Elena Poniatowska
Claudia: en defensa propia

''Si hubiera sabido que iba a vivir esta pesadilla me hubiera dejado violar'', dijo a un reportero Claudia Rodríguez Ferrando, procesada por el homicidio de Juan Cabrera Antúnez. La historia, por cotidiana y repetida, se cuenta en tres palabras. ``Hay una ley de los hombres que siempre se cumple: acabar en la cama con una mujer'', le dijo Juan a Claudia después de intentar seducirla y forcejear con ella. La oportunidad inaplazable de cumplir esa ley se presentó cuando cruzaban por un puente que lleva a la estación Metro La Paz en el estado de México, desierto a esa hora, las seis y media de la mañana. Juan la empujó y golpeó contra el barandal, desgarró su ropa y se abrió la bragueta. Claudia tenía una pistola en la bolsa de la chamarra que sacó cuando sintió el pene de Juan, luego jaló el gatillo y el cuerpo del hombre se desplomó en el suelo. ``Pinche vieja, a mí esa chingadera me vale madres'', alcanzó a decir Juan cuando Claudia lo amenazó con usar el arma. Tenía razón, era de calibre modesto, una 22. Los hechos se dieron el 2 de febrero pasado.

Pocas mujeres se atreven a denunciar a quien las amenaza de violación o consuma el acto; son menos las que castigan o matan a sus agresores. Qué derecho justifica penetrar el cuerpo de una mujer sin su consentimiento? Un derecho inmemorial, el derecho de los hombres, un derecho que no es tal pero que justifica ante la sociedad patriarcal y machista que Juan haya oído de su padre, sabido por sus compañeros de clase, leído en los diarios o visto en la televisión, que cuando un hombre se encapricha por una hembra el capricho se le cumple como sale y se mete el sol todos los días, como se cumple una ley de la naturaleza. En el caso de Juan el desenlace no se ajustó a la ley; lo que se llevó a la tumba, sin duda, fue el pasmo ante la inconcebible respuesta de Claudia. Por ello este infortunio va contra lo que dice grita, brama la extraña y perturbadora palabra: ``violar'', cargada en sí misma de historia humana. Viene del latín vis, ``fuerza'', ``poder'', la raíz de donde brotan ``violencia'' a la vez que ``virilidad'' y ``virtud'', atributos masculinos. No es la virtud ``fortaleza de carácter'', y no es ``carácter'' cumplir los caprichos? Es la historia entera del dominio masculino contra la que se sublevó Claudia.

Nuestras leyes penales admiten la legítima defensa en descargo del homicidio.

Se tiene derecho a defender la integridad física y los bienes propios, incluso dando muerte al agresor cuando la amenaza es inminente, actual o violenta. Eso está escrito en los códigos y es transparente como el aire. Las dificultades surgen cuando el descargo debe probarse en el caso de violación. Claudia tiene aún en los brazos las marcas del ataque de Juan, también un motivo para usar un arma: la habían asaltado en su negocio y vivía hasta antes de ser apresada en un sitio donde, en particular las mujeres, corren peligro, San Vicente Chicoloapan, en el estado de México.

Pero qué hacía una señora, madre de cinco hijos, apenas rayando la mañana con un hombre en un puente solitario? ``Todas las mujeres son unas putas'', le dijo Juan a su novia y amiga de Claudia poco antes de su muerte, cuando bailaban en el Mesón del Tarasco, a donde habían ido los tres a divertirse. En ese sitio Juan le había insinuado, luego exigido a Claudia que se acostara con él, y como ésta no accedía, había llegado a pedirle a su novia que la convenciera. Claro que se pelearon los novios, pero Juan estaba borracho, encaprichado y obligado por su machismo, así que siguió acosando a Claudia.

Una corriente de opinión, que llega no sólo de los ambientes populares sino de los cultivados, se indigna con un argumento simple: las mujeres no deben andar solas en lugares ni a horas impropios, y si se arriesgan a ello, que se atengan a las consecuencias. Basta poner a los hombres en lugar de las mujeres y notar lo absurdo del alegato. Ellos sí tienen derecho a andar hasta la madrugada por esos lugares. Mientras que las mujeres son todas unas putas, los hombres ejercen espontáneamente su virilidad o se les puede disculpar una escapada ocasional. La desigualdad en otro plano es tal que si no se acepta su legítima defensa, Claudia purgará hasta 15 años de cárcel, y Juan, si el destino no lo hubiera burlado, pasaría entre tres u ocho años de prisión y pagaría una multa no demasiado severa por haber violado. Qué es violar? Ya Claudia había sido violada por asaltantes. Una violación va de la mano de otra. La defensa era lógica.

Por lo demás, Claudia no engañó a su marido, y aquí aparece otro hecho insólito de esta historia. Por biografía compartida y razones de trabajo, ella y Jorge se habían dado libertades. ``Somos una pareja moderna en la que los dos tenemos nuestra libertad'', explicó a la prensa Claudia. Jorge, además, admira a su mujer, ``simplemente no se dejó humillar. Mi esposa es una mujer muy valiente y siempre ha sabido defenderse de todo''. Por supuesto que la libertad es recíproca, e incluso la admiración del compañero, corren el riesgo de ser usados en contra de Claudia no merecen castigo, acaso, quienes alteran la naturaleza del matrimonio monogámico?. Para nosotras son dignas del mayor respeto.

Claudia se encuentra recluida en el Centro de Readaptación Social de Texcoco, estado de México, en espera de la sentencia del juez, quien tiene la facultad de allegarse las pruebas e interpretar las circunstancias para decidir la validez de la legítima defensa. A quienes luchamos por la causa de las mujeres y queremos un mundo justo e igualitario, Claudia la persona ahora apartada de sus hijos y humillada en la cárcel, y Claudia, la mujer que podemos ser todas en cualquier momento es nuestro corazón y nuestro espejo. Salvémosla de su pesadilla y salvémonos nosotras con ella.