A fines del año pasado me llamó por teléfono la maestra Hilda Esmeralda Cruz, para invitarme a participar en el Programa de Apoyo a los Maestros que está llevando a cabo la Dirección de Educación Secundaria de la Secretaría de Educación Pública. Mi participación consistiría en darles una conferencia sobre un tema relacionado con la enseñanza de la ciencia a maestros de secundaria y bachillerato, lo que desde luego acepté, dada la gracia, la gentileza y la generosidad con que la maestra Cruz me concedió que fijara la fecha, la hora y hasta el sitio de mi compromiso académico. Aunque entonces escogí lo que me pareció más distante (en esa época estaba terriblemente ocupado), el tiempo siguió transcurriendo y como no hay plazo que no se cumpla, hace unos días el episodio se llevó a cabo a las 10:00 am en el Aula Magna de El Colegio Nacional. Cuando llegué al recinto me sorprendí al verlo tan lleno; confieso que es la primera vez que lo he visto así de repleto (me dicen que cuando mis buenos amigos y colegas miembros de El Colegio Nacional, José Emilio Pacheco o Miguel León Portilla, dictan conferencias en esa aula, pasa lo mismo); creo que su capacidad es de unas 300 personas, pero seguramente había más de 500, pues ya no cabía ni un alfiler (o ni un maestro) más.
Mi discurso fue sobre la enseñanza de la ciencia, pero decidí introducirlo con un relato sobre las circunstancias que, hace ya más de 50 años, determinaron que un estudiante de medicina decidiera dedicar toda su vida a la investigación científica. Después de relatar mi experiencia personal, examiné brevemente el concepto de vocación, al que tanta importancia se le da cuando se habla de la decisión de seguir una carrera científica, pero que resulta tan vacío como irrelevante frente a factores tan poderosos como los determinantes genéticos y las contingencias históricas y ambientales. La última y más prolongada parte de mi perorata fue una arenga a los maestros, a veces romántica y a veces mesiánica, pero siempre basada en mi propia experiencia de más de 50 años como profesor e investigador científico, en favor de la enseñanza de la ciencia como una de las metas principales de la educación en nuestro país. Les dije que la ciencia y la tecnología eran las llaves del futuro, que nuestra responsabilidad como maestros era convencer a nuestros estudiantes de que la mejor manera de contribuir con su trabajo y con su vida al progreso de la sociedad de que forman parte y de su país era haciéndose científicos y tecnólogos, y que la medida en que nuestros esfuerzos tuvieran éxito estaría dada por el número de los estudiantes inteligentes que nos escucharan y que siguieran carreras en la ciencia y la tecnología en los próximos años. Los maestros me escucharon con generosa atención y al término de mi conferencia hubo un lapso dedicado a preguntas y comentarios. En este diálogo surgieron con claridad tres preocupaciones: 1) ¿por qué la ciencia y la tecnología no reciben más apoyo del gobierno? a la que contesté que ya recibíamos bastante pero todavía no suficiente, en lo que México no es excepcional, pero que no era responsabilidad del gobierno sino de la sociedad, porque mientras ésta no esté convencida de que debe apoyarse más a la ciencia y la tecnología y así se lo exija al gobierno, éste no hará nada más; 2) ¿qué hace el famoso Conacyt? a lo que contesté ``lo que puede con lo que le dan'', y a continuación señalé que apenas recibe el 20 por ciento del presupuesto total para ciencia y tecnología del país (el 80 por ciento restante está en los presupuestos asignados a las secretarías de Estado y otras dependencias, que también gastan en esos renglones), que tiene un generoso programa de becas y que también apoya cerca de 600 proyectos de investigación, más de la mitad de ellos fuera del DF, y hablé del Pacime y de otros programas más, así como de la relación entre la comunidad científica y Conacyt, que desde el sexenio pasado ha sido muy positiva para ambos; 3) ¿qué papel desempeña la iniciativa privada en el desarrollo de la ciencia y la tecnología en México? a lo que señalé que menos del 10 por ciento del gasto proviene de esa fuente, lo que es la regla en los países subdesarrollados, mientras que en los del primer mundo se encarga de más del 50 por ciento de la inversión en ciencia y tecnología, y agregué que eso se explica porque al igual que el resto del país, los empresarios mexicanos también son subdesarrollados. Pero terminé con la nota optimista de que hace una década su participación era todavía menor, por lo que hay esperanzas de que la situación vaya mejorando poco a poco en el futuro. Me vi obligado a interrumpir el diálogo porque debía regresar a mi laboratorio, pero me quedé con una muy grata impresión del interés y de la dedicación de los maestros de secundaria y bachillerato de nuestro país, lo que me hace sentirme más optimista.