La existencia de México como nación, ha sido posible sólo como resultado de un gran pacto social implícito en la vida y el quehacer de los mexicanos, que nos fue legado por nuestros antepasados, y que ha evolucionado con cada generación hasta ser lo que es hoy.
Nuestro pacto social es la esencia de la nación, está plasmado en nuestra Constitución y en nuestras leyes, pero es mucho más que ellas. Es la liga esencial que nos une y nos da una identidad distinta a la de hombres y mujeres de otras naciones, que define nuestra soberanía y nuestro lugar individual, que nos permite despertar cada mañana y saber que tenemos una vivienda y un empleo, que nos permite pensar en que recibiremos un ingreso programado, o al menos previsible, que nos permitirá comprar alimentos, transportarnos y cumplir nuestros compromisos económicos. Es este mismo pacto el que nos permite salir a la calle sin temor a que uno o varios desconocidos nos golpeen para quitarnos nuestra ropa o alguna otra pertenencia, o que nos secuestren en venganza de algún acto que supuestamente cometimos contra alguien.
La existencia de este pacto social nos permite tener expectativas, esperanzas y certezas para el futuro, para planear un paseo, una fiesta, o la compra de un bien que necesitamos; nos permite entender lo que sucede a nuestro alrededor, el papel de las empresas y los comercios, tener la certeza de que todo funciona en forma predecible y lógica. Igualmente la existencia del pacto social hace posible que surjan y se desarrollen las empresas y las instituciones que necesita la sociedad, para producir bienes y servicios para su consumo, y para generar empleos en un círculo virtuoso que crece cada día.
Bueno, así había sido; así fue, pero ya no es; de hecho para muchos dejó de serlo desde hace varios años, o quizás nunca lo fue y los demás no lo vimos, o lo pasamos por alto, dando lugar a la población marginada, que creció año con año hasta alcanzar cifras alarmantes, del orden, de 20 millones, para los que nada o poco de lo aquí afirmado resultaría cierto. Algo así como la cuarta parte de México, incluidos los indígenas, cuya tragedia permanente constituye el reclamo de los zapatistas.
Luego vino Zedillo, con su aparente desconocimiento de la realidad nacional, con su ineptitud y su falta de compromiso para con la sociedad, y con sus acciones específicas que dieron como resultado, ni más ni menos que el rompimiento generalizado del pacto social de la nación. Por ello hoy se agudiza la inseguridad en el empleo, en la propiedad, en la alimentación, al mismo paso con que crece la violencia fisica, el despojo y la impunidad de los poderosos ante la parálisis del sistema de justicia. Esta es la realidad que enfrentamos todos los días los mexicanos, pensando algunos que es un problema pasajero del cual estamos saliendo, negándose a ver la gravedad de las cosas, la cual aparece y está presente con rostros diferentes y terribles cada día.Es este rompimiento del pacto social el que se observa, por ejemplo, cuando el presidente asegura que la economía ya se está recuperando, mientras las cámaras de comercio reportan caídas del 25 por ciento en la compra de productos básicos y alimentos, en los primeros meses de 1996. Es este rompimiento del pacto social que se generalizó hace poco más de un año, cuando el grupo gobernante, encabezado por Zedillo y respaldado por el congreso, decidió hipotecar al país mediante un préstamo que les permitió cumplir sus compromisos con el mundo financiero, a cambio de sacrificar todo lo demás, incluyendo el patrimonio que millones de mexicanos construían con su esfuerzo cotidiano, y la planta productiva formada por miles de empresas pequeñas que desaparecieron o quedaron hundidas cuando la demanda de sus productos fue cancelada, ante la necesidad de reprimir el gasto y desviar los ingresos para pagar a los especuladores atraídos por las políticas y las ofertas del gobierno de Salinas.
La terminación del pacto social fue un acto unilateral del gobierno hacia el pueblo de México, que se vio de la noche a la mañana enfrentado a una realidad diferente que lo transformaba de trabajador en desempleado, de ahorrador en deudor insolvente, de jefe de familia en carga económica, de empresario en fracasado. Pero las cosas no han parado allí, a ese primer rompimiento del pacto social en su aspecto económico, han seguido los otros de carácter social y político, de procuración de justicia, hasta llegar al estado de descomposición social que hoy priva, en la que ninguno de los problemas políticos parece tener solución.
Por ello, pensar hoy que para superar la crisis es suficiente que la economía crezca el 1 o el 5 por ciento, es no entender la gravedad del problema; de hecho el gobierno de Ernesto Zedillo, y cualquier otro gobierno de corte neoliberal que pudiera sucederle, están históricamente incapacitados para restituir el desarrollo económico y la vida institucional del país. No se conoce el caso de un gobierno que siendo responsable de un proceso de deterioro como el que hoy enfrentamos, haya sido capaz de sacar a su país de la crisis a que lo llevó o sí?