Extraordinaria actriz, además de seductora mujer, Esperanza Iris hizo vibrar los corazones de los señores de su época, al igual que María Conesa, conocida como La gatita blanca.Nacida en Villahermosa, Tabasco, después de trabajar en varias compañías, logró formar la suya y construir su propio teatro en 1918. La edificación fue en realidad una adaptación que llevaron a cabo dos afamados arquitectos: Ignacio Capetillo y Federico Mariscal, de lo que era el antiguo Teatro Xicoténcatl, que había sido construido en 1912 e inaugurado con gran pompa con la ópera Aída.Doña Esperanza Iris no quiso quedarse atrás y puso su nombre al teatro que estrenó con la opereta La duquesa de Bal-Tabarín. Actualmente se denomina Teatro de la Ciudad.
La fachada del mismo es una hermosa mezcolanza de estilo renacentista y art-nouveau, estructurada a base de pilastras, tal como era frecuente en la arquitectura para espectáculos que se realizaba a principios de siglo. La parte central está tratada como un pórtico, decorada por siete columnas adosadas de orden corintio; en los tres vanos centrales se localiza una marquesina art-nouveau construida con hierro y cristales. En el segundo cuerpo dos grandes balcones con balaustradas están coronadas por cuatro repisas que sostienen los bustos de célebres compositores de ópera. En la parte central, enmarcado por un arco de medio punto, se localiza una figura que representa a doña Esperanza Iris.
El interior es también suntuoso y lo traslada a uno al inicio del siglo, con sus estucos y cielo raso primorosamente decorado; como atractivo adicional, tiene un simpático bar para aligerar la plática durante el intermedio.
Esto nos lleva a recordar que la ciudad de México tiene una gran tradición teatral que data de la época prehispánica en que se celebraban ceremonias religiosas llamadas ''``mitotes'' en que los personajes se disfrazaban y actuaban diferentes papeles. Los sacerdotes evangelizadores aprovecharon esta costumbre para hacer obras cuyo objetivo era difundir la religión católica y les llamaron ``coloquios''.
A los pocos años de la conquista, se comenzaron a dar interpretaciones callejeras en las plazas, y surgió uno de los primeros teatros formales en el hospital Real de los Naturales, que en su vasto patio tenía las gradas y el escenario, lo que permitía que los enfermos se asomaran por las ventanas, claro que a los que estaban muy delicados de salud, la música, risas y aplausos no les deben haber sido muy agradables, pero con ello el nosocomio se ayudaba económicamente.
La actitud histórica se mantuvo vigente durante el virreinato y en el siglo XIX cobró gran auge. Mucho se ha hablado del famoso teatro Nacional, también llamado en cierta época Santa Anna y en otra Imperial, que construyó el arquitecto Lorenzo de La Hidalga, en donde ahora confluyen avenida Cinco de Mayo y Bolívar, que entonces se llamaba calle de Vergara.
Ese nombre se debía a que allí tenía su casa a mediados del siglo XVII, el maestre de Campo don Antonio Urutia y de Vergara, caballero de Santiago y sargento mayor ``persona muy principal''. La residencia era tan grande que en su interior se adoptó en el siglo XIX una bella ``casa de baños''. Tenía un enorme jardín de ''2 mil 200 varas'' en donde un francés que la alquiló estableció el primer negocio de cultivo y venta de plantas y flores que hubo en México.
Y no hay que olvidar que en sus famosos jardines, el emperador Moctezuma cultivaba cientos de especies, muchas de ellas curativas que proporcionaba a sus súbditos para que se aliviaran de diversas enfermedades. Para prevenir éstas es muy sano científicamente comprobado tomar diariamente un tequila; afortunadamente en el Centro Histórico sobran los sitios en donde se puede adquirir esta ``medicina'' acompañada de una rica comida. Un buen lugar es el Salón Luz, en la deliciosa calle de Gante, con sus mesas de aire libre que permiten estar al ``fresco'' mientras se paladea una nutritiva sopa de ajo y deliciosa carne cruda con anchoas.