Tal vez suene romántico, pero siempre he asociado al maestro con la dignidad. Es cierto que la convicción ha flaqueado y se ha matizado al conocer a los miembros del gremio, pero siempre hay hechos o personas que reafirman la creencia original.
Me educaron para respetar y agradecer al maestro el tiempo y la paciencia dedicada a transmitir el conocimiento. Me acostumbraron a hablarles de usted, y a aceptar que me tutearan porque el saber otorga jerarquía.
Con los años, y a medida que me entrenaba como analista, percibí a los maestros de una manera diferente. El Sindicato Nacional de Trabajadores de Educación pasó a ser el gremio gigantesco, el pilar del régimen que plasma la pureza de las relaciones clientelares, y el espacio donde coexisten tantas corrientes y grupos que hace falta un texto para entenderlas.
Percibirlos de esa manera sirve para analizar o tomar decisiones pero los deshumaniza, e impide entender la lógica con que se mueven los maestros. Dos eventos recientes me sirvieron para reestablecer la asociación entre algunos maestros y la dignidad.
De todos los profesores que he tenido, Jesús Morales Vázquez es el que más influyó en mi formación. El maestro Morales fue un personaje de los cafés y las cantinas de Guadalajara en donde refinó el arte de la parranda y el diálogo. Si como bohemio fue bueno y como poeta excelente, como maestro fue único. Además de conocimientos transmitía, con infinita paciencia, el gusto por la lectura y la escritura. Con el maestro Morales el símil, la metáfora y Juan Ramón Jiménez se convertían en festines del espíritu.
Hace poco me avisaron que estaba grave. Fumador empedernido le habían diagnosticado cáncer de pulmón y agonizaba en casa de uno de sus alumnos, René Michel, y de la madre de éste, la profesora Rosalba Padilla. Cuando llegué a verlo acababa de escaparse del Hospital Civil de Guadalajara, en donde se negó a ser operado o tratado con quimioterapia. ``Es el final, me dijo, y no voy a perder la dignidad''. En efecto, el final estaba cerca y murió infinitamente pobre, como miles de profesores.
Una parte del centro de la ciudad de México está ocupada por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que exigen aumentos salariales. Algunos los descalifican como incómoda minoría ideologizada probando la resistencia y paciencia del régimen por motivos ocultos. Seguramente algo hay de eso, pero no es lo único.
Sus motivaciones son más terrenales: están desesperados por los bajos salarios, están ofendidos por el menosprecio con que se les trata y están indignados por la golpiza que les dieron la semana pasada los granaderos del Departamento del Distrito Federal. Saben que difícilmente obtendrán todo lo que quieren y que el gobierno los metió en la lógica del desgaste. Pese a todo, algunos de ellos mencionan en conversación que la calle es la única salida digna que les dejaron.
En esa determinación de salir de la pasividad se expresa el enojo que muchos sentimos por vivir permanente y cotidianamente agredidos por las instituciones.
La verificación anticontaminante se ha convertido en una pesadilla para los que tenemos automóvil en la capital. Todos queremos contribuir a mejorar el aire que respiramos, pero irrita la ineficiencia de las autoridades del DDF al organizar el servicio y enoja enfrentarse a las empresas que verifican pensando solamente en formas de sacar dinero (dos de ellas se han negado a darme facturas por la preverificación).
Los bancos quieren resolver sus ineficiencias y errores inventando cobros de todo tipo. La última puntada de Banca Serfin va dirigida a los que preferimos ir a la sucursal a recoger los estados de cuenta. Ahora decidieron que a partir de mayo cobrarán 20 pesos cada mes por guardarlos mientras se va por ellos.
Luego están los recibos de la Compañía de Luz, o los de teléfonos, o la gasolina o tantas cosas más. La existencia se convierte en una vigilia permanente porque, al menor descuido asestan el golpe. Defenderse requiere tiempo, mucho tiempo, y bastante energía emocional. Entre tanto, los altos funcionarios siguen lanzando promesas y aumentándose generosamente el salario para enfrentar con mejor ánimo la crisis.
No hay duda, en la vida y en la despedida siguen existiendo maestros dispuestos a enseñarnos lecciones de dignidad.