Guillermo Almeyra
Mundialización, Estado y secesionismo

Umberto Bossi, líder de la Liga Norte italiana, ha nombrado un gobierno provisional de la Padania, la cual, según él, debe administrar los impuestos que hoy paga al gobierno central italiano y tener una moneda distinta de la lira. Independientemente de las fanfarronadas que caracterizan al personaje, estas declaraciones deben ser tomadas con seriedad aunque quien las formula no sea serio.

Lo grave de esta farsa consiste en que Bossi habla en nombre de la pequeña y mediana industria del Norte y de un particularismo regional que ha ganado a una parte importante de los sectores populares de la zona a una política antisolidaria, racista, que sólo no aparece como fascista porque los herederos de Mussolini, desde siempre, son centralistas, estatistas, corporativos, nacionalistas, mientras que el neofascismo regionalista es secesionista, anticentralista, antinacionalista (al extremo de mirar hacia Alemania, y no hacia Roma). La Liga Norte representa un bloque social serio y fuerte y una región que tiene una capacidad económica mayor que la mitad de América Latina. Expresa también un efecto peligroso de la mundialización.

O sea, que la jibarización del Estado y la reducción al mínimo de muchas de sus prerrogativas (control de la moneda, del presupuesto, de la política económica e internacional, por ejemplo, que se hace desde centros financieros exteriores) ha eliminado el aglutinante político (la redistribución del ingreso mediante el Estado del Bienestar) que unía partes disímiles en un solo cuerpo nacional, destruyendo ese factor centrípeto para desatar, por el contrario, fuerzas centrífugas. Eso hace que surjan macroregiones económicas por sobre las fronteras estatales y que tienden a llevar al estallido de los Estados unitarios: para ser más claros, buena parte de México se integra económicamente con Estados Unidos; Bolivia, Paraguay y Uruguay, lo hacen en el eje Sao Paulo-Buenos Aires; el norte de Italia, con Alemania y la Mitteleuropa; Catalunya, parte de Bélgica; Luxemburgo, con Francia mientras la parte flamenca de Bélgica se incorpora económicamente a Holanda, etcétera.

Después de 1989 la mundialización ha vuelto a diseñar el mapa europeo, creando en lo que era el bloque soviético una multitud de microestados sobre la base del regionalismo y de la búsqueda de una imposible y reaccionaria unidad étnico-cultural. Ahora amenaza con proseguir esa obra incluso entre los integrantes, como Italia, Francia, Gran Bretaña, del Grupo de los Siete grandes.

Es que los Estados-nación son recientísimos (Alemania o Italia, en su forma actual, no tienen más de 125 años) y, además, salvo Alemania, jamás han tenido una base étnica y cultural común única pues heredaron su estructura de los Estados unitarios de las monarquías, que abarcaban naciones, lenguas, culturas, regiones multiculturales adquiridas según los azares de la guerra o de las alianzas. De modo que una división de Italia en dos Estados, con moneda, constitución, finanzas y política diferentes por muy laxamente ``federados'' que estuvieren, sentaría un terrible precedente para sus vecinos europeos y todos sus colegas del G-7. Por ejemplo, para el mismo Canadá, cuya integridad política está amenazada por el independentismo de Québec.

Si la Padania surgiese, sería difícil mantener las actuales fronteras. Porque qué impediría que Bélgica estallase, que los corsos y los bretones pusiesen en discusión con mucho mayor ímpetu la unidad francesa tan trabajosamente construida desde Luis XI, hace más de 500 años, o que al problema irlandés en el Ulster se agregase un independentismo escocés y estallase la Gran Bretaña? Qué tienen de particular los lombardos actuales salvo una inflexión dialectal que, por otra parte, no es igual a las de los vénetos, los piamonteses, los emilianos, los lígures, que también son ``padanos''? Su secesionismo surge sólo de la reconstrucción de las regiones por la mundialización.

De ahí brota el combustible que incendia las fronteras externas e internas en la India o que hace arder los Estados de toda Africa. El capitalismo, con la caída de la URSS, proclamó que se entraba en la era de la paz y de la razón, pero sólo abrió la caja de Pandora de todos los males precapitalistas e imperialistas. Y el regionalismo agresivo, más el fundamentalismo y el tribalismo, que llevan a la parcelación de los Estados en todos los continentes, sólo prometen hoy guerras locales y preparan conflictos bélicos más generales y aún más terribles