Una de las características más acusadas en el discurso político consiste en la utilización de ciertos personajes abstractos y anónimos, que sirven para referirse a cualquier cosa sin tener que mencionar nombres propios. En otros tiempos, el personaje más frecuentado era por supuesto ``el gobierno'': el gobierno pensaba, decidía, actuaba y se equivocaba como si se tratara de una sola persona. Además, casi siempre tenía la culpa de todo. Del otro lado estaba ``el pueblo'' que se indignaba, pedía o aplaudía al gusto de cada discurso. Pero ahora han entrado en escena ``los mercados'' (así en plural) y, por contrapartida, ``la sociedad civil''; dos nuevos personajes en busca de autor.
Basta echar una ojeada a los discursos de los más altos funcionarios de Hacienda para sentir el fluido sanguíneo del personaje central en los enfoques económicos más recientes: los mercados reaccionan; se ponen nerviosos; tienen creencias; y además señalan, indican y orientan. Casi nada se hace sin tomarle el pulso a ``los mercados'', porque no se trata de un personaje vulgar y pedestre, sino de alguien sumamente sensible y delicado. Obviamente responde a los estereotipos de su clase social, como si fuera un joven con la piel blanquísima y tersa, delgado y asustadizo.
Sin embargo, esa imagen es engañosa, pues ``los mercados'' son poderosos; ninguna de las decisiones que toma ``el gobierno'' puede considerarse definitiva sino hasta el momento en que han dado su punto de vista, que casi siempre proclaman con pataletas y lloriqueos.
En cambio, ``la sociedad civil'' es una dama vigorosa y fuerte como la imaginó Soledad Loaeza en alguna ocasión, generalmente indignada por las barbaridades que comete ``el gobierno'' y dispuesta siempre a gritarle sus tres verdades. Pero en el fondo es frágil como el estereotipo fecundo de las amas de casa: si grita es porque el marido no le hace caso, y casi nunca tiene dinero para resolver los problemas que la rodean. De todos modos, ``el gobierno'' le da explicaciones más o menos cariñosas sobre lo que decidió luego de haberlo consultado con ``los mercados'', y le asegura que todo lo que hace y todo lo que tiene está devotamente dedicado a su bienestar.
Casi todos los discursos políticos de nuestros días giran alrededor de esa trama. Es prácticamente imposible encontrar uno en el que no brote alguno de esos tres personajes. En esos discursos casi no se habla de los obreros, de los maestros o de los empresarios, ni mucho menos de actores más tangibles como los sindicatos o los dueños de bancos. Es más cómodo hablar de ``la sociedad'' y de ``los mercados'', porque así no se compromete a nadie. Pero si ya resulta un despropósito mezclar en ``la sociedad civil'' a Alianza Cívica y a Provida, o al FZLN y al DHIAC, peor todavía es dejar descansar las decisiones más importantes de la vida pública mexicana en ``los mercados'', como si detrás de ese personaje no se ocultara un grupo considerablemente pequeño de empresarios y de banqueros, que han desarrollado sus grandes fortunas al amparo de un modelo con mucha apertura comercial, pero con un sistema financiero protegido hasta el exceso. Y es que en ``la sociedad civil'' a pesar de la imprecisión que supone cabemos todos, mientras que en ``los mercados'' solamente tienen lugar unos cuantos.
No obstante, hemos llegado al punto en que la tranquilidad de los nerviosísimos y huidizos ``mercados'' debe pagarse con el sacrificio hogareño de ``la sociedad civil''. En lo que va del sexenio, ``el gobierno'' le ha dado a los bancos más de 15 mil 200 millones de dólares para evitar una quiebra generalizada (según los datos de El Financiero del 3 de mayo) y, en adelante, todos tendremos que aportar un porcentaje de nuestro sueldo para las Afores, que sólo servirán a medias para un precario retiro de los trabajadores, pero en cambio serán fundamentales para financiar el ahorro interno que habrán de manejar los banqueros: como valium de ``los mercados''. Y de paso, esos mismos mercados no han querido aceptar ninguna solución cierta al problema generado por las deudas morosas, sino a costa del dinero público que de otro modo habría utilizado ``el gobierno'' para gastarle un poco más a ``la sociedad''. Es un asunto de poderes efectivos. Pero al menos hay que darse el gusto de revelarlo, para que vea ``el gobierno'' que ya nos dimos cuenta de su infidelidad.