Horacio Labastida
La república de los problemas

Al hablar sobre la situación del país con el entonces presidente Luis Echeverría Alvarez, en tiempos ya lejanos, recuerdo que le dí mi opinión en el sentido de que existe una cierta relación directa entre el mejoramiento o el empeoramiento de la vida pública y la acumulación o disminución de los problemas generales, y no cabe duda de que tal relación es, juzgándola con acuciosidad, un buen criterio para la evaluación de la conducta gubernamental respecto de la sociedad civil.

Hoy los mexicanos estamos extremadamente preocupados y alertas por lo que sucede en nuestro entorno patrio, pues no es difícil percibir que a los problemas no resueltos del mediato e inmediato pasado se acumulan los muchos que surgen casi de manera cotidiana. En lo económico, por ejemplo, andamos muy mal; la recuperación parece un cuento de nunca acabar porque las medidas adoptadas a partir de la crisis de diciembre pasado, no despejan aún los síntomas patognomónicos de nuestra caída, conforme a lo que se halla a la vista de las familias. Salvo los supermillonarios que participaron sin medida en el reparto del descomunal y faraónico pastel de las privatizaciones que manipuló la administración anterior, los demás hemos aprendido bien y con dolor, cómo aumentan a diario las necesidades coronadas de altos precios frente a las escaseces de nuestros magros bolsillos. Ni el producto nacional crece, desobedeciendo así el discurso oficial, ni el ingreso se distribuye en forma equitativa. Al contrario de lo propuesto por Morelos, los ricos son más ricos y los pobres más pobres, prueba evidente de la profundidad estructural de las fallas que afectan el sistema económico contraconstitucional que hemos forjado a partir del fin de la segunda Guerra Mundial, desajuste que en verdad explica el creciente número de protestas callejeras que organizan los trabajadores contra las injusticias que padecen.

En el caso de los maestros brutalmente reprimidos el jueves 23, cabe señalar dos puntos centrales: los aumentos concedidos por la Secretaría de Educación son a todas luces insuficientes, sin que valga la razón de la falta de recursos a la luz de los gastos que se hacen en el Ejército que opera en Chiapas y en la adquisición de carísimos materiales bélicos; y en lo que respecta a la atinada decisión del presidente Zedillo al cesar al jefe de la policía capitalina, tal acto debiera complementarse con la exigencia de responsabilidades penales que correspondan, y el esclarecimiento de la fuente original de las órdenes dadas a los gendarmes. No se olvide que en ese fatal día fueron apuñalados y pateados derechos humanos de los ciudadanos.

En lo social también se extienden oscuras tinieblas en áreas claves de la existencia. Semana a semana son despedidos masivamente obreros en las subsidiarias extranjeras establecidas, así como en grandes empresas nacionales o en las medianas y pequeñas que quiebran por falta de demanda de sus mercancías o por carencia de créditos potables, y ni hablar de las reconocidas ineficiencias de la educación, la salud, la seguridad social y algo que en verdad abruma: la facultad discrecional y monopólica del ministerio público para decidir sobre el ejercicio de la acción penal, el desprestigio del Poder Judicial al dictar sentencias como la de Elorriaga y Entzin o las de otros reos políticos, que muestran las debilidades de su independencia, y nuestro triste papel cuando se trata de defender el derecho de los nacionales contra la arbitrariedad de las autoridades norteamericanas braceros asesinados y maltratados, o la violación de la autodeterminación por la ley Helms-Burton. Estas múltiples facetas de nuestra convivencia deben apreciarse en el vasto marco de una asimetría social caracterizada por el contraste entre la miseria de las clases trabajadoras y medias, y la opulencia minoritaria de las altas castas. Por último, en lo político para muestra bastan ciertos botones. La paz en Chiapas es aún lejana esperanza; la reforma del Estado, reducida a reforma electoral, escapa entre los dedos de manos vacías; y el fin de las concertacesiones se rompió la cara en Huetjozingo al retirarse los decorados, frecuentemente cómico-satíricos, del teatro político mexicano.

Según se mira la realidad, los problemas del ayer siguen siendo problemas del presente junto con los creados en el ahora; las incógnitas no se resuelven y la República, al llenarse de equis no despejadas, se nos ha convertido en una República de problemas. Agudicen ingenios y vigilancias, señores encargados del gobierno y de los opulentos negocios, pues el barbudo y fisgón diablo cojuelo se ha metido en los ojos ciudadanos y anda suelto entre los tejados y azoteas de nuestro país!