciertan) que la maniobra fue diseñada de común acuerdo por Manuel y Diego, para frustrar los avances de una reforma política que iba en camino de cuajar y de constituirse en un factor de fortalecimiento del gobierno de Ernesto Zedillo. Se dice que impedirlo y persistir en la labor de zapa en que están empeñados para debilitar al Ejecutivo Federal, encaja en los propósitos estratégicos de los agentes del salinismo, sea que actúen desde el poder o deambulen en sus pasillos con el disfraz de intermediarios partidistas.

Los hechos parecen confirmar esa versión. La decisión de anular un número conveniente (y deliberadamente escandaloso) de votos para revertir los resultados de la elección en Huejotzingo, no fue comunicada al Comité Ejecutivo Nacional del PRI sino hasta el momento en que ya era un hecho consumado. Tampoco en la Secretaría de Gobernación se había puesto atención en un caso de importancia menor: un pequeño árbol torcido en un bosque de centenares de municipios, aparentemente no ameritaba notificación ni consulta, de parte del gobierno estatal. Normalmente hubiera sido llamarada de petate, chispazo efímero sin la fuerza de combustión capaz de generar el artificioso incendio que los autores del libreto tenían planeado.

Al parecer, no contaban con que la congruencia hiciera su aparición: si el origen del problema fue estrictamente local, la solución debía tener igual naturaleza y la misma fuente de decisiones. Quien generó la confrontación tendría que ser el responsable de resolverla. Razonamiento de una lógica impecable, aunque en la práctica ha tenido otras implicaciones: si los procedimientos fueron tortuosos en la gestación del conflicto, no han sido menos desaseados y burdos en su epílogo. Por tanto, resultaba inexcusable que, también en esa parte del desenlace, cada quien asumiera su responsabilidad.

Ahora el gobernador de Puebla concede entrevistas a cuantos se las solicitan y se esfuerza, según dice, por descorrer los velos que pudieran encubrir el trasfondo real de este episodio. El presidente del CEN del PRI se deslinda y no sólo afirma ser ajeno a la turbia solución que se pretendió endosar a un órgano local del partido que dirige, sino critica severamente la forma y el fondo de los arreglos. La Secretaría de Gobernación (y el Presidente de la República por ineludible inferencia) quedan explícitamente exonerados de haber inducido la primera concertacesión de este sexenio, en las reiteradas declaraciones del gobernante poblano, quien niega haber recibido instrucciones de alguna instancia federal. Su hiperactividad indica que percibe presagios de tormenta en su horizonte político personal.

Entre tanto, el PAN no encuentra la forma de justificar los pasos que ya se dieron ni los que está obligado a dar. Fernández de Cevallos, en su congénito papel de Tartufo, hace una inusitada aparición en la conferencia de prensa que cada semana ofrece la dirección nacional de su partido, y aparenta indignación contra Manuel Bartlett, mientras Juan Antonio García Villa simula condicionar el retorno del PAN a las discusiones de la reforma política. Un día después Felipe Calderón lo contradice, pues declara que su partido ``debe regresar a las negociaciones'', pero incurre en la incongruencia de calificar a Bartlett como autor de ``acciones primitivas'', cuando previamente había reconocido que la solución al caso Huejotzingo ``es una rectificación muy importante de nuestra voluntad política para ir al fondo en los cambios que necesita el país''. Hablo de incongruencia porque una de las acciones primitivas atribuibles a Bartlett (según sus propias revelaciones) fue determinar los arreglos que Calderón pondera elogiosamente.

El río revuelto donde los pescadores suponían obtener grandes ganancias, se muestra avaro y hasta podría ocurrir que todos los que provocaron la agitación de las aguas resultasen finalmente perdedores. Cuando amainen las turbulencias y el caudal vuelva su nivel y a su curso normal, algunos prestigios políticos reposarán en el fondo. Serán los restos del naufragio de Huejotzingo.