Después de 37 años de democracia, el país atraviesa una de las peores crisis de su historia, mientras la gran mayoría de la población la explica con una sola palabra: corrupción. Y esto, tal vez, es lo peor.
Después de la larga noche de la dictadura, siguieron casi cuatro décadas de democracia. Ha llegado el momento de rendir cuentas. Todo se podrá excusar: dificultades económicas, trabas sociales, atrasos educativos. Todo. Pero una cosa la ciudadanía reclama: la credibilidad de sus instituciones. Es esto demasiado? Tener el íntimo convencimiento de que quien pastorea el rebaño no sea lobo? Después de 37 años de democracia, los venezolanos tienen el obvio derecho de hacerse preguntas, mientras les resulta cada vez más difícil llevar alimentos o medicinas a casa.
Había riqueza en cada rincón del país; esto se dijo por décadas. Algo de trabajo y mucha suerte, y ya estaríamos todos mejor: así la filosofía ciudadana oficial. Y la riqueza sí se veía: algo ``concentrada'', por decir la verdad. Pero estaba ahí. Hubo, se creó, cayó del cielo o lo que fuera. Pero estuvo aquí, si bien más como consuelo que como realidad. Y ahora no hay riqueza por ningún lado. No se llevaron sólo aquello que tal vez existió, sino incluso su sueño.
Y el Estado no parece tener nada que decir, sino recetar remedios que curan el mal empeorando sus síntomas. Benditos tecnócratas! Cortados todos con la misma tijera. Pero, en fin, ni de ellos es la culpa. Por lo menos, no toda. Se han cruzado tantos tiempos, oportunidades malogradas o no, aspiraciones, frustraciones de tanta gente por mucho tiempo. Cómo encontrar la clave única de aquello que es, a todas luces, un fracaso colectivo de varias generaciones? Las cosas son siempre más complejas que esto.
Sin embargo, tampoco es correcto disolver todo en la responsabilidad colectiva, como si los únicos tiempos relevantes fueran siempre sólo los siglos. Hay también individuos reales que viven ahora y quieren alguna explicación. Hay responsabilidades de distinto tamaño. Comencemos entonces con las mayores. Y al Estado nacional es legítimo dirigir una pregunta: y tú dónde estabas cuando alguien cometía errores de política económica que, según tú, me condenan ahora a la pobreza?Esos individuos que por décadas rodeamos de respeto casi ritual por el alto cargo que encarnaban: la tarea de construirnos a todos como nación. No la responsabilidad única, naturalmente, pero sin dudas la más ``alta''. Balance? Anduvieron por ahí mintiendo, enriqueciéndose, trabando la vida nacional con sus protagonismos pueriles. O sea, mientras nosotros los homenajeábamos como semidioses, ustedes, hombres del Estado, se llenaban los bolsillos?He ahí uno de los focos del problema venezolano. La no credibilidad de las instituciones. Al límite, el problema no es democracia o dictadura, es si yo creo o no, independientemente de la simpatía o antipatía política, en los hombres y mujeres que encarnan a la virtud colectiva. Cualquier ciudadano quisiera poder decir: hemos hecho muchos errores, pero ahora llegó el momento del cambio, de dar nuevos cimientos institucionales a la voluntad colectiva. Cada uno en su lugar, y navegar rápidamente fuera de esta peligrosa tempestad.
Uno de los mayores problemas de Venezuela en estos momentos reside justamente ahí, en no reconocer que el barco tenga ahora una tripulación necesariamente más honrada y responsable que la anterior. No estamos en Venezuela frente a una crisis de gobierno, sino frente a una profunda crisis del Estado, aunque no se manifieste con la agitación social de otros tiempos.
Tal vez fue la política (con corrupción, clientelismos y demás convidados al festín democrático) o tal vez la economía las que produjeron el desastre económico y social de la actualidad. Habrá tiempo para estudiarlo y entender un poquito más las cosas. Pero, para salir del atolladero de ahora, la única clave es restaurar la credibilidad de las instituciones. Sin esto, la política económica la podrían diseñar los propios arcángeles e igual no funcionaría. Si la gente no cree en lo que hace, se podrá bautizar lo que hace con los nombres más encantadores, y el resultado será siempre pobre y de poca dignidad. Creer en lo que se hace significa, entre otras cosas, creer en un sí mismo colectivo, en cuya construcción las instituciones son un material simplemente insustituible.
Lo que en momentos de angustia como los actuales impide a los venezolanos convertirse en horda, es la conciencia de que el primer acto de cada acción colectiva es la consistencia de los vínculos entre los individuos. El diagnóstico está relativamente claro; aquello que los venezolanos aún no encuentran es la terapia. Estos tienen que irse, tal vez no todos, tal vez no al mismo tiempo. Pero deben irse. Y con quienes los vamos a sustituir? He ahí un pequeño problema.
La oposición es tan fragmentaria (somos pocos pero bien sectarios) que la respuesta no es obvia. Y ahí está Venezuela ahora. Entre una institucionalidad corrupta e ineficaz, independientemente de sus actuales representantes, y otra que no será fácil construir. Es posible pensar en cualquier política económica que pueda ser exitosa en el largo plazo mientras este problema no comience a encontrar algún arreglo?En un país en que el poder de compra se ha reducido en cerca de una cuarta parte en los últimos cuatro meses, con una inflación que viaja al 100 por ciento anual, un enorme hueco en el presupuesto y ninguna esperanza de conseguir empleo en el corto plazo, la mezcla podría resultar explosiva. Y lo peor sería que después de la explosión, la democracia fuera considerada por la gente como agua sucia en que se bañaron unos pillos. Y se abriera un nuevo ciclo de encantos autoritarios.
Venezuela necesita encontrar un camino de reforma económica y reforma política. Necesita, en primer lugar, reconstruir la dignidad del Estado cualquier cosa que esto signifique. Con la crisis económica de por medio, no hay garantías de éxito. Pero nadie escoge nunca el momento en que hacer aquello que debe hacerse.