Bernardo Bátiz V.
Antonio de Ibarrola

Murió el sábado Don Antonio de Ibarrola, maestro universitario, jurista eminente, autor de libros de derecho y principalmente un hombre íntegro, que vivió siempre en forma congruente con su pensamiento.

Creo que para la mayoría de los lectores de La Jornada, su nombre no es muy conocido, pero creo también que no puede irse una persona como Toño de Ibarrola así nomás, sin un recuerdo de sus amigos y sus correligionarios, además del perenne que de seguro dejó entre sus familiares.

Conocí a Don Antonio en los años sesentas, creo que en la campaña de 1964 en el XVI Distrito de esta ciudad; me habían invitado a colaborar con el PAN y me enviaron al comité distrital a sellar boletas electorales en una de esas estrategias de entonces, que buscaban tapar alguno de los tantos agujeros por los que se escurrían los votos de los ciudadanos.

Habían de sellar miles de boletas electorales y la operación estaba a cargo del maestro Ibarrola, dos o tres más colaborábamos con él, y ahí en la oficina del Comité Distrital Electoral, en medio de hostiles priístas y expertos alquimistas, entonces me di cuenta de su entusiasmo y su buen humor, también de su erudición. Para sellar rápido las boletas, cantaba canciones ligeras y rápidas en varios idiomas, y llevaba el ritmo con el sello al golpear el cojín de tinta primero y luego la boleta que hábilmente retiraba para seguir con la de abajo. La Marsellesa, en un correcto francés, era uno de sus cantos preferidos; después vi a Don Antonio otras muchas veces en las juntas del Comité Distrital, hablando con un magnavoz o repartiendo volantes en las calles o en el mercado de Portales en donde ya lo conocían los locatarios.

Don Antonio impartió por años la cátedra de Derecho Civil en la Facultad de Derecho de la UNAM y ahí estaba siempre puntual, a las siete de la mañana en punto rodeado de sus numerosos alumnos; escribió varios libros, entre otros Derecho de familia y Cosas y sucesiones, que fueron y siguen siendo textos de varias escuelas y jurisprudencia. Fue candidato a diputado en varias ocasiones y su vocación política lo llevó a escribir un libro sobre el problema agrario en México, que es sin duda una de las obras sobre el tema más bien documentadas y más completas, en la que explica los problemas del campo y propone soluciones jurídicas y sociales para evitar el latifundismo y para hacer productiva la tierra para el país y especialmente para los que la trabajan.

Panista de temple nunca vivió de la política, fue político por vocación, pero se sostuvo siempre de su trabajo de abogado y de perito traductor, dominó varias lenguas y, según creo, era el único perito de lengua rusa que aparecía en las listas oficiales del Tribunal Superior de Justicia.

Muchos lo recordarán, defensor de la naturaleza, práctico y valeroso, sorteando el difícil tránsito de la capital en una bicicleta negra, rodada 28, vestido él también de traje oscuro y corbata, para llegar a tiempo a una audiencia o para visitar a algún ministro de la Suprema Corte. Llegar en bicicleta y al mismo tiempo correctamente vestido a sus diligencias de abogado, no era una pose, era como siempre lo fue, una actitud de congruencia entre lo que pensaba y lo que hacía; a esa actitud respondió su cariño por la Asociación Guadalupana de Abogados y la organización anual de una peregrinación a la Basílica.

Alguna de las veces que platiqué con él, en su ordenado bufete de abogado, pude ver, grabado en un pisapapel de cristal de roca, el lema que rigió su vida: Per aspera ad astra. Por lo duro, lo áspero, a los astros, a donde seguramente está.