Parece que en el mundo de las ciencias (duras o blandengues) de alguien por encima de los 40 ó los 45 años ya no se espera mucho, si es que se espera algo. El mundo de Speedy González: se doctoran pronto, publican cortos y espero que enjundiosos artículos en inglés; pronto llegan al SNI tres; pronto dirigen ``grupos de trabajo'' y después a otra cosa, mariposa, a ver cómo se deshacen las instituciones de ellos.
En el mundo de las humanidades las cosas son un tanto diferentes. De los viejos a menos que ya estén chochos se espera todavía algo, se les respeta, se les hacen fatigosos homenajes. Quizá porque los viejos están todavía en el poder (el poder académico) y ellos nosotros deciden qué vale y qué no. Lo que no evita la necesidad de sangre joven: de qué nos alimentaríamos, si no?En la creación literaria la cosa es más variable. Hay premios de poesía y flores naturales para jóvenes poetas, editoriales dedicadas a los imberbes, pero también el respeto y los grandes premios para los de la tercera edad. Cito sólo el ejemplo de Giuseppe Tomasso di Lampedusa, que se dio a conocer, ya bien viejo, con su Gatopardo. Y Octavio Paz seguía siendo el poeta joven de México cuando ya arañaba los sesenta.
En la pintura también se suele ir a los extremos. Si los artistas rebasan un cierto momento crítico no es infrecuente que lleguen a longevos. Ticiano, Picasso, Tamayo, Chagal. Pero no hay reglas. A los jóvenes se les cultiva y, por lo menos en nuestro país, la cantidad de premios y estímulos para jóvenes es notable. Nada más justificado, porque entre los artistas de entre dos y cuatro décadas están no pocos de los mejores. Por eso a muchos no nos pareció que el ``Encuentro de arte joven'' de Aguascalientes subiera la edad de sus participantes de 30 a 35 años.
Pero desde luego las situaciones son variables y pueden llegar a extremosas. La galería Pecanins dispara a un joven anciano de quien presenta su primera exposición a los 78 años.
Gordon Jones nació en Chicago en 1918 y vive en California. Parece que, hippy ante litteram, anduvo por México en hora temprana y se exilió en Huauchinango, en plena sierra de Puebla. Aquí conoció a O'Higgins, ya aclimatado, y que era una especie de puente natural con quienes llegaban de Estados Unidos, y por él a su gran cuate Leopoldo Méndez, a Jean Charlot, a Zalce... Se asomó por San Carlos. Entonces habrá empezado su obra personal, secreta, digamos, pero de regreso a su tierra se ganó los frijoles (o los perros calientes) trabajando en diseño publicitario. Hasta esta develación actual.
Lo que presenta con las Pecanins es un cuadro, ciertamente de gran interés, donde establece un semitenebrismo con negros mugrosos que contrastan con el rojo que apenas define las figuras; el resto son dibujos. Figurativos todos, aunque con una fuerte carga fantástica. Dibujos realizados con grafito, de cuidadosas calidades, en los cuales también contrastan las zonas negras con los espacios abiertos al papel, donde discurren trazos finos. Finos pero no ``líricos'', sino de gran precisión formal.
Cuerpos desnudos, masculinos (los más) o femeninos, sin rostro, muy frecuentemente incompletos. Discurren o se plantan en ámbitos no siempre definidos o vagamente definidos: espacios interiores por lo general.
A menudo los cuerpos se combinan con otras formas; pueden empezar hombres y terminar pollos u otros animales u otras cosas. Pero, incompletos o confundidos, no producen horror o desagrado; no son cuerpos heridos o lastimados (digamos, a la Marta Pacheco) sino simplemente cuerpos incompletos.
No sólo. De la visión de las obras de Gordon Jones se desprende un sentido lúdico, de gozo. La precisión y calidez de su dibujo, el sentido de juego amable, y sobre todo la fortísima carga erótica, hacen de su trabajo algo sin duda excepcional. La líbido, expresada con tanta sencillez como pulcritud y con tal arrojo, constituye aquí el punto de confluencia de un quehacer plástico. Que ya se ve que no se apaga, como por ahí se dice, a los 60 años.