Julio Hernández López
Apuntes sobre Huejotzingo

En el asunto de Huejotzingo como que no hay ni a quién irle. Por un lado, los viejos tiempos de las concertacesiones vuelven por sus fueros, demostrando que los anuncios zedillistas de que desaparecerían algunas malas herencias salinistas fueron solamente buenos deseos; por otro, el segmento más altanero e intolerante de la derecha panista muestra a propios y extraños el tamaño de su poder y se da el lujo de doblegar públicamente al sistema; en otro extremo está el legendario Manuel Bartlett, duro entre los duros, prototipo jurásico, arrinconado hoy por arreglos superiores; y luego está el priísmo exhibido impúdicamente como timorato y superdependiente, convertido si acaso en un aparatejo declarativo, incapaz de moverse, de oponerse, de defender sus derechos más allá de las airadas ruedas de prensa o los elaborados discursos de sus prohombres.

Huejotzingo como muestra de nuestro absoluto subdesarrollo político. Huejotzingo como prueba de lo mucho que nos falta por recorrer en ese camino pomposamente denominado transición a la democracia. Todavía, como bien lo muestra el caso del famoso municipio poblano, está muy lejos el momento en el que la simple y llana voluntad popular resuelva las asignaciones de poder. Todavía muestran los biceps poderosos quienes en las cúpulas discuten, pelean y deciden, mientras al otro lado de las vitrinas muestran sus caras hambrientas quienes aspiran a unas migajas de democracia y civilidad política.

Bartlett, como es bien sabido, resume las virtudes o defectos del sistema, según queramos ver las cosas. General con el pecho lleno de medallas ganadas en los trasiegos electorales, el ahora gobernador de Puebla será recordado siempre por su histórica caída del sistema en 1988. Actualmente, el ex secretario de Gobernación ha acaudillado desde la capital poblana un vigoroso intento por hacer prevalecer en la práctica política los mejores argumentos del priísmo prehistórico: colusión PRI-gobierno, uso de recursos públicos para promover electoralmente a su partido, maniobras electorales para adjudicar al tricolor los triunfos que las urnas no le dieron.

Frente a ese intento se ha levantado la justa protesta del panismo poblano, que pudo arrebatarle al gobernador, y a su gran ejecutor electoral, José María Morfín, espacios de poder donde era impensable la adulteración de resultados. Hubo otros lugares, como Huejotzingo, donde Bartlett desplegó otras artes, como el retorcimiento jurídico y la promoción de resoluciones judiciales amañadas para finalmente darle satisfacción al PRI.

Siendo como es la lucha huejotzinga entendible y compartible, no lo son los mecanismos usados finalmente para darle solución política. No es en las batallas palaciegas donde residen los mecanismos que verdaderamente ayudarán a avanzar en la democracia y a evitar abusos como los mencionados. Cuando se cae en la concertacesión, y se usan votos, cargos y circunstancias como meras mercancías para el intercambio político, se pervierte la esencia de la lucha popular. Ese es el problema del PAN y sus concertacesiones, que convierten a partido y a beneficiarios en virtuales cómplices de los errores que dicen combatir.

Por otra parte, el presidente Zedillo agrega un tema más a su agenda de promesas incumplidas. Según se presumía en su momento, Zedillo era un apasionado casi suicida de la legalidad electoral y estaría siempre dispuesto a correr los riesgos que fueran necesarios para reinstalar a México en la senda de la legalidad y sustraerlo a la órbita salinista de las concertacesiones. La realidad ha vuelto a imponerse a las suposiciones zedillistas. En aras de sacar adelante por consenso la famosa reforma electoral en curso, Zedillo ha frenado el ritmo de las negociaciones entre PRI, PRD y PT para esperar el regreso del PAN, ha dejado encorchetados algunos asuntos para que los panistas puedan reabrirlos, y ha cedido Huejotzingo y lo que sea necesario para que los blanquiazules le hagan el favor de avalarle la reforma anunciada insensatamente como ``definitiva''.

Por el lado del tricolor las cosas también se enturbiaron. Oñate y los principales actores declarativos del priísmo han quedado reducidos a meros artefactos de sonido. Hablan, declaran, analizan y pontifican pero no hacen nada para enfrentar en la realidad las causas de catástrofes como las del citado municipio poblano. Queda el priísmo, en vísperas de su desangelada asamblea nacional, como la novia a la cual antes de la boda el novio le arrima una buena tunda para que vaya sabiendo a qué le tira en la vida de casada.

El caso Huejotzingo se negoció en Gobernación, dependencia ejecutora de la voluntad política del presidente de la República. Frente a ese hecho, Oñate y demás declarantes realizan notables peripecias verbales, pero no demuestran más que el PRI sigue siendo sumisa instancia legitimadora de las decisiones de los palacios de gobierno, que ya no tiene ni siquiera fuerza para emitir una protesta digamos inteligente y creíble, y que el futuro del tricolor pareciera ser la pérdida inevitable del poder, por las buenas elecciones o por las malas concertacesiones.