En abandono total, 104 niños infractores en la casa Rochester de Chiapas
Elena Gallegos y Oscar Camacho Entre la suciedad y con un magro presupuesto que no alcanza ni para que coman bien, mucho menos para vestirlos o calzarlos, 104 ``niños delincuentes'' son los protagonistas de sórdidas historias en la otrora esplendorosa casa de campo Rochester.
A 13 kilómetros de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (aunque ya forma parte del municipio de Berriozábal), olvidados por todos algunos terminan sus condenas y permanecen meses enteros ahí porque nadie los reclama y el DIF estatal ni se ocupa de ellos, a estos muchachos infractores se les somete diariamente a experiencias tan humillantes que difícilmente podrán readaptarse a una sociedad a la que parece no importarles.
Este es el relato de la diputada ciudadana Martha Alvarado Castañón, quien confiesa que jamás imaginó que algo así podía suceder en México:``Conocí Rochester cuando era una niña. La familia de don Ciro Farrera tenía la finca como casa de campo. Los fines de semana íbamos a nadar ahí. Eramos también unos muchachos. Disfrutábamos tanto el paseo... El sitio era realmente bello.
``Con los años los Farrera decidieron donarla para que se convirtiera en un centro de rehabilitación de menores. Así fue como la casa y 10 hectáreas que la rodean pasaron a convertirse en lugar de reclusión de niños infractores.
``Hace poco, y en vista de que se celebraría en Tuxtla Gutiérrez uno de los foros de análisis sobre derechos del menor, un amigo me recomendó que me diera una vueltecita para constatar por qué se contaban historias aterradoras de ese sitio.
``Acudí acompañada del diputado Francisco Santos Covarrubias. El tiempo que permanecimos ahí fue una pesadilla.
``Cien niños y cuatro chicas purgan sus castigos. Unos porque robaron o rompieron un cristal. Otros inmiscuidos en tráfico de drogas. Hay uno más que es parricida y otros dos asesinaron a alguien. Cinco (Verónica, Jaime y otros tres) debieron haber salido hace tiempo, pero ahí siguen sin que a alguien le preocupe.
``El lugar no se parece nada al que yo conocí: paredes peladas y una cocina que es un lujo de cochambre y porquería.
``Los dormitorios son enormes galerones con montículos de cemento, así nomás, sin colchones ni nada, donde los muchachos pasan 15 horas de cada día.
``En el mismo cuarto, separados apenas por un pequeño muro, están las letrinas en las que, por supuesto, no hay agua corriente. Aquello huele a chiquero.
``Es ahí donde son confinados en punto de las cinco de la tarde hasta las ocho de la mañana del siguiente día. Entre el hedor y la mugre, a oscuras tampoco hay electricidad los muchachos pasan las noches contando historias de aparecidos y sus andanzas. Ahí van recreando su rabia.
``Nadie los vigila. Nadie se asoma siquiera a ver qué está pasando.
``Cuentan que hace un tiempo una adolescente embarazada dio a luz a medianoche sin ayuda alguna. Al día siguiente, cuando los encargados la descubrieron empapada de sudor y sangre con el pequeño en los brazos poco, pudieron hacer ya. El bebé no logró sobrevivir y la muchachita se debatió semanas enteras entre la vida y la muerte.
``Hasta hace no mucho, chicos y chicas se hacinaban en el mismo espacio, con las consecuencias del caso. Se decidió separarlos con una malla ciclónica.
``En lo que debían ser salones de clase se amontonan destartalados pupitres. No hay pizarrón, libros ni nada.
``El consultorio no tiene ningún tipo de instrumento para afrontar emergencias. No hay médico (una doctora sólo hace dos visitas a la semana) ni medicamentos. Lo único que sobran son enfermedades.
``En Rochester tampoco se da tratamiento psicológico a los infractores ni algún tipo de rehabilitación. Los pequeños que están ahí por delitos menores (robo en una tienda, por ejemplo), permanecen junto a los más peligrosos.
``Se calcula que, en promedio, se destinan 5.40 pesos al mes para vestir a los muchachos. Y así los visten. Los más afortunados pueden calzar viejos zapatos, pero la mayoría anda descalza. La ropa que usan se les cae a jirones. No hay niño que no tenga ya su nidito de piojos en la cabeza. Están infestados de bichos. Muchos padecen sarna, sólo por mencionar una de las infecciones que proliferan.
``No hay ningún tipo de higiene. Es el infierno!``Desde que llegué ahí se me hizo un nudo en la garganta que ya no me dejaba casi ni hablar. Me sentí apenada con ellos: 'Qué puedo hacer por ustedes? Hay algo en especial que quieran?', les dije, pero más tardé en hacer que en arrepentirme.
``Mi pregunta resultaba absurda en medio de todo aquello. Los habitantes de Rochester, pensé, necesitan todo.
``Un adolescente de ojos negros, tristísimos, me contestó sin rodeos: 'Una pelota'.
``Me le quedé mirando y seguía diciendo para, mí claro: quieren una pelota. A fin de cuentas no son más que niños!``El chiquillo aprovechó mi silencio para responder: 'Bueno, más bien dos: una de fut y otra de basquet'. Para que no me ganara el llanto sólo asentí con la cabeza. Veía en sus caras adolescentes miradas que sólo pueden ser de un viejo.
``Lo cierto, me contó uno de nuestros guías, es que en Rochester sí hay un balón, pero tan maltratado y sucio como ellos. Un balón para más de 100.
``En una libreta fui anotando todo. Caso por caso. Los nombres de los muchachos que ahí siguen contra toda norma, aunque su castigo ya terminó. Lo que comen, si a eso se le puede llamar comida; lo que viven, lo que padecen.
``En el momento que traspasé el umbral de Rochester de regreso al mundo, sentí que había dejado el infierno pomposamente llamado 'Centro de Tratamiento y Diagnóstico del Menor'. La cárcel donde los niños delincuentes pierden la esperanza y padecen el peor de los tratos.
``Mañana termina, voy a entrevistarme con Emilio Chuayffet. Sólo quiero hacerle un par de preguntas: Cúantos Rochester hay en el país? Qué vamos a hacer con ellos?''