Para algunos se trata de la peor sequía del siglo; para otros es la más grave de los últimos 50 años. De cualquier forma, si son 50 ó 100 años, la medida de tiempo no significa una diferencia importante en estos momentos. En efecto, se trata de uno de los desastres naturales más severos que han golpeado a la agricultura, a la ganadería, a los bosques y que hoy amenaza con convertirse en un problema ecológico de dimensiones importantes para 11 estados del país, para el México norteño: Tamaulipas, Chihuahua, Sonora, Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Nuevo León, Sinaloa, Durango, San Luis Potosí y Zacatecas, algunos de los cuales están por entrar al quinto año de sequía.
Los datos agregados muestran la dimensión de la tragedia: pérdidas de 10 millones de toneladas de granos básicos, con un valor de 19 mil millones de pesos; muerte de 3 millones de cabezas de ganado; la evaporación de 3 millones de jornales; la imposibilidad de sembrar 600 mil hectáreas de riego y varios millones de temporal en el ciclo primavera-verano; las presas están secas, con un almacenamiento de entre 15 y 21 por ciento de su capacidad (La Jornada, 24/V/96). Además, las enfermedades propias del calor, diarreas y deshidratación, ya han empezado a cobrar algunas decenas de vidas; y para completar el cuadro, en estas semanas varios miles de hectáreas de bosque se han quemado por diversos incendios.
La geografía del desastre ha agudizado de forma importante la ya deteriorada situación de millones de familias campesinas, que además de la crisis nacional de la economía y de los severos golpes del ajuste macroeconómico, han tenido que enfrentar la falta de lluvia. Los ciclos agrícolas se han roto por completo y millones de campesinos se encuentran en la línea de la sobrevivencia: no hay siembra, no hay dinero, y por tanto, no hay comida. Otros miles de campesinos que año con año migraban de estados del sur como Oaxaca, Puebla o Guerrero a las pizcas en Sinaloa o Sonora, también se han visto afectados. Miles de ganaderos están en la bancarrota, su ganado ha muerto o agoniza y no tienen ninguna posibilidad de recuperarse. Así, agricultores y ganaderos con diversos potenciales y tamaños económicos están igualmente afectados. Muchos campesinos han migrado hacia Estados Unidos en la búsqueda de algún trabajo, pero del otro lado de la frontera tampoco ha llovido, Texas y Nuevo México ya fueron declaradas zonas de desastre debido a lo que califican como la ``peor catástrofe natural jamás vivida'' (La Jornada, 24/V/96).
Circular por cualquiera de estas tierras secas es adentrarse en un mundo caliente y terregoso que ha cambiado de forma radical el entorno: hay un color polvoso en la tierra como si fuera talco o tuviera grietas; en muchas partes se pueden ver restos de cabezas de ganado; árboles completamente secos; ríos que ya sólo tienen piedras. La gente habla como de algo irreversible: ``cuando aquí llovía''. En las ciudades el calor ha subido a temperaturas que antes eran de excepción, pero que hoy se han vuelto cotidianas, 40 ó 42 grados centígrados. En este mundo seco y caliente del norte ha crecido una nueva leyenda que rápidamente se ha popularizado, el chupacabras, un depredador de animales al cual se le ha imaginado como un murciélago. Este popular fenómeno tiene ya su canción, los niños juegan con esa referencia y se le han hecho diversas caricaturas y múltiples aplicaciones con el imaginativo verbo chupar.
La dinámica de muchas comunidades se ha transformado con la sequía y amplios sectores de la sociedad se juntan para pedirle al gobierno federal que determinada región sea declarada zona de desastre y así conseguir recursos extras para aliviar provisionalmente la situación. Para otros, el enfrentamiento a la sequía se necesita hacer desde la fe, la religión. Dicen: ``Dios es muy grande''. Se pide un milagro para que vuelva a llover, se organizan celebraciones, misas y rituales con este fin, pero Tláloc no responde.
Como se trata de un problema complejo y a la vez generalizado, se necesitan respuestas diferenciadas y oportunas. Así por ejemplo, los ganaderos que se han declarado en moratoria requieren de un tratamiento financiero particular; los campesinos ejidatarios que cultivan tierras de temporal y que año con año se ayudan con programa como el Procampo, hoy necesitan otro esquema, porque si antes el apoyo económico de 484 pesos por hectárea se daba a los que sembraban, ahora sin agua es imposible sembrar; por lo tanto se tienen que modificar los esquemas y se tendrá que dar el apoyo aun sin siembra, porque hay millones de familias campesinas al borde de una hambruna. El otro plano, desde luego, será crear una nueva cultura del agua y del desarrollo para las zonas de sequía. Por ejemplo, se podrían apoyar obras de infraestructura básica para retención del agua, en lugar de invertir en caminos rurales. El desastre generalizado de la sequía ha encontrado respuestas parciales del gobierno federal. Se necesitan cambiar las prioridades de la inversión federal y la visión centralista, para responder a este desastre, porque hasta la fecha parece que las autoridades federales no han acabado de caer en la cuenta de las dimensiones del problema.