En el PRD se juntan los extremos
Sí a la reforma, pero riesgo de ruptura
Finalmente los dos extremos se juntaron. Y en una alianza que pudo haber sido mayor pero que de última hora se frustró, en el interior del Partido de la Revolución Democrática decidieron trabajar por un objetivo común, para alcanzar la presidencia partidista, la corriente mayoritaria, de Andrés Manuel López Obrador, y la de menor penetración, de Jesús Ortega.
Y si bien la alianza entre ambos grupos evita, desde su concreción misma, la eventual ruptura del nuevo perredismo con la reforma electoral, a la que los nuevos aliados se comprometen a impulsar, ese partido no queda exento de una dolorosa fractura, que podría provenir del grupo al que pertenece la candidata Amalia García, quien se identifica con el sector de ex comunistas, a la sazón los herederos históricos del registro del actual PRD.
Pero conviene ver con cuidado, primero, el contenido de la declaración política que asumieron conjuntamente López Obrador y Ortega, que podría sintetizarse en la definición de lo que ambos grupos conceptualizan como el partido del futuro: ``Un partido que reconoce el valor político de la organización, de la movilización social y ciudadana, (pero) que también asume la importancia del diálogo como elemento consustancial a la lucha política; que sabe utilizar ambas herramientas con oportunidad e inteligencia y que desecha el falso dilema movilización o diálogo''.
En realidad, la alianza de esos extremos sintetiza dos de los valores fundamentales del PRD: la movilización social permanente, como elemento central de lucha, esgrimido desde siempre por López Obrador, y el diálogo político con todos los actores sociales, el gobierno incluido, que privilegió por muchos años Ortega Martínez. Sin restar importancia a las otras dos candidaturas, las de Amalia García y Heberto Castillo, que se identifican en ese espectro de movilización y diálogo, el acuerdo entre López Obrador y Ortega promete a los electores, los ciudadanos todos, una alternativa que puede ser realista para los comicios de 1977 y del año 2000.
No se acepta, como lo había propuesto el grupo de los llamados chuchos, el compromiso del PRD por una transición pactada. En cambio, se reconoce una transición pacífica. Es decir, las dos posturas se aproximan. Lo mismo ocurre en el caso de la reforma electoral, inicialmente rechazada por López Obrador por considerarla insuficiente, y que ya en la alianza con Ortega Martínez se reconoce que los acuerdos alcanzados en la Secretaría de Gobernación son positivos, pero que no puede hablarse de una reforma definitiva.
Sin duda positiva no sólo para el PRD, simpatizantes y militantes, sino para la sociedad en general, la alianza de los manueles y los chuchos pudo ser de mayor envergadura. En realidad, hace no muchos días se llegó a un acuerdo conjunto entre López Obrador, Amalia García y Jesús Ortega. Dicho acuerdo, además de significar una declaración conjunta de los tres candidatos, colocaba a López Obrador como presidente del partido y a Amalia como secretaria general; Jesús Ortega mantenía el cargo de líder de los diputados perredistas. Más aún, se llegó a calcular los puestos para cada uno de los candidatos, en el Comité Ejecutivo y en otras instancias de dirección del partido, lo que arrojaba 30 por ciento de las posiciones para Amalia García, 30 por ciento para Jesús Ortega y 40 por ciento para López Obrador. Esto es, que conjuntamente, las dos fuerzas minoritarias tenían mayoría.
Sin embargo, el grupo que impulsa a Amalia, integrado en su parte medular por la corriente de los comunistas históricos, decidió no avalar la alianza. El argumento era que se corría el riesgo de una mayor dispersión de quienes se dicen herederosy lo son del registro del ahora PRD. En el fondo, quienes impulsan a García no descartan la separación del PRD. Se dice, incluso, que la militancia perredista da para dos partidos o dos registros.
Pese a la alianza, a que de cuatro se pasó a tres partidos, no hay nada seguro aún para nadie, sobre todo si se toma en cuenta, como punto referencial, la encuesta reciente del programa televisivo Blanco y Negro, en donde López Obrador y Heberto Castillo alcanzaron porcentajes muy cercanos en la preferencia perredista.
En el camino
Guillermo Schulenburg, abad de la Basílica de Guadalupe, insiste en que no hay malos manejos en ese templo. Y entonces adónde van a parar los cuantiosos recursos que se obtienen, a quién le rinde cuentas, por qué los 200 trabajadores de la Basílica ganan apenas el salario mínimo? Hay quienes dicen que debe aclararse también la concesión y venta de imágenes y otros motivos religiosos que se comercializan en el más importante templo mariano de América Latina. Y quienes piden echar un vistazo a la familia de Schulenburg.
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