El Centro Cultural Tijuana (Cecut) tiene muchos aspectos envidiables. Entre otros, el ofrecer oficinas dignas, amplias, cómodas, en las que se puede trabajar holgadamente. Cosa que por desgracia no sucede con otro edificio museístico, también obra de don Pedro Ramírez Vázquez, quien ya en 1962 había realizado un proyecto para la ciudad fronteriza. El conjunto de edificaciones que conforma el Cecut comprende 5 secciones de las cuales una se aboca a la exhibición de piezas artísticas. Durante el periodo lópezportillista, su edificación contó con espléndido presupuesto económico pese a que se inauguró en 1982, año de una de las consecutivas crisis económicas que nos han afectado en todos los órdenes.
La esfera que se encuentra en el umbral del conjunto ha dado una fisonomía distinta a la zona, ha favorecido el paisaje urbano y con el paso del tiempo se ha constituido en emblema. No es ajena la construcción a parámetros posmodernos y exceptuando la predilección por la curva presente en los proyectos de museos realizados por Ramírez Vázquez, éste difiere de otros anteriores, cosa que puede constatarse hoy día consultando el libro de Ramón Vargas Pabellones y museos, en publicación de Noriega Editores.
El Cecut dirigido por Alfredo Alvarez Cárdenas, un joven funcionario muy activo relacionado con la iniciativa privada, y antes rector de la Universidad de Acapulco, no confundir con la de Guerrerofunciona como espacio entre turístico y cultural, distinto por tanto a las ``Casas de cultura'' tradicionales. Eso puede tener sus bemoles. Por ejemplo: parte del espacio es rentable, cosa positiva, pero los comercios que lo ocupan en algunos casos dejan qué desear y son susceptibles de ``contaminar'' la idea que se tiene acerca de un centro de cultura. En cambio las envidiables instalaciones permiten actividades que van desde los conciertos sinfónicos y la ópera (la sala de espectáculos alberga más de mil espectadores, tiene un foro modificable y buena acústica), aparte de que se cuenta con un precioso, pequeño auditorio para conferencias, presentaciones de libros y hasta proyecciones cinematográficas. Además, los cortometrajes ahora limitados a dos proyectados en high tech en una de las mayores pantallas esféricas del mundo, atraen buena cantidad de público, nacional, local y extranjero.
Como sucede con los proyectos museográficos de don Pedro, los espacios de exhibición para las muestras artísticas son ambiguos, parecen pensados exclusivamente para obras tridimensionales. Algún día, creo, habría que hacer un estudio de matiz psicoanalítico sobre los autores de arquitectura de museos, no sólo en México, sino en otros sitios.
Inicialmente las exhibiciones se realizaban en dos amplias rampas que arrancan de un gran hall, colindante con el restaurante. Guardando las distancias permitían un recorrido en pocos metros lineales y unos 12 de anchura, análogo al de Guggenheim en Nueva York, antes de su drástica y reciente reconstrucción. Las rampas no resultan aptas mas que para muestras que no requieren actitud altamente contemplativa ni seccionamiento de espacios, motivo por el cual, gracias a algunas mociones de Constantino Lameiras hace diez años, los lugares de exhibición empezaron a invadir otros inicialmente destinados a actividades distintas.
La exposición internacional de estandartes que actualmente se exhibe en el hall principal, muy pertinente para este tipo de espacios, perceptible desde la impactante explanada de ingreso fue organizada por Marta Palau, cuya capacidad de convocatoria es amplísima. A ella se debieron, entre otros salones, el de tapiz en miniatura que permitió establecer contactos con artistas de varios países del mundo y que mantuvo una ininterrumpida trayectoria. Se inauguraban, como se recordará, en Morelia y luego itineraban por otras ciudades para rematar en el Museo Carrillo Gil.
Aprovechando su trato directo con artistas de varios países, Marta Palau tuvo la idea quizá en parte inspirada en las múltiples banderas que penden del enorme comedor del Gran Hotel Tijuana de idear un nuevo salón que se pretende anual y en el que se participa por estricta invitación. Cosa que me parece un acierto porque se eliminan así los múltiples trabajos y trifulcas que conlleva la convocatoria abierta. No es que yo me oponga a ésta última modalidad. Antes al contrario, es indispensable que se organicen colectivas como la Bienal Tamayo de pintura o la Bienal de Monterrey a través de convocatoria abierta, pero resulta conveniente que existan salones y exposiciones colectivas organizadas a través de invitaciones.
De las características generales de la exposición organizada por Marta Palau me ocuparé en un próximo artículo.