La Jornada Semanal, 19 de mayo de 1996


El curioso impertinente

La doble vida de George Soros,
especulador y filántropo

Alessandro M. Cassin



Pocos hombres en el mundo pueden ostentar éxitos y fracasos de las mismas proporciones que George Soros, el financiero húngaro que desde 1969 preside el Quantum Fund. Algunos datos: el 15 de septiembre de 1992, en un solo día, Soros ganó 958 millones de dólares apostando contra la libra esterlina en una operación que le valió el sobrenombre de ``el hombre que doblegó al Banco de Inglaterra'' (obligando de hecho al Reino Unido a salir del Sistema Monetario Europeo). En octubre de 1987, en cambio, perdió 600 millones de dólares al invertir en contra del yen, terminando de todas maneras el año con una ganancia del 14 por ciento.

Quien, en 1969, hubiese colocado 1,000 dólares en el fondo de inversiones de Soros, reinvirtiendo los dividendos generados, tendría hoy más de 2 millones de dólares. Si a esto se agrega una trayectoria humana multifacética y una formidable actividad filantrópica, se comprende el interés suscitado por las dos biografías recién publicadas en los EUA: Soros on Soros (John Wiley & Sons, Inc., Nueva York, 1995) y Soros de Robert Slater (Irwin, Nueva York, 1996).

George Soros, cuyo nombre originario se pronuncia ``Dieu-de Shorosh'', tiene hoy 64 años y vive con su segunda mujer en el Upper East Side de Manhattan. Además del húngaro, que es su lengua de origen, Soros habla correctamente alemán, francés y un inglés con un acento centroeuropeo lleno de encanto.

Nacido en Hungría, pronto aprendió las duras leyes de la sobrevivencia al tener que permanecer, en cuanto judío, en la clandestinidad durante la ocupación nazi. Después de la guerra, a los 17 años, se trasladó a Inglaterra donde, tras haber frecuentado la London School of Economics, siguió los mercados accionarios internacionales para la Singer & Friedlander. En 1956, encontró su patria adoptiva en los EUA, estableciéndose allí con su primera esposa, Annalise. Vivían en un departamento en el Greenwich Village; ella se dedicaba a la música y Soros, durante tres años, tomó apuntes para un libro de filosofía que quedaría inconcluso. Mientras tanto, trabajaba como analista financiero para Arnold & S. Bleichroeder.

En 1969, a los 39 años, se independizó dando vida al Quantum Fund, considerado hoy el fondo de inversiones off-shore de mayor éxito en el mundo. Comienza así el mito de Soros. Actualmente, maneja más de siete mil millones de dólares en cinco fondos de inversión, de los cuales 800 millones son fondos propios. Siendo uno de los gestores mejor pagados de Wall Street, Soros gana anualmente más de 650 millones de dólares. Si se divide esta cifra entre 40 horas semanales de trabajo, resulta que cada cinco minutos gana alrededor de 20,000 dólares, es decir, los ingresos anuales de una familia norteamericana promedio.

El lector que busque en las biografías de Soros una guía de inversiones, similares a las publicadas por gurús de Wall Street como Peter Lynch o Warren Buffet, quedará sin duda decepcionado. Encontrará en cambio dos exposiciones diferentes pero complementarias de una filosofía de la inversión y de un enfoque de la vida.

En Soros on Soros, el compilador presenta una panorámica completa de sus actividades, desde las estrategias de inversión a las iniciativas filantrópicas, que formulan una filosofía propia. El volumen está compuesto por una serie de entrevistas llevadas a cabo por un analista financiero, Byron Wein, y -en la parte filantrópica- por una periodista alemana, Krisztina Koenen.

La primera de las tres partes en las que se articula el libro trata sobre estrategias de inversión y es, sorprendentemente, la menos brillante. Parecería que Soros quisiera esconder el secreto de sus éxitos detrás de conceptos y fórmulas generales. Un ejemplo de esto es su teoría de la reflexividad de los mercados sobre la que insiste varias veces. Según esta teoría, en verdad bastante elusiva, existe una discrepancia entre quien participa en los mercados financieros y la realidad económica que se presume reflejan aquéllos. Dentro de esta discrepancia, es posible obtener grandes ganancias si se considera como ``reflexiva'' la relación entre los participantes de los eventos financieros y los mercados mismos. Para confundir aún más las cosas, bastaría citar una frase del propio Soros: ``Los procesos reflexivos no generan resultados predeterminados: el resultado se determina en el curso del proceso.''

Pero el argumento a través del cual Soros revela más de sí mismo es su extraordinaria actividad filantrópica, a la que está dedicada la parte central del libro. Soros, que invierte en el Este europeo, mediante 22 fundaciones, 300 millones de dólares al año, es uno de los pocos individuos en el mundo en condiciones de tener una propia ``política exterior''. Su objetivo es promover las reformas democráticas, la educación y la investigación en países que atraviesan crisis de dimensiones históricas. Es justamente en los periodos de transformación e inestabilidad, como el que atraviesa Rusia, que Soros se siente en ``su elemento'', convencido de poder jugar un papel decisivo.

A George Soros le gusta anticipar los eventos, financieros y geopolíticos, como reza el subtítulo del libro: Staying ahead of the curve (Por delante de la curva). Como filántropo, anticipó de hecho la caída de los regímenes comunistas. Cuando en los años ochenta comenzó a invertir en su país de origen, Hungría, y a continuación en los demás países del Pacto de Varsovia, nadie preveía lo que estaba por ocurrir. Pero Soros no dudó en financiar a científicos, escritores y movimientos juveniles disidentes. La Soros Foundation proporcionó fondos y apoyo logístico a muchos de los que hoy, después de años de clandestinidad, dirigen sus propios países.

Mientras que sobre el futuro de los países de Europa Central Soros se declara optimista, ve negro en lo que hace a la ex Unión Soviética. Gran conocedor de Rusia, en la que comenzó a invertir en 1984, colaborando incluso con el Ministerio de la Cultura bajo Gorbachov, Soros considera que el derrumbe del régimen en dicha nación ha dado lugar a alevosías generalizadas y a un clima de difuso egoísmo donde nadie se toma a pecho los asuntos públicos. Asimismo, acusa a los gobiernos y empresarios occidentales de miopía, ya que, a su juicio, habrían desperdiciado la oportunidad de promover en la ex URSS un auténtico espíritu democrático a través de ayudas e inversiones dirigidas al futuro y no al corto plazo.

En los últimos años, Soros ha asignado un porcentaje fijo de sus propias inversiones a la ex Yugoslavia, destinando recientemente dos millones de dólares a los prófugos serbios de Kraina. Algo que ha suscitado reacciones encontradas, ya que se lo interpretó como una toma de posición anticroata, cuyo gobierno es notoriamente antisemita.

Soros, de Robert Slater, es un trabajo serio y bien documentado. El autor sigue la carrera de Soros en sus vaivenes, describiendo con admiración la calma glacial del financiero húngaro tras haber perdido, en el crack de Wall Street de 1987, unos 800 millones de dólares o, en el `94, otros 600 millones de dólares al apostar contra el yen.

Si las arriesgadas especulaciones de Soros, sobre todo en el campo monetario, pueden hacer pensar en un jugador de azar, Slater argumenta lo contrario. Es decir, afirma que hasta las operaciones más temerarias de Soros son fruto de cálculos muy precisos. Sus relaciones privilegiadas con gobernadores de los bancos centrales, políticos y dirigentes de instituciones financieras, le permiten deducir cuáles podrán ser las reacciones de los mercados ante los eventos internacionales más diversos. A causa de sus intrépidas especulaciones sobre las monedas y sobre las tasas de interés, se le ha acusado a menudo de ejercer una influencia desestabilizadora en los mercados financieros. Ha sido objeto de varias investigaciones (de la Security and Exchange Commision y del House Banking Commitee), de las que ha salido siempre con la frente alta.

A través de estas dos biografías, Soros emerge como un espectador global, que se sirve de los mercados financieros como de laboratorios para sus teorías filosóficas. No considera la economía y las finanzas como ciencias exactas, prefiere hablar de ``alquimia de los mercados''. Mientras que las ciencias intentan describir los eventos, Soros el alquimista intenta transformarlos.