Luis González Souza
Alerta mundial

Una seria llamada de atención a todo el mundo, es lo que debería inferirse de la ya famosa ley Helms-Burton, independientemente de su desenlace. Cómo es posible que en plena época de globalización, el gobierno de un solo país, Estados Unidos, quiera dictar al mundo entero órdenes, por lo demás atentatorias contra el libre comercio y muchas otras cosas? Ordenes que, como se sabe, buscan acabar de asfixiar a un pequeño país, Cuba; y sólo por el ``delito'' de insistir en un camino propio.

Qué está ocurriendo en este mundo de la posguerra fría, que en vez de cumplir con la supuesta misión de lograr la paz, anuncia una guerra por demás irracional de un solo país contra el mundo, si bien sólo guerra comercial e ideológica por el momento? Porque eso, un enfrentamiento de Estados Unidos contra todos y contra todo, es lo menos a observar entre los saldos de la ley Helms-Burton. Enfrentamiento que hace previsible los costos típico de un chivo en cristalería.

Ahora mismo, ya es largo el inventario de los enemigos y de las víctimas ocasionados por la Helms-Burton. El inventario comienza con el sinúmero de gobiernos que están reaccionando contra la mentada ley: desde Canadá y la Unión Europea, hasta América Latina, incluyendo a México, no obstante la crónica obsecuencia hacia Estados Unidos de sus gobiernos modernizadores. Una reacción tan amplia sólo puede explicarse por una arbitrariedad tan grande como la implicada en la Helms-Burton. Si ni siquiera concitara reacciones, significaría que el mundo de plano anda mal.

Y es que, si se la analiza bien, su inventario de víctimas es interminable. Dicha ley atropella no sólo ese ingrediente mínimo de toda libertad y de toda soberanía, que es la capacidad de decidir con quién comerciar o no. También atropella toda la ideología de la globalización, del neolibealismo y del libre comercio, pese a que el propio Estados Uniodos es uno de sus puntales. De paso así atropella la propia credibilidad, en este caso ideológica, de Estados Unidos. Es más, atropella a su mismísima Constitución, tal como lo ha denunciado el congresista norteamericano Charles Rangel, quien subraya asimismo el choque de la ley Helms-Burton con el Derecho Internacional: es una ley ``tan inconstitucional, tan ilegal en el plano internacional y tan deformada, como sólo el deseo de la reelección (de Clinton) pudo haberlo logrado'' (La Jornada, 31/V/1996). Con mayor razón, atropella al TLC.

Será cierto que la ley Helms-Burton sólo obedece a apetitos electorales y que su secuela terminará junto con la contienda electoral de Estados Unidos? Francamente lo dudamos. Hay cajas que, una vez abiertas, toma mucho tiempo cerrarlas. Igual o mayor irracionalidad que las cajas del racismo y la xenofobia, exhibe el empeño de Estados Unidos de enfrentarse al mundo. Enfrentamiento que incluye, ni más ni menos, a segmentos de la oligarquía trasnacional, como los grandes empresarios (incluso de México, aun con socios norteamericanos) que ya protestan contra la ley Helms-Burton. Y enfrentamiento que, por lo mismo, resultará contraproducente para el propio Estados Unidos.

Ante tanta irracionalidad, son lógicas ésas y mucha otras reacciones. Pero son reacciones ora tibias ora titubeantes y, en todo caso, tardías. Se producen sólo hasta que dicha irracionalidad alcanza una expresión mayúscula, como la citada ley. Y sólo apuntan a anular ésta, la punta del iceberg, mas no el caldo que la cultivó, y que seguirá cultivando muchos otros exabruptos, si no se actúa a fondo.

Ese caldo de cultivo parece tener tres ingredientes básicos. Uno, los enormes vacíos (políticos, jurídicos, ideológicos) resultantes del derrumbe socialista y del fin-de-la-guera-fría. Dos, la obsesión de Estados Unidos en aprovechar los vacíos para convertirse en el dictador del mundo. Y, como causa eficiente, la parálisis o por lo menos tardanza del resto del mundo en rellenar, de mejor manera, dichos vacíos.

Para México, el reto es claro. Pocas oportunidades como el helms-burtiano autoaislamiento de Estados Unidos, para avanzar deveras en la diversificación de relaciones y en la consiguiente reestructuración de alianzas con otros países. No hacerlo significará que la parálisis mundial puede convertirse, para México, en un autosojuzgamiento tan absurdo como el del esclavo-feliz. Pocas oportunidades como ésta para ayudar, con deslindes dignos y soberanos, a que Estados Unidos detenga su carrera hacia el abismo.