La Jornada Semanal, 19 de mayo de 1996


Los cadetes olvidados

Héctor Perea

En unos días circulará, bajo el sello de Cal y Arena, La rueda del tiempo (mexicanos en España), del que ofrecemos un anticipo. En una primera versión, el libro fue la tesis con que Héctor Perea se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid. Perea también es autor, entre muchos otros, del ensayo Alfonso Reyes y el cine y los cuentos A contraluz.



El jueves 27 de julio de 1937, un grupo de nueve cadetes mexicanos del Colegio Militar, que no pasaban de veinte años, decidió abandonar los estudios para ir a luchar en favor de la España republicana. Descubierto el plan por la indiscreción de uno de ellos y luego hecho público por la prensa a partir de un caudal de informaciones falsas, el grupo se vería reducido a cuatro jovencísimos aspirantes a militares. Poco después, eran todos capturados entre México y Veracruz y, luego de entrevistarse con el entonces secretario de la Defensa Nacional, Manuel Ávila Camacho, expulsados en forma deshonrosa del Colegio. Consumado lo anterior, y ya sin nada que perder puesto que lo habían perdido todo, tres de ellos decidieron partir a luchar por los ideales de la República.

Los mexicanos salieron del país usando pasaportes falsos. Entraron por Francia con la intención de llegar a Cataluña. Ya en Barcelona, les tocaría presenciar el primer ataque aéreo sufrido por la ciudad condal que, en la descripción de uno de los jóvenes, Roberto Vega González, mezcla de horror y fascinación, recuerda cierto pasaje proustiano en que el autor francés, al referir los vuelos enemigos sobre París durante la primera guerra mundial, terminaba remitiendo a escenas de El Greco.

Para los jóvenes mexicanos ésta sería, en cierta forma, una experiencia iniciática que antecedió en apenas unos minutos a su salida rumbo a Valencia, sede provisional del Gobierno español. El Apocalipsis proustiano se había concretado ante sus ojos, según Vega González, de la siguiente manera:

Después de un forzado contacto con la Embajada de su país, los tres mexicanos experimentaron en carne propia una extraña paradoja, pues aun con el antecedente de haber sido expulsados del Colegio Militar por su actitud de indisciplina, el Ministerio de la Defensa español los nombraría tenientes del Ejército Republicano. Roberto Mercado Tinoco, José Conti Varcé y el antes referido partieron entonces de Valencia en el mismo tren con la orden de integrarse en distintos frentes a las unidades que estarían bajo su mando. El primero en separarse del pequeño grupo fue José Conti, quien al poco tiempo moriría en combate, efectivamente a la vanguardia de su contingente y sin que en la historia de México se le reconociera como a un cadete heroico. En Alcázar de San Juan, lugar de nacimiento de la poeta mexicana Isabel Prieto de Landázuri, fue donde los otros dos se separaron.



A diferencia de algunos escritores mexicanos que habían venido pasandobajo distintas circunstancias como diplomáticos, exiliados o viajeros por España, y más en consonancia con la postura antiintelectual del carrancista Francisco L. Urquizo, Roberto Vega González describió en su libro, además de la guerra vivida por dentro, muchas de las costumbres populares llevadas a cabo en torno al conflicto. La narración de la vida que se desarrollaba en Valencia, Manzanares y otros sitios, Vega González la fue contrastando con la de la guerra en frentes como el de Teruel, donde le tocó participar activamente. Los detalles aterradores, ya no proustianos sino goyescos, fueron ensombreciendo el estilo del autor. Muchas de las escenas bélicas, de rapiña y de miseria humana, alcanzan en sus páginas tal riqueza y tremendismo literario que resultan equiparables a las mejores de Los de abajo o El águila y la serpiente, así como el anticipo hispano en imágenes de estos libros: la serie gráfica Desastres de la guerra. Como en el caso de Guzmán, Vega González supo transmitir al lector la experiencia vista, pero sobre todo la vivida no sólo por él sino por otros mexicanos, como el coronel Juan B. Gómez, comandante de una brigada en Madrid y luego de la 115 de Pozo Blanco, en donde también combatió Siqueiros.

Durante un ataque sorpresa, y después de haber comandado una arriesgadísima acción de vanguardia, Vega González repetiría la actitud humana adoptada por Vicente Riva Palacio en tiempos de la invasión francesa a México, al ordenar que la asistencia médica se diera por igual entre "amigos y enemigos sin distinción". Al poco rato, señalaba el ex cadete, "un montón de cadáveres quedó solamente como testigo mudo de aquella pelea" entre nacionales y republicanos. Vega González padeció en España lo que en España había sufrido otro compatriota suyo, el padre Servando, y, junto con otros internacionales, cayó prisionero de las tropas franquistas. Bajo esta condición recorrería varias cárceles del norte, en alguna de las cuales fue torturado.

Por rojo, pero también por representar al México cardenista, Vega González estuvo a punto de morir fusilado. Este hecho motivaría la publicación en julio de 1939 de un "Romance del mexicano condenado a muerte en España", del autor español J. Viró Domenech, y del que transcribo un fragmento:

Gracias a la protesta de gobiernos como los de México, Francia, Cuba y Estados Unidos, se logró el indulto del condenado a muerte. Pero aún quedaba al ex cadete mexicano pasar por un batallón disciplinario y, antes, por el campo de concentración de Miranda de Ebro donde, además de españoles republicanos, Vega González se encontraría con otros tantos coterráneos de quienes difícilmente se descubrirá algún rastro en la historia de la Guerra Civil española.